A
LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS Y FIELES
CON
MOTIVO DE LAS
BODAS
DE ORO DE LA
CORONACIÓN DE LA VIRGEN DE LAS NIEVES
Queridos
hermanos en el Sacerdocio,
Amados
religiosos y religiosas,
Fieles
todos muy queridos en el Señor:
1.
Santa María, la Madre de Dios y de la Iglesia, mujer
evangelizada y evangelizadora ha guiado el camino de la Iglesia en
Ibiza y Formentera. Cuando el 8 de agosto de 1235, las tropas
cristianas entraron en Ibiza pensaron enseguida en dedicar el primer
templo a la Virgen María. Más de siete siglos después, el 9 de
octubre del año 1955 nuestra diócesis de Ibiza vivió una jornada
inolvidable con motivo de la Coronación canónica de la Virgen de
las Nieves. La víspera, y por primera vez, la venerada imagen que
preside el altar mayor del primer templo diocesano salió en procesión
desde la Catedral hasta la Parroquia de la Santa Cruz. La llevaban a
hombros los Hombres de Acción Católica, presidía la procesión mi
venerado antecesor Mons. Antonio Cardona Riera, de santa memoria, y
la acompañaba un gran número de devotos. Al llegar el cortejo al
barrio de la Marina, un gentío recibió a la Virgen con aplausos
entusiastas, que –según cuenta las crónicas de la época- la
acompañaron hasta el nuevo templo parroquial. Es enternecedor
recordar cómo las madres levantaban a sus hijos pequeños como para
que recibieran la bendición de Aquella que es Madre nuestra o
invitaban a los mayores a que con la mano le enviasen besos. Eran
expresiones de un fervor popular que caracterizaba, y debe seguir
caracterizando, a los hijos e hijas de Ibiza y Formentera, hombres y
mujeres de honda tradición católica que verdaderamente hacían
realidad aquella frase del Himne del Centenari compuesto por el
benemérito Mons. Isidor Macabich: “No
passi nit ni dia, sense fer-vos prègaries i llaor.”
El
mismo día de la Coronación a las cuatro de la tarde, la venerada
imagen salio desde la Parroquia de Santa Cruz, rodeada de las salvas
de aplausos y otras expresiones de amor hasta el lugar señalado
para la Coronación. Tras una solemne Misa de Pontifical, que ofició
el Nuncio Apostólico en España, Mons. Hildebrando Antoiniutti, y
después de la lectura de la Bula Pontificia que concedía la
Coronación canónica, fueron colocadas sobre la cabeza de la Virgen
y del Niño sendas coronas áureas realizadas con la aportación de
tantos fieles de la diócesis como expresión del amor que sentían
hacia su Patrona, y cuyos nombres se custodian en un libro en el
retablo mayor de la Catedral.
Fue
realmente un día glorioso para Ibiza. Un día de los que hacen
historia. Un día cuyo significado no puede caer en el olvido. Por
eso, ahora cincuenta años después, hemos de revivir los
sentimientos que animaron a los fieles de entonces a fomentar con
aquella celebración el amor y la devoción a la Virgen María, que
acompaña el caminar de la Ibiza cristiana.
He
querido, pues, que esta efeméride no pase desapercibida para
nuestra diócesis y deseo, por tanto, invitaros, amados sacerdotes,
religiosos y religiosas y fieles todos, a celebrar con diversos
actos este momento de nuestro camino como Iglesia particular.
Quisiera que el fervor y el amor de hace medio siglo permanecieran
vivos como entonces, y bajo el amparo y la mirada misericordiosa de
nuestra Patrona caminemos por las sendas de la justicia y la paz,
del servicio al prójimo y de la caridad fraterna hacia el encuentro
gozoso con el Señor.
2.
¿Qué sentido tiene
el recuerdo de los acontecimientos?
Para
el creyente, la historia tiene importancia porque con la Encarnación
Dios mismo ha tomado nuestra carne y ha entrado en la historia. En
cierto modo podemos decir que la historia se convierte en el lugar
donde Dios sale al encuentro del hombre, de todo hombre, para
tenderle la mano y hacerlo partícipe de su salvación.
