8
de septiembre de 2004
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Miqueas 5, 2-5ª
- Salmo 12
- Rom. 8, 28,30
- Mt. 1, 18-23
Respetado Sr. Presidente y Representante de su Majestad el Rey. Dignísimas
Autoridades Autonómicas, Insulares, Municipales, Militares y
Judiciales. Muy honorables miembros del Cuerpo Consular. Queridos
amigos de las diferentes administraciones y cuerpos de seguridad.
Queridos hermanos Sacerdotes. Queridas hermanas religiosas y
hermanos religiosos. Amigos y amigas todos:
Una vez más en nuestras vidas, rodeamos llenos de amor y
agradecimiento, a la Virgen María, en su advocación de Nª Sª la
Virgen del Pino, nuestra Patrona. Y lo hacemos este año llenos de
una particular esperanza y con una acentuada acción de gracias,
puesto que Dios, a través de su Iglesia, y sin duda con la
intercesión de la Virgen María, quiso que hace 600 años naciera
nuestra Iglesia Diocesana de Canarias, en cuanto tal Iglesia
Diocesana, es decir, se convirtiera, no en una especie de provincia
dependiente de Roma, ni en una sucursal de una cierta multinacional
que llamaríamos Iglesia Católica, sino que se convirtiera en Diócesis,
es decir, se convirtiera en una parte del Pueblo de Dios que
confiada a un Obispo, éste la apacentara con la colaboración de
sus propios presbíteros, de tal forma que desde entonces y ya para
siempre, hasta que Dios quiera, los cristianos canarios, unidos a su
Pastor que les reúne en el Espíritu Santo por medio del Evangelio
y de la Eucaristía, se constituyera en una Diócesis o Iglesia
Particular, en la que está verdaderamente presente y en la que actúa
toda la Iglesia de Cristo que es una, santa, católica y apostólica
(Cf. D.C.11).
Ya años atrás de 1404 y gracias a la evangelización de un corto número
de religiosos y sacerdotes, ya había canarios, particularmente en
Lanzarote y Fuerteventura, que habían creído en Señor-Jesús y
habían aceptado su Evangelio, que celebraban la Eucaristía y los
Sacramentos, que rezaban y veneraban a la Virgen María, que se sentían
parte viva de la Iglesia, que catequizaban y eran catequizados, que
cuidaban y atendían con amor a los más pobres y necesitados, que
creían en el Espíritu Santo y en el más allá y en la resurrección
de los muertos, y que rezaban por los difuntos...etc. Pero fue después
de no pocos avatares históricos, cuando la Iglesia, a través del
sucesor de Pedro, decide erigir nuestra Diócesis de Canarias como
tal Diócesis, y después de sucesivos intentos de situar su Sede en
el Rubicón (en Lanzarote), en Betancuria (en Fuerteventura) y en
Telde (en Gran Canaria), la ubica finalmente y de forma definitiva,
en Las Palmas de G.C., después de la incorporación del Archipiélago
a la Corona de Castilla.
Hace, pues, 600 años, que nace nuestra Iglesia Diocesana, y hace
por tanto 600 años que nuestra Diócesis se inserta plenamente en
la historia de nuestras islas y ya dentro de ella, ha avanzado y
sigue avanzando, en medio de pruebas y dificultades, pero confortada
siempre con la fuerza de la gracia de Dios prometida por su Señor,
de tal forma que nunca ha dejado ni dejará de mantener su fidelidad
al Señor, a pesar de las debilidades y fallos de los que la hemos
ido componiendo y los que la compondrán en el futuro, renovándose
sin cesar por la acción del Espíritu Santo, viviendo
permanentemente la esperanza de que por el misterio de la cruz,
llegará un día a la luz que no tiene ocaso (Cf. L.G.9).
Ante Nª Sª la Virgen del Pino, nuestra Patrona, damos por tanto,
gracias a Dios por este centenario y lo hacemos convencidos de que
nuestra Diócesis, a pesar de nuestros fallos y pecados, ha
peregrinado y continúa haciéndolo, en medio de críticas e
incomprensiones por parte del mundo, pero también y simultáneamente,
en medio de los consuelos de Dios, anunciando siempre y a pesar de
nuestras debilidades, la cruz, la muerte, y la resurrección del Señor-Jesús
hasta que vuelva definitivamente, sintiéndonos siempre fortalecidos
con la fuerza del Señor Resucitado, para poder superar, con
paciencia y amor, todas las dificultades, tanto internas como las
que nos llegan del exterior de la Iglesia, en orden a revelar a toda
nuestra sociedad canaria, el misterio de Cristo, aunque sea entre
sombras, pero con toda fidelidad sin embargo, hasta que al final ese
misterio se manifieste a plena luz para la salvación de todos,
cuando la creación entera sea recapitulada en Cristo.
