Fiesta de la Virgen del Val (Homilía)

Mons. Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares, España

 

(Ermita de la Virgen del Val - Alcalá, 15 Septiembre 2002)

Lc 2, 41-52

1. La Virgen María, la Madre de Jesús y madre nuestra, que en Alcalá honramos bajo la advocación de Virgen del Val, nos ha convocado hoy a todos los hijos de Alcalá de Henares. Como hemos escuchado en el texto del libro de los Hechos, los apóstoles estaban reunidos con María; también hoy nos reunimos con María, cuya imagen contemplamos y cuya presencia nos preside desde el cielo. Toda la ciudad está aquí representada: están presentes la junta y miembros de la cofradía de la Virgen del Val y de las otras cofradías alcalaínas; las autoridades que profesan la fe católica y la devoción a la santísima Virgen; representantes de las distintas casas regionales; los devotos de María. Se unen también a esta celebración los enfermos y aquellos que, por causa del trabajo u otras razones, no están presentes, pero desearían estar con nosotros. A todos nuestra Madre hoy nos abraza, nos acaricia y extiende su manto sobre nosotros. Hoy es fiesta para todos los hijos de Alcalá. 

2. Durante la novena de estos días pasados habéis contemplado a la Virgen del Val desde diversas perspectivas: como oyente de la palabra, como madre, como mujer de fe, como testigo de Cristo al pie de la cruz, como seguidora de quien es Camino, Verdad y Vida. La fiesta de hoy nos brinda la ocasión para contemplarla como discípula del único y gran Maestro, Jesucristo, recogiendo así en esta celebración solemne los distintos matices de la personalidad y riqueza espiritual de esta gran Mujer, Madre de Cristo y madre nuestra.

3. La primera condición de un discípulo es la escucha atenta de las enseñanzas de su maestro. Ésta ha sido una actitud permanente en la Virgen María. En el Antiguo Testamento era habitual que los profetas y los sabios tuvieran discípulos, a quienes inculcaban sus enseñanzas tradicionales (cf. Pro 1,1-8). Pero como la palabra divina es la fuente de toda sabiduría, el ideal no es adherirse a un maestro humano, sino ser discípulo de Dios, como lo fue María. El creyente pone su corazón en Dios para escuchar sus enseñanzas y proclamarlas a los demás; así dice el profeta Isaías: «El Señor Dios me ha dado lengua de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos» (cf. Is 50,4). La Virgen del Val, que escuchó atentamente la palabra de Dios siempre, nos invita a estar atentos a la palabra de Dios y dejar que penetre hondamente en nuestro corazón, para que produzca sus frutos de conversión y de amor. 

4. Los profetas, en el Antiguo Testamento, exhortaban a escuchar las palabras del Señor (cf. 1 Re 22,19; Is 1,10; 39,5; Ez 6,3; Os 4,1; Am 3,1). Pero también invitaban a no escuchar las palabras de los falsos profetas; así, Jeremías pregona: «No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan. Os están embaucando. Os cuentan sus propias fantasías, no cosa de boca del Señor» (Jr 23,16). También hoy, estimados hermanos, existen muchos falsos profetas, que narran invenciones y embaucan a quienes no contrastan estos pareceres de los actuales demagogos con las enseñanzas que provienen de Dios. También en tiempo de María había embaucadores, pero su fino y fiel oído atendía sólo a la voz de Dios.

5. Tal vez nos declaramos devotos de la Virgen y seguimos en nuestro interior las enseñanzas de ciertos embaucadores, que presentan unas opiniones que van en contra de la ley de Dios. Que no nos tenga que decir el Señor lo que les dijo a algunos de sus contemporáneos: «El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios» (Jn 8,47). Jesús más bien anuncia la vida eterna a quien escucha sus palabras, y dice: «En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna» (Jn 5,24). El fiel cristiano, el devoto de María, al igual que Ella, debe seguir las palabras de vida que Dios le ofrece, rechazando las palabras humanas que no salvan, aunque se presenten con rostro atractivo. Hay muchas cosas que nos llegan por los medios de comunicación y que os atraen, pero no son palabra de Dios y no concuerdan con la palabra de Dios muchas veces; más aún, van en contra de la palabra de Dios otras veces. ¡Que la Virgen del Val nos ayude a discernir lo que es simple palabra humana, lo que es opinión pública, lo que es ideología de partido o leyes convencionales, de lo que es realmente Palabra de Dios! 

