1
de enero de 2006
Los
cristianos celebramos hoy la fiesta de Santa María, Madre de Dios.
Una fiesta hermosa que nos ofrece la ocasión de mirar a la Familia
de Nazaret y, desde ella, volver la mirada a nuestras propias
familias desde el humilde y hermoso hogar de Nazaret. Una mirada que
nos lleve a rezar por ellas, y por todos y cada uno de sus miembros,
para poner un “plus” de comprensión y de amor, de manera que
puedan permanecer fieles en medio de todas las dificultades.
Hace unos años leí un precioso libro titulado “Lo que cuenta es
el estupor”, que recogía artículos y entrevistas sobre Carlos Péguy,
famoso escritor francés, que vivió entre 1873 y 1914. En su
juventud se separó de la Iglesia católica y se casó con Charlotte
Baudouin, joven universitaria. Se casaron por lo civil. Tuvieron
tres hijos a los que, siendo consecuentes con su ateísmo, no
bautizaron.
Años más tarde, C. Péguy se hace cristiano “por la misericordia
de Dios”, según confesaba él. Y junto al gozo de haber recobrado
el precioso tesoro de la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, un dolor
inmenso le acompañará hasta el final de su vida: ver que su mujer
y sus hijos no comparten su fe, que no entienden que se haya
convertido al cristianismo. Aunque se lo pidió muchas veces, su
mujer no aceptó el bautismo, ni para ella, ni para sus hijos.
Sin
embargo, impresiona saber que en vísperas de su muerte, C. Péguy,
en el campo de batalla –acababa de estallar la primera guerra
mundial– pasó toda la noche recogiendo flores alrededor de una
imagen de la Virgen, poniéndolas a sus pies y orando por su mujer y
sus hijos. Fue la última ocasión que tuvo en la tierra para
confiar a la Virgen, la Madre de Dios y madre nuestra, a sus seres
queridos. Murió el día 5 de noviembre de 1914. Su súplica fue
escuchada. Y entre 1925 y 1926, su mujer Charlotte y sus tres hijos
recibieron el bautismo dentro de la Iglesia católica.
En estos tiempos recios que nos toca vivir, me gustaría que supiéramos
mirar a la Santísima Virgen María, madre de la Iglesia, y pusiéramos
en sus manos de madre todas nuestras inquietudes y sufrimientos,
esperando en silencio confiado la salvación de Dios.
Y
me gustaría, también, que, en este día de Santa María, Madre de
Dios, confiásemos nuestras familias a su amor maternal y le pidiésemos,
confiadamente, las fuerzas necesarias para seguir trabajando en
defensa de la familia, “santuario de la vida y esperanza de la
sociedad”.
Con mi afecto y bendición,
+
Juan José Omella Omella
Obispo
de Calahorra y La Calzada-Logroño