Porque, queridas hermanas y queridos hermanos, todos sabemos y acaso
de un modo especial los que creemos en el Señor-Jesús y deseamos
vivir en conformidad con las normas morales que él nos dejó
reveladas para que las cumpliéramos en orden a nuestra liberación
respecto a todas esas esclavitudes y cadenas que comportan los
pecados(ira, lujuria, egoísmo, injusticia, odios, soberbias...),
los que con limpieza de corazón veneramos a Nª Sª la Virgen del
Pino, sabemos -repito- que la Iglesia, cada Diócesis y también la
nuestra de Canarias, es santa en referencia a Jesús, aunque con
demasiada frecuencia, nuestros fallos e infidelidades, oscurezcan
esa santidad eclesial y ofrezcamos por nuestra culpa, una imagen de
la Iglesia con el rostro no del todo limpio y tan lleno de luz, como
ese rostro es en realidad en cuanto Cabeza del Cuerpo Místico de
Cristo. Lo sabemos y lo reconocemos con humildad, pedimos perdón a
Dios y a todos los seres humanos por ello. Pero lo hacemos confiando
totalmente en la misericordia de Dios, al mismo tiempo que le
rogamos, por la intercesión de la Virgen María en su advocación
de Nª Sª la Virgen del Pino, que seamos capaces de convertirnos de
corazón y de esforzarnos seriamente para que nuestra vida, personal
y eclesial, responda con total coherencia a la voluntad de Dios, a
esas exigencias liberadoras de la moral evangélica (aunque la
sociedad y sus medios, tantas veces nos critique, nos desprecie y
hasta nos calumnie injustamente), responda también a un amor a Dios
por encima de todo lo creado o lo elaborado por el progreso humano,a
un amor al prójimo tan auténtico que tratemos a todos como a
hermanos, a un amor preferencial por los más pobres y débiles, a
los marginados y oprimidos por las injusticias sociales, políticas,
jurídicas y legislativas, un amor a todos aquellos que viven entre
nosotros sumidos en mil carencias y sufrimientos, sin viviendas
dignas, sin papeles y sin techo, en familias rotas o
desestructuradas, sin suficiente atención sanitaria, sin trabajo,
en barrios y comarcas sin servicios sociales, con sueldos o
pensiones insuficientes...¡y con tantos sufrimientos más!, además
de esos seres humanos que llegan en las tristemente celebres
pateras, huyendo del hambre, de la miseria o de persecuciones
causadas por razones étnicas, religiosas, políticas o bélicas. Y
todo ello no significa que no amemos a los que viven con un alto
nivel de bienestar y que no deseemos su salvación: de ahí que les
ofrezcamos las bienaventuranzas como camino salvador, porque Dios
siempre quiere que el pecador se convierta y viva.
Con nosotros, los cristianos, y con nosotros, todos nuestros
hermanos que configuran la sociedad canaria, y aunque no compartan
nuestra fe, todos tenemos la grave obligación de construir una
sociedad que realmente responda a las exigencias del Reino de Dios,
muy diferente a los reinos de este mundo, es decir, una sociedad en
la que la paz se imponga a toda forma de violencia (de pensamiento,
de palabra -dicha o escrita- y de obra); en la que el amor elimine a
todo lo que significa egoísmos e insolidaridades, odios o
antagonismos, divisiones y confrontaciones agresivas; en la que la
justicia rechace toda forma de injusticia, sea social o individual,
sea laboral o corporativista, sea política o jurídica, sea
sindical o sea económica; en la que la verdad elimine toda forma de
hipocresía y error, toda falta interesada de sinceridad y toda
calumnia, toda mentira y manipulación de los hechos; una sociedad
en la que la libertad sea auténtica libertad, es decir, que no
consista en afirmar que todo es válido simplemente porque sea legal
o porque se apoye en que cada uno puede hacer lo que quiera, al
margen de Dios y del prójimo siempre que no trasgreda la ley.
Nª Sª la Virgen María, la Virgen del Pino, hoy y siempre, nos
recuerda todo ello a través de ese canto profético que llamamos
"Magníficat", en el que ella, en actitud orante, sin
pedir nada para ella, alaba, agradece y constata la realización del
plan liberador de Dios en su Hijo Jesús, la garantía de que esa
liberación se seguirá realizando en el futuro, aunque sólo los
sencillos y humildes, como era ella, sean capaces de percibirlo. El
canto de María es un manifiesto de su liberación , espiritual y
social, válido para todos los tiempos y lugares. Dios ha realizado
ya y seguirá realizando, aunque no siempre seamos capaces de
percibirlo, en todos los pueblos de la tierra, el acoso y derribo de
los soberbios, el destronamiento de los poderosos y de los tiranos
que creen dominarlo a todo y a todos, y, al mismo tiempo, el
enriquecimiento de los pobres y oprimidos, a los que Dios contempla
y juzga como bienaventurados, como dichosos. Y todo ello va
ocurriendo y ocurrirá porque ha mirado y se ha fijado en la pequeñez
de su esclava. Se trata, sin duda, del cántico de la más auténtica
revolución del amor y de la justicia.