6. Amar a la Virgen del Val y amar a su Hijo Jesucristo implica escuchar la palabra de Dios y ponerla por obra: «El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado» (Jn 14,24). Quien escucha la Palabra de Dios da buen fruto, como se dice en la parábola del sembrador: «Lo que cae en buena tierra, son los que, después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia» (Lc 8,15). La Virgen del Val nos hace hoy en su fiesta unas invitaciones concretas: en primer lugar, que conozcamos y meditemos la Palabra de Dios escrita en la Biblia; que leamos con suficiente tiempo, antes de las celebraciones, las lecturas que se proclaman los domingos y festivos, para prepararnos y participar mejor. 

7. La Biblia, sin embargo, no puede ser leída como cualquier otro libro. Su autor principal es Dios, que se ha servido de algunos hombres para revelarnos su vida, su amor y su acción salvadora. La Iglesia, con los pastores a la cabeza, es actualmente la depositaria de la palabra de Dios y es la única y auténtica intérprete de la misma. Rechazar las enseñanzas de la Iglesia sobre la fe y la moral cristiana es rechazar las enseñanzas de Dios. ¡Que la Virgen del Val nos ayude a saber escuchar las palabras de vida, las palabras de Dios, y a ponerlas en práctica! ¡Que nos ayude a aceptar, con sencillez y humildad, las enseñanzas que la Iglesia nos ofrece para nuestra salvación!

8. También Ella nos invita hoy en su fiesta a que nos pongamos en actitud orante, contemplando la grandeza de Dios y meditando sus misterios divinos. El rezo del santo Rosario, como solemos hacer, es una manera muy apta y recomendable. A través de la repetición continuada de la misma oración, el Señor nos ayuda a percibir las cosas de la vida desde una luz nueva, propia de la sabiduría divina y nos concede también la paz interior. La sabiduría de Dios nos da un conocimiento y una penetración de las cosas, como no la tienen los sabios ni científicos de este mundo. 

9. Estimados devotos de la Virgen del Val, estimados fieles, la escucha de la Palabra, la actitud orante y la contemplación de las maravillas que Dios obraba en la vida de María, hicieron que Ella prorrumpiera en un cántico de alabanza y de acción de gracias: «Proclama mi alma la grandeza del Señor» (Lc 1,46), exclamó desde lo profundo de su corazón con gran alegría. Ella nos invita hoy a proclamar las grandezas que Dios ha obrado en su vida. La Virgen sin mancha nos anima, igualmente, a agradecer al Señor todos los beneficios que nos concede a lo largo de nuestra vida. ¡Utilicemos para dar gracias a Dios, queridos hermanos, las mismas palabras de la Virgen! ¡Recemos diariamente el cántico del "Magnificat"! ¡Digamos con Ella cada día: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador»!

10. En el evangelio de hoy hemos escuchado el texto de Lucas, que nos relata la subida de la Sagrada familia al templo de Jerusalén durante las fiestas de Pascua, cuando Jesús tenía doce años (cf. Lc 2,41-42). Jesús se queda en el templo entre los doctores, y sus padres, desconocedores de este hecho, emprenden el camino hacia casa. A los tres días, cuando regresan al templo lo encuentran «sentado en medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas» (Lc 2,46). La Virgen María, su madre, le expresa su preocupación y recibe una respuesta inesperada, que no entiende; pero Ella, a quien no se le escapa ningún detalle, «conservaba todo esto en su corazón» (Lc 2,51). 