El
pueblo de Israel, el pueblo de la antigua Alianza, en medio a sus
vicisitudes encontró en la celebración la memoria de las
intervenciones de Dios en la historia fuerza para perseverar en su
fe y confianza en el Señor, aún cuando tuviera que vivir en
cautividad o en el exilio. Recordando las maravillas que hizo Dios a
favor suyo, mantuvo su esperanza y salvaguardó su identidad como
pueblo elegido. Resulta aún conmovedor recordar como se celebraba
el recuerdo de la noche de la creación del mundo, la evocación de
la promesa hecha a Abrahán y su linaje y, muy especialmente, la
memoria de la noche santa de la Pascua, cuando los israelitas se
vieron liberados de la esclavitud de Egipto y se pusieron en camino
hacia la tierra prometida.
En
ese espíritu, el Nuevo Testamento nos presenta cómo los primeros
cristianos celebraban semanalmente en el domingo la verdadera y
definitiva Pascua, la Resurrección del Señor, con la celebración
de la Eucaristía, que conmemora y revive el misterio de la Pasión,
Muerte y Resurrección de Jesucristo, nuestro Salvador. Desde
entonces, la Iglesia no ha dejado de celebrar así el memorial de
nuestra Redención.
También
en la vida ordinaria de las personas, el recuerdo de acontecimientos
de nuestra vida es motivo de alegría y mueve a distintas
celebraciones; así, festejamos nuestros cumpleaños, los
matrimonios festejan diversos aniversarios, como las Bodas de Plata,
de Oro o de Diamante, o también por ejemplo las instituciones públicas
o privadas rememoran sus nacimiento con diversas actividades,
tendentes a dinamizar los principios que las hicieron nacer. Estas
celebraciones tienen un papel importante y significativo en la vida
de los individuos y de las comunidades.
El
tiempo, pues, queridos hermanos, es importante en la vida de las
personas. A este respecto, me complace ahora recordar lo que escribía
el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II en la Carta apostólica “Tertio
Millennio Adveniente” en el núm. 10 donde dice: “En
el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro
de su dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la
historia de la salvación… En Jesucristo, Verbo encarnado, el
tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es
eterno. De esa relación de Dios con el tiempo nace el deber de
santificarlo”
3.
El cumplimiento de una profecía: “Desde
ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha
hecho obras grandes por mi” (Lc 1, 48 )
Al
dejar el ángel Gabriel la casa de Nazaret, después de anunciar que
había llegado el momento culminante, es decir, que el Verbo se había
hecho carne en las entrañas purísimas de la Virgen María, Ella,
casi contagiada por el misterio de amor presente en su seno, se pone
en camino para manifestar el fruto del amor: amar y servir. Cuando
María e Isabel se encuentran tiene lugar una escena que nunca ningún
pintor podrá describir en su radicalidad: las dos mujeres,
iluminadas por el Altísimo, pronuncian unas vibrantes palabras a
las que el tiempo les ha dado la razón y ha descubierto su profunda
verdad. Si Isabel exclama: “Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1,
42). María por su parte, responde con el Magnificat
(Lc 1,48-53), donde entre otras cosas anuncia: “Desde
ahora me felicitarán todas las generaciones”. Y así ha sido
a lo largo de los siglos y
así será hasta el final de la historia.
¿Cómo
puede ser que una muchacha sencilla, de un pueblo casi desconocido
en su época, haya podido trazar un cuadro tan exacto de la
historia? La explicación está en que María, mujer de fe, ve las
cosas desde la óptica de Dios: la fe audaz y total de la Virgen en
la mañana de la Anunciación la dota de un conocimiento que brota
desde la esencia misma de la Verdad, esa Verdad que la ha poseído y
a la cual Ella se ha entregado: mirando la historia con la misma
mirada de Dios, no tiene miedo de decir el anuncio gozoso del Magnificat.
¡Gran misterio el de la fe! Oculta las cosas a los potentes y las
revela en su verdad a los sencillos. Dios eligió a María porque
era sencilla, humilde, pura, sin orgullo ni doblez y así Ella nos
ha enseñado más de lo que nos pueden enseñar mil bibliotecas. María
creyó, se hizo esclava del Señor y la fe le hizo ver en
profundidad y su Magnificat,
pronunciado por primera vez a casi dos mil años de distancia de
nuestros días sigue siendo la más alta y exacta lectura de la
historia.
Y
en esa historia, las generaciones, una tras otras hemos felicitado a
Maria. Tenía razón la humilde muchacha de Nazaret, cuando movida
por el Espíritu Santo cuando dijo: “Desde
ahora me felicitarán todas las generaciones”. Millares de
catedrales, santuarios, templos y ermitas se han levantado en su
honor, multitud de celebraciones a lo largo de los dos milenos
pasados hasta ahora han felicitado a María. En esa sucesión de
felicitaciones a María, hace ahora cincuenta años los ibicencos
colocaron una hermosa corona a María, y nosotros hoy lo recordamos
y celebramos con ánimo agradecido y de fe.