Al igual que una auténtica revolución fue que el Hijo de Dios
quisiera nacer, pobre y desvalido, de una mujer, dada la marginación
en que en aquél tiempo se encontraba la mujer, tanto en Israel como
en todo el mundo de entonces. Y que además, que esa mujer fuera una
doncella de condición humilde, habitara en un pueblecito
insignificante, en un territorio minusvalorado, despreciado e
incluso vituperado por la sociedad judía, y para colmo, habitado
por gente intolerante, envidiosa y violenta. Esos son los valores
que Dios ve en María, frente a los valores del mundo, de entonces y
de ahora.
Y la Virgen María recibe saludos jamás empleados para otras
personas por importantes que fueran: "bendita tú entre las
mujeres" y "dichosa tú que has creído".
Los planes de María, los de José y los de Dios, no parecen
coincidir: María, desposada pero no casada con José, no conoce varón;
José, el carpintero, no quiere inmiscuirse en los planes de Dios y
decide, porque es justo, repudiar en secreto a María; Dios pide a
María que acepte ser la Madre de Dios. Pero Dios hará el milagro
de respetar la libertad de José y de María, de que María sea
Virgen y Madre, de que José sea el padre adoptivo del niño
concebido por María por obra y gracia del Espíritu Santo, y de
que, de ese modo, pertenezca a la estirpe de David para que se
cumplan las Escrituras, y de que Dios se haga hombre y habite entre
nosotros para la salvación de la humanidad entera.
El mundo, nuestra sociedad, la misma Iglesia, está llena de
dificultades y problemas. Pero la fe nos dice, apoyada en el
Evangelio, que lo que para el hombre es imposible, no lo es para
Dios y su amor.
Esa y no otra es la razón de que dirijamos nuestra mirada humilde y
suplicante a la Virgen María, representada aquí en nuestra muy
querida Virgen del Pino, y que le pidamos piedad y misericordia para
la humanidad entera, para los que creemos y para los que no creen,
para cuantos sufren y lloran por mil causas en el mundo entero y aquí
mismo, en nuestra sociedad canaria, por los enfermos y los sin
techo, por los inmigrantes y los marginados. Que le pidamos, también,
por el eterno descanso de nuestros difuntos. Y que al mismo tiempo,
le supliquemos para que llene nuestros corazones de su mismo amor,
para que todos, autoridades y súbditos, creyentes y no creyentes, jóvenes
y adultos, niños y ancianos, hombres y mujeres, seamos capaces de
volcarnos en ayudar a cuantos nos necesiten, para que la vida de
todos sea más digna y feliz, y para que todos cuantos sufren, vean
respetados sus derechos fundamentales en cuanto personas, desde su
concepción, hasta su muerte natural.
¡Haz ese milagro, Virgen del Pino! ¡Confiamos plenamente en tu
intercesión como Madre de cuantos vivimos en Canarias! ¡Llena
nuestras vidas de fe, para que todos descubramos, como hiciste tú,
el amor infinito de Dios por toda la humanidad, por la creación
entera, pero particularmente por los últimos de este mundo!.
Y en este día, recordemos con agradecimiento a Dios que hace 150 años,
un 8 de Septiembre, fue promulgado el Dogma de la Inmaculada
Concepción de María, y que en esta fecha de hoy la Iglesia entera
inicia un “Año de la Inmaculada”, que se cerrará el 8 de
Diciembre del año 2005, unos meses en que nuestra oración se
dirigirá al Padre, en nombre del Señor Jesús, por la intercesión
de la Virgen María, para que bendiga nuestra sociedad y a la
humanidad entera.
Y no quiero poner fin a esta homilía, sin agradecer públicamente,
su entrega incondicional, a esta Parroquia Basílica de Teror y a la
Diócesis, a Ntra. Sra. del Pino, al Señor y a su Evangelio, del
hasta ahora Párroco de Teror, D. Vicente Rivero.
Ha llegado el momento de su muy merecida jubilación, al igual que
dentro de un tiempo llegará la mía, acaso no tan merecida.
¡Gracias, D. Vicente, en nombre del Señor, de la Virgen y de la
Iglesia!. ¡Gracias también a D. Antonio Fleitas que deja la
Parroquia, destinado a otra!.
¡Que el Señor les bendiga en todo!.
¡Que así sea!.
Ramón Echarren Ystúriz
Obispo de Canarias
8 septiembre 2004