11. María es la discípula que escucha las palabras de Jesús, el Maestro, y las custodia amorosamente en su corazón. Ella es la colaboradora del Redentor que, según el plan divino, se consagró totalmente y con generosidad a la obra del Hijo. María "es perfecta discípula de Cristo; la Virgen de Nazaret, dando su consentimiento al diseño divino, avanzaba en su camino de fe, escuchando y custodiando la palabra de Dios, permaneciendo fielmente unida al Hijo hasta la cruz, y perseverando con la Iglesia en la plegaria, intensificando su amor hacia Dios, mereció de modo eminente la corona de justicia, la 'corona de la vida', la 'corona de gloria' prometida a los fieles discípulos de Cristo" (Congregación para los sacramentos y el culto divino, Rito para la coronación de la imagen de la Virgen, Roma, 25.III.1981, 5). 

12. Hoy, con vuestra generosidad, le hemos regalado una nueva corona a la imagen de la Virgen que está en la Ermita. Es una corona preciosa y de valor. Ella merece este gesto y mucho más; merece todo nuestro cariño filial, y por ello hacemos este gesto como expresión de nuestro amor filial hacia Ella. La corona material con que hemos adornado la imagen de la Virgen es símbolo de esa otra "corona de gloria", de la que la Virgen goza en el cielo. La corona que contempláis, con ser preciosa, es sólo una muy pequeña expresión de la "corona de la vida", de la "corona de gloria", que Ella posee. Ella nos invita, modelo nuestro, a seguir a Jesucristo para alcanzar también nosotros la misma "corona de gloria", que no se marchita y que nos está reservada en el cielo (cf. 1 Pe 5,4). ¡Ojalá todos los que participamos en esta eucaristía, que asistimos a esta celebración en honor de la Virgen del Val, podamos gozar un día juntos de la corona de gloria, con María!

13. Jesús de Nazaret subrayaba fuertemente el carácter de servicio de la propia misión: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28). La Virgen del Val se ha proclamado en la anunciación 'sierva del Señor', y ha permanecido, durante toda su vida terrena, fiel a lo que este nombre indica, confirmando así el ser una verdadera "discípula" de Cristo. Como nos dice el Papa Juan Pablo II: "María ha llegado a ser la primera entre los que, sirviendo a Cristo también en los otros, con humildad y paciencia llevan a sus hermanos al Rey, a quien servir es reinar, y ha conseguido plenamente aquel estado de libertad real, propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir reinar!" (Juan Pablo II, María Santísima en la vida de la Iglesia peregrina, Roma, 25.III.1987, 41). En esta celebración nos acompañan también, como siempre, algunas "Siervas de María", cuyo carisma y vida es servir como la Virgen María. Este ha de ser también el lema de todos los fieles devotos de María, de todos sus cofrades: servir a Dios y a los demás como María, ser siervos de María; porque servir es reinar.



14. ¡Que la Santísima Virgen María, madre de la Iglesia, diligente oyente de la palabra, discípula fiel del Señor y sierva de Dios, que hoy veneramos bajo la advocación de Virgen del Val, nos conceda poder llevar a cabo los buenos propósitos, que el Señor nos ha inspirado en la fiesta de hoy y nos inspira a lo largo de nuestro camino cristiano! ¡Que la fe en Cristo Jesús sea fermento, sal, luz y vida para todo el mundo, y de modo especial para los devotos de la Virgen del Val! ¡Que Ella, como fiel y fervorosa discípula de su Hijo, que «conservaba todo esto en su corazón» (Lc 2,51), nos ayude con su intercesión a saber escuchar la palabra de Dios, a conservarla y meditarla en nuestro corazón y a ponerla en práctica en cada uno de los momentos de nuestra vida! Así se lo pedimos. Así sea.

Fuente: Arquidiócesis de Madrid