4.
¿Qué significa la
coronación?
Si
quisiéramos responder a esta pregunta, podríamos decir
sencillamente que es un acto de amor, de amor mezclado con la
veneración, con el respeto, con la admiración. Hace unos días,
contemplando el espléndido mosaico de la Basílica de Santa María
in Trastevere, en Roma, y meditando las
celebraciones que se nos avecinan, ante aquella magnifica escena que
nos presenta a Jesucristo glorioso, miraba con renovado asombro la
tierna figura de la Virgen coronada que aparece a su derecha. El anónimo
autor de aquella espléndida obra de arte supo plasmar en las
teselas de piedra la mirada complacida de Jesús ante la Madre
coronada, una corona conquistada con las armas de la fe, la
esperanza y la caridad y, que precisamente por ello es imperecedera.
Ese
mismo gesto de coronar a la Madre es el que los fieles de la diócesis
de Ibiza hicieron hace medio siglo años y ahora nosotros nos
disponemos a renovar. Los fieles ibicencos al coronar a la Virgen de
las Nieves proclamaron algunas verdades que en esta ocasión
quisiera recordar para que su evocación nos mueva hacia la perfección
en la vida cristiana.
a)
La corona es símbolo de realeza: María es invocada por la
piedad de los cristianos como “Reina y Madre de Misericordia”. A
lo largo de los siglos, la corona en la sien de los monarcas ha
significado su poderío. En la cabeza de la Virgen nos recuerda que
Ella es la “omnipotencia suplicante”, la que, en virtud de su íntima
relación con Cristo, intercede por nosotros y nos alcanza, si lo
pedimos con confianza, aquellas gracias necesarias para nuestro
bien. Por ello, ante la Virgen coronada podemos exclamar con razón:
“Salve Regina, Mater
misericordia, vita, dulcedo, spes nostra, Salve”.
b)
La corona es también la expresión de la culminación de una
obra. En la Virgen María la corona nos manifiesta que en Ella Dios
ha culminado su obra, pues ella es la criatura más perfecta; que en
Ella, Inmaculada desde su concepción, Todasanta en el resto de su
vida, Dios ha vencido. La perfección deseada por Dios para la
creación alcanza su realización más plena en María. La corona es
también, pues, una proclamación de la perfección de la Virgen
Santísima.
c)
La corona es también un premio, un galardón, una
recompensa. La Virgen Santísima ha recibido de Dios una gracia
singular a la cual ha correspondido con la santidad de su vida, toda
ella entretejida de fidelidad en las pruebas, de esperanza en las
promesas, de caridad en el obrar. Ella se comprometió en la gozosa
mañana de la Anunciación a ser la esclava del Señor, la sierva
entregada, la contemplativa ardiente. Por eso, al concluir su misión
recibe la corona de gloria que no se marchita.
d)
La corona es así mismo un signo de la victoria. El libro del
Apocalipsis nos presenta la lucha entre el dragón y la mujer. En
esa escena, la Iglesia ha visto siempre una representación del
triunfo de la Virgen sobre el mal, sobre las tentaciones del
maligno. Vencedora, puede decir con san Pablo: “He
combatido bien el combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la
fe, ahora me aguarda la corona merecida”. Esa corona en el
caso de la Virgen está representada en la corona que los ibicencos
de hace cincuenta años colocaron en las sienes de la Virgen de las
Nieves y nosotros, con las celebraciones de este año, idealmente la
volvemos a poner.
e)
La corona es signo de esperanza. Jesucristo les advierte a
sus discípulos: “Confiad
en mi yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). El futuro es
Cristo, Él es el destino último de la historia, aunque a veces los
acontecimientos pudieran hacer pensar lo contrario. Esos
acontecimientos sólo pueden dar coronas contingentes. La corona
gloriosa de la Virgen es imperecedera y expresión de que el camino
que recorrió y las opciones que hizo conducen a Cristo, y en Cristo
a la Trinidad. A este respecto, la Constitución apostólica Munificentissimus
Deus, del Papa Pío
XII sobre el dogma de la Asunción de la Virgen a los cielos dice así:
“Terminado el curso de su
vida terrena, fue asumida en cuerpo y alma a la gloria celestial y
encumbrada por el Señor como Reina universal, con el que de que se
asimilara en forma más completa a su Hijo, Señor de los Señores y
vencedor de la muerte y del pecado” (AAS 42, 1950). La Virgen
coronada es una llamada a la esperanza en Cristo, que no defrauda,
de fidelidad a Él y de adhesión a su mensaje.
Otros
signos pueden atribuirse también a la corona: el de martirio, el de
la grandeza, del brillo y del esplendor. Acercándonos a ellos
encontraremos motivos para comprender mejor el significado de la
Coronación de la Virgen, su importancia para nuestra vida cristiana
y sobre todo, lo que expresa de la santidad de su vida y de llamada
a nuestra santificación personal.
5.
Frutos y
consecuencias de la evocación de la Coronación de la Virgen de las
Nieves.
El
Concilio Vaticano II nos enseña que la Virgen María es modelo para
los cristianos y para la Iglesia. En nuestra diócesis la
Virgen coronada de las Nieves, Santa María d’Eivissa, se
convierte en un precioso modelo que imitar en nuestro camino de discípulos
de Jesucristo, Maestro de toda perfección. Por eso, imitándola a
Ella, y bajo su materna protección podremos alcanzar también
nosotros la corona de gloria que no se marchita, según la conocida
expresión paulina más arriba citada. Vamos a ver algunos trazos
que caracterizan a la Virgen Santísima para aplicarlos a nuestra
vida personal y eclesial.
a)
María,
evangelizada, es modelo para nosotros.
En
la mañana de la Anunciación la Virgen Santísima, la humilde
doncella de Nazaret fue evangelizada por el arcángel Gabriel,
enviado por Dios para darle la buena noticia de que con la
colaboración de Ella, el Verbo se encarnaba en su seno y la salvación,
que se había prometido al inicio de la historia humana manchada por
el pecado (Cf. Gn 3, 15), iba a ser una realidad. María es
evangelizada y acoge el anuncio del ángel con gratitud, humildad y
confianza.
También
nosotros, queridos hermanos, somos continuamente evangelizados por
Dios a través de la Iglesia. Los sentimientos de María nos ayudan
a acoger la evangelización, es decir, la recepción de la Buena
Nueva que Dios nos quiere continuamente comunicar, con la misma
actitud de la Virgen de Nazaret.
En
un momento de la historia en el que el secularismo y la indiferencia
religiosa están tan extendidos; en el que tantas voces hacen difícil
escuchar la voz auténtica de Dios, el único que es capaz de dar
vida y darla en abundancia (Cf. Jn 10,10), la Virgen evangelizada
puede ser un modelo para animarnos a conocer más nuestra fe, a
acoger sus verdades, a hacer nuestras opciones de vida.
Ojalá
que la celebración de estas Bodas de Oro de la Coronación canónica
de la Virgen de las Nieves sea un momento para ser evangelizados,
para que nuestra fe no se aletargue ni se duerna, sino que progrese
continuamente y podamos ante nuestros hermanos, los hombres y
mujeres de este momento, “dar
razón de nuestra esperanza en la vida eterna” (1Pe 3,15).
Ser evangelizados supone también participar en las distintas
actividades formativas de nuestras parroquias, grupos y movimientos
eclesiales. Que sea un momento de verdadera evangelización, de
nueva evangelización en sus métodos, en su ardor, en su extensión.
Que en nuestras parroquias todos: sacerdotes y fieles, sientan el
deseo de recibir con renovado entusiasmo la Palabra de Dios. En un
momento tan lleno de desafíos e interrogantes sobre el futuro de la
humanidad, cuando parece que la esperanza decae, la inseguridad en
todas sus expresiones crece por doquier es menester recuperar la
confianza en Dios, que nunca ha abandonado a sus fieles. Es menester
ponerse en actitud de ser evangelizados continuamente para que las
zarzas, los espinos o el polvo del camino (Cf. Mt 13, 1-23) no
impidan que crezca en nosotros la buena semilla del Evangelio, que
fue sembrado en el campo fecundo de nuestra existencia. Es el
momento de intensificar, de todos los modos posibles, la recepción
del Evangelio en cada uno de nosotros.
Deseo
que las parroquias de la diócesis, los movimientos apostólicos y
nuevas comunidades presentes, así como las diversas instituciones
eclesiales diocesanas de las que disponemos, pongan en marcha la
“imaginación de la evangelización” y que los fieles todos se
acojan a esa ayuda para crecer en la fe. Es tal vez el momento de
evangelizar de nuevo a los catequistas y otros agentes de pastoral
para que puedan llevar a cabo con más eficacia su misión; es el
momento de revitalizar o crear donde no existan, los consejos
parroquiales y arciprestales de pastoral, germen del Consejo
Pastoral Diocesano para que la fuerza de la evangelización se
extienda más y más en nuestras tierras insulares.
b)
María evangelizadora modelo para nosotros.
Apenas
concluido el diálogo con el arcángel Gabriel, la Virgen se puso en
camino y fue hasta la casa de su prima Isabel (Cf. Lc
1, 29-20), como nos enseña el Evangelio. Allí María le
anuncia las maravillas de Dios. Y así las dos mujeres se fundieron
en un abrazo, expresión de alegría por haber recibido la Buena
Noticia.
Una
vez evangelizados hemos de ser evangelizadores. Vivimos unos tiempos
en los que es necesaria una nueva evangelización, nueva en sus métodos,
en su ardor, en sus expresiones. Evangelizar no es anunciar una
idea, una teoría o una ideología, pues éstas no son capaces de
salvar al hombre. Evangelizar es anunciar a una persona, Jesucristo,
que nos ama y nos salva y continuamente quiere hacernos oír su voz
amiga, que pide entrar en nuestro corazón, en nuestra vida. El
mejor y más precioso servicio que los cristianos podemos prestar en
este momento a la sociedad es evangelizar.
Con
alegría y esperanza podemos constatar cómo en nuestra diócesis,
junto con los sacerdotes, religiosos y religiosas, contamos también
con catequistas, profesores de religión y moral católica,
animadores de grupos, etc. que colaboran en la difusión del
Evangelio con generosidad y entrega en muchas ocasiones ejemplares.
Es el momento de que estos grupos se vean aumentados con nuevas y
valiosas incorporaciones: que muchos se pongan a recorrer el camino
del evangelizador y, con la palabra y el ejemplo, anuncien las
maravillas de Dios a los hombres y mujeres, a los jóvenes, los niños,
los ancianos, las familias, a quienes han nacido aquí y a quienes
nos visitan.
A
veces el hombre actual aparece cansado o desilusionado ante la
aventura de la vida; el mundo en ocasiones parece que no tenga alma.
Y los resultados de esa situación son desgraciadamente visibles: si
vive en medio al error, especialmente en el campo moral, en lugar de
caminar iluminados por la verdad; el relativismo moral se impone
como norma de conducta, ofreciendo el falso fruto de la cizaña en
lugar de bueno del trigo (Cf. Mt 13, 24-30); se presenta como legítimo
lo que no lo es; las leyes incluso no favorecen en determinadas
circunstancias a las exigencias del bien común; se suceden los
ataques a la vida y a la dignidad de la persona; se debilita la
institución familiar, célula fundamental de la sociedad, poniéndola
al nivel de otras uniones que no pueden ser consideradas como tal;
se prescinde de Dios, se vive al margen de Dios, sin Dios o, lo que
es peor, contra Dios; se presenta la religión como un asunto
personal, privado, personal, sin relevancia alguna exterior o
social.
Frente
a esa situación, que puede parecer triste, lo que la sociedad
actual necesita es evangelización, y evangelizar ha de ser el
compromiso más querido y urgente de todo el pueblo de Dios.
c)
Imitar a María es hacer y repetir sus mandato en las Bodas
de Caná: “Haced lo que Él
os diga” (Jn 2,5).
El
pueblo de Caná de Galilea se ha hecho famoso por unas bodas a las
que asistió Jesús con su Madre. En aquella ocasión, después de
una conversación entre ellos dos al respecto de la hora de Jesús
(Cf. Jn 2,4), Maria se limita a decir: “Haced
lo que Él os diga”. Son las últimas palabras de la Virgen
que nos narra el Evangelio. Esta expresión es una petición, una súplica
que Ella entrega a todos los hombres, un mandato hecho por una
persona sencilla y humilde pero que están dictadas por su apuesta
por la verdad, por el conocimiento derivado de la fe y, sobre todo,
por el amor hacia la humanidad. Es el ruego de la Madre a todos
aquellos que un día va a recibir como hijos.
Hacer
lo que nos dice Jesús es alcanzar nuestra plenitud y nuestra
madurez como hombres. En efecto, Jesús es el modelo perfecto del
hombre nuevo y, como Él mismo enseña “Sin
mí no podéis hacer nada” (Cf. Jn
). Así como los sarmientos si no reciben la savia de la vid
no producen fruto, si no recibimos la vida de Jesús no podemos dar
frutos de vida eterna (Cf. Jn 15, 1-7).
El
recibir con renovada acogida esta súplica de la Virgen en este
momento tiene que hacer nacer en nosotros un sincero deseo de
conversión. Ya las primeras palabras de Jesús en el Evangelio de
San Marcos (Cf. 1,15) fueron una invitación a la conversión. En
Cana de Galilea la Virgen se suma a esa llamada de Jesús a
convertirse, a ser verdaderos discípulos de Jesús, a ser auténticos
cristianos, a ser seguidores de Jesús siempre y en todas partes.
Desearía
que estas celebraciones las viviéramos todos como una llamada a una
conversión más auténtica, decidida, audaz.
d)
María
es modelo de oración:
Imitar
a María es ser, como Ella, personas que oran. No se puede alcanzar
la santidad sin practicar asiduamente el arte de la oración. Y en
la escuela de María se aprende a orar, pues Ella nos conduce hacia
la unión con Jesús, “fruto bendito de su vientre”. En el
cielo, decía un sabio párroco, nos podremos encontrar con personas
que no han sido obispos, que no han sido sacerdotes, que no han sido
monjes, que no han sido mártires, etc.… lo que no podremos
encontrar serán personas que no han sido orantes. Sin la oración
no sólo nos quedamos en las filas de los cristianos mediocres, sino
sobre todo con cristianos en peligro constante ante los grandes
desafíos que exige afrontar la respuesta cristiana.
Con
Jesús nos unimos en la oración no sólo en la petición de ayuda,
sino también en la acción de gracias, alabanza, adoración,
contemplación, escucha y afecto.
La
contemplación de María tiene que suscitar en nosotros un sincero
deseo de oración, a nivel personal y comunitario. ¡Cómo me gustaría
que acogiéramos el deseo del Papa Juan Pablo II de que nuestras
parroquias sean “verdaderas escuelas de oración”. Este mismo
Papa, en su última encíclica “Ecclesia
de Eucharistía” nos habla de María como “mujer eucarística”
(cf. Núms. 53-58). En este texto, citando su anterior Carta apostólica
Rosarium Virginis Mariae,
nos la presenta como Maestra en la contemplación del rostro de
Cristo, una contemplación que adquiere una dimensión profunda en
el misterio eucarístico, pues Ella por la relación singular que
mantiene con el Santísimo Sacramento puede guiarnos hacia Él.
El
libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a María junto
con los Apóstoles concordes en la oración (Cf. Hch 1,14). Esto nos
induce a pensar razonablemente en su presencia eucarística (Cf. Ecclesia
de Eucharistia”, 53).
Con
esta enseñanza del Magisterio de la Iglesia, está claro que el
amor y la devoción a Santa María de los ibicencos y formenterenses
ha de traducirse también en una asidua participación en la
Eucaristía, especialmente en la Misa dominical. Para los cristianos
no es un buen propósito, sino una necesidad, como les decían a sus
perseguidores los Santos Mártires de Cartago, en los primeros
tiempos del cristianismo: “¡No
podemos vivir sin el domingo”, es decir, no podían vivir sin
la Eucaristía dominical.
Así
mismo, ante el ejemplo
contemplativo de la “mujer eucarística”, ¿no sería el momento
adecuado para recuperar en nuestras parroquias y comunidades el
culto y adoración eucarísticas? Dice Juan Pablo II: “En
muchos lugares, además,
la adoración del Santísimo Sacramento tiene una importancia
destacada y se convierte en fuente inagotable de Santidad”
(Cf. Ibíd., 10). ¡No podemos resignarnos al peligro de un abandono
casi total del culto de adoración eucarística! Desearía que en
todas las parroquias, al menos semanalmente, se tuviera la adoración
eucarística, en horario conveniente y según la oportunidad del
lugar, para junto con María contemplar la belleza seductora y la
amistosa presencia de Jesucristo. Allí, en actitud de fe en la
presencia real del Verbo Eterno, podremos no sólo gozar de su compañía
amorosa, sino implorar toda clase de gracias y muy especialmente la
paz para el mundo y para los corazones de todas las personas, el
bien de la sociedad, las vocaciones sacerdotales y religiosas de las
que tan necesitados estamos. A este respecto, me complace citar el
ejemplo de nuestra Iglesia Catedral, santuario que custodia la
imagen de Santa María de las Nieves, donde todos los días en las
horas de la tarde, he podido instaurar la Exposición de Santísimo
Sacramento: ¡qué este ejemplo