1.
El día 8 de agosto de 1235 las tropas cristianas entraban en
Ibiza. Conscientes de cuanto dice el Salmo 126 “Si
el Señor no construye la casa, en
vano se cansan los albañiles. Si
el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan
los centinelas” vieron en aquella epopeya una señal divina y,
por eso, devotos de la Virgen María quisieron dedicarle el primer
templo de esta ciudad a la Madre de Dios en la advocación mariana más
cercana a ese día. Así, desde los inicios de la Eivissa cristiana,
la Virgen María, con el título de de las Nieves es reconocida como
Madre y Reina de esta Iglesia particular. Un preclaro hijo de esta
tierra, gloria de las letras y canónigo de esta catedral, Mons.,
Isidor Macabích, nos enseñó a cantar un himno cuya evocación
hace salir la más filial y tierna emoción: Set
seges fa que vostro cor mos mostra que sou llum i gombol des vostros
fiis … Mare del Bom Amor, Verge Maria, regnau en nostro cor”.
Con la emoción que
ha caracterizado a los ibicencos desde hace más de siete siglos,
con el filial amor de los buenos hijos de esta tierra, con la fe y
la devoción propia de los cristianos, un año más celebramos hoy
esta fiesta de Santa María.
2.
En el Evangelio leemos cómo en una ocasión una mujer entre el
pueblo levantó la voz y queriendo elogiar a Jesús elogió a su
Madre: “Dichoso el vientre
que te crió y los pechos que te amamantaron”. Y Jesús respondió:
“Más bien, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la
ponen en práctica”. Jesús, con su expresión no disminuye en
ápice la dignidad de su madre, sino que quiere poner en evidencia
la grandeza de su fe, que la guió en su camino y la hace
intercesora y modelo para nosotros.
El Concilio Vaticano II nos enseña que María es la “peregrina de
la fe”. Ella recorrió su camino guiada y sostenida por la fe. La
fe le hizo decir al arcángel Gabriel: “Ecce
ancilla Domini” “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí
según tu palabra”. Desde aquel momento la muchacha de Nazaret
no tuvo otra respuesta ni otro móvil para sus actuaciones.
El “sí” dado al proyecto de Dios en la mañana de la Anunciación
se concreta a continuación en la caridad con su prima Isabel, una
caridad que no es un mero altruismo sino una caridad adornada de la
identidad de la fe y sostenida con la espléndida plegaria del Magnificat.
No se hace verdadera caridad, no se ayuda de verdad al prójimo si
nos mantenemos en el nivel de la mera ayuda material. La caridad
verdadera es la que junto con el progreso humano y sin disociarse
del mismo, busca dar al prójimo necesitado el rostro de Dios. Decía
la Beata Madre Teresa del Calcuta: “Si
no tenemos a Dios, somos demasiado pobres para poder ayudar a los
pobres”. Como María, nuestra caridad se hace con Dios, desde
Dios y por Dios, siendo Iglesia y no una asociación más.
El “sí” de María se concreta en la gruta de Belén, donde su
“Ecce ancilla Domini”
la sumerge en el mar de la crudeza y la falta de humanidad que
en ocasiones distingue a la sociedad dominada por el pecado. La
dureza y la frialdad del corazón humano impidieron a Jesús naces
en unas condiciones mínimas de calor y acogida. María y José,
desprovistos de toda ayuda humana, fueron a buscar una gruta, una
gruta abandonada por los pastores y el sencillo portal de Belén fue
el primer regalo que la humanidad hizo a su Salvador. ¡Qué
misterio! Y María ¿qué hacía? Callaba, y se repetía “Ecce
ancilla Domini, creo, creo, me fío de Dios”. ¡Cuantas veces
a nosotros nos corresponde también sufrir la dureza del corazón
humano, el desprecio, la crueldad. María, Maestra y peregrina de la
fe nos ayuda a decir también entonces “Ecce
ancilla Domini, creo, creo, me fío de Dios” Y con esa
seguridad, con Ella e inspirados por ella trabajamos por desterrar
del corazón de los hombres la crueldad y la ignorancia, aquello que
es impropio del corazón humano, la injusticia y la insolidaridad,
para que la pobreza de Belén sea sólo un recuerdo del amor de Dios
y nunca la condición a la que se encuentren abocados tantos
hermanos.
El “sí” de María lo vemos una vez más en el templo de Jerusalén,
cuando Jesús tenía alrededor de doce años. Al regreso del
cumplimiento de las prescripciones rituales de la antigua ley, José
y María partieron pensando que el Niño Jesús iba en la caravana.
Al darse cuenta de la ausencia del hijo, regresan a Jerusalén,
angustiados, y tras tres días de afanosa búsqueda, lo encuentran
en el tempo, rodeado de doctores. La desconcertante y aparentemente
dura respuesta de Jesús a sus padres hizo pensar a María en el
“sí” de la Anunciación: tenía un hijo que era a la vez el
Hijo de Dios y por eso, el tenía que ocuparse, antes que nada, de
las cosas de su Padre, que es tanto como decir que nada se podía
anteponer a la fidelidad a su misión de salvación mesiánica. Y así
también en los años de la vida pública de Jesús, cuando María,
desde su soledad, reafirmaba su “sí” a lo que Dios quisiera,
cuando Dios quisiera y como Dios quisiera.
El “si” de María alcanza su cumbre al pie de la cruz. Es
estremecedor el relato del Evangelio que hemos escuchado en esta
Misa. Junto a la cruz, María pensaría: ¿dónde está la realización
de las palabras del Ángel Gabriel cuando le dijo que su hijo sería
grande, sería llamado Hijo del Dios Altísimo, que reinaría sobre
la casa de David y su reino no tendría fin? Lo que Maria veía era
a su hijo vituperado, azotado, desangrándose en la cruz. El “sí”
de María alcanza su plenitud en su firmeza al píe de la Cruz. Ahí
María entendió que el proyecto de Dios no se lleva a cabo con
miras humanas. En aquella sangre derramada, en aquel cuerpo llagado
Jesús triunfaba y nos redimía. Con su “si” María colaboraba
en la obra de la Redención.
3.
Hoy vemos, pues, hermanos y hermanas,
a la Virgen del “si”. Nos invita a caminar con Ella. A
poner nuestros pies en las huellas que Ella ha dejado en su camino
de la vida. Si así lo hacemos, seremos también colaboradores en el
plan de Dios. Habremos construido la casa de nuestra vida sobre una
roca firme, que ni los vientos ni las tempestades podrán derrumbar.
Por eso, acojamos a María como Madre, en el hogar de nuestro corazón
como hijo en su casa en discípulo Juan. Dejémonos amar por Ella y
entonces sabremos de verdad lo que es el amor. Podremos entonces
amar y seremos, de verdad, cristianos.
El Concilio nos enseña
(LG, 58) que la Virgen María es la peregrina de la fe. Ella recorrió
su existencia guiada por aquel “si” de la mañana de la
Anunciación. Al final de ese camino, desde lo alto de la Cruz, Jesús
nos la dio como Madre, para que así nos acompañe en nuestro
camino.
4.
El pueblo de Ibiza y Formentera, animado por mi venerado antecesor
Mons. Antonio Cardona Riera, cuyos restos reposan en esta Iglesia
Catedral, quiso dar una sentida prueba de su amor por la Virgen
acogiéndola como Madre y Patrona, coronándola con esplendor como
reflejo de la corona de gloria que no se marchita. En efecto, el 9
de octubre de 1955 –hace cincuenta años- en el Paseo de Vara del
Rey, centro neurálgico de la ciudad, con asistencia de las
autoridades civiles y militares, el Nuncio de Su Santidad en España,
Mons. Hildebrando Antoniutti, colocó en la sien de la Virgen y del
Niño la espléndida corona que hoy luce como testigo del amor de
los ibicencos por su Madre.
No les importaron a los ibicencos los sacrificios que la corona les
habia costado. Fue un acto de amor, digno de ser recordado y
renovado. Decía la prensa local en aquella ocasión: “Ninguno de
los ibicencos supimos antes de cosa igual… la emoción hizo brotar
lágrimas de muchos ojos”.
Con esa misma emoción os invito a celebrar este año el Cincuenta
aniversario de aquel memorable acontecimiento, las Bodas de Oro de
la Coronación Canónica de la Patrona de la Diócesis. Sea la
celebración de las Bodas de Oro de la Coronación un momento de
gracia para todos.
Sirva para renovar el impulso evangelizador de esta Iglesia local,
al estilo de María, valiente anunciadora en el Magnificat de las
maravillas de Dios en la historia.
Sirva esta celebración para consolidad y acrecentar el dinamismo de
la caridad, al estilo de la Virgen, siempre atenta a las necesidades
de los demás.
Sirva esta celebración para acrecentar la comunión eclesial entre
todos los que formamos la Iglesia diocesana de Ibiza.
Sirva esta celebración para reforzar los lazos de fraternidad entre
todos los que somos hijos de tan tierna Madre.
Sirva esta celebración para que el compromiso de todos los fieles
ibicencos, de los sacerdotes, religiosas y religiosos para construir
una Iglesia viva, dinámica y acogedora.
Desde el 8 de octubre, con el canto de las I Vísperas de Santa María
hasta el 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción
esta Iglesia Catedral será testigo del amor de los ibicencos y
formenterenses por su Madre y por su Reina, por su Virgen y Patrona.
Todas las parroquias, grupos apostólicos, movimientos e
instituciones, tanto civiles, recreativas, culturales, deportivas,
académicas, todas sin excepción están invitadas a participar en
este homenaje a la Virgen de las Nieves en el Cincuenta Aniversario
de su Coronación. Los sacerdotes irán dando indicaciones a los
fieles sobre el orden de las celebraciones, pero mientras llega ya
ese momento, tomenos el compromiso de participar en las mismas. Que
nadie se sienta excluido.
Que la acogida a esta invitación al amor por nuestra Patrona haga
realidad lo que tantas veces hemos cantado:
“No passi nit ni dia, sense
fer-vos pregàries i llaor, Mare del Bon Amor “, pues el mejor
deseo para esta amada tierra es que sea una realidad el deseo de que
“Eternament Eivissa i Formentera siguen postres del tot.
Eternament”
Así, y sólo así, nuestro pueblo será un pueblo justo, honrado,
trabajador, solidario y pacífico, un pueblo sobre la vía
del auténtico progreso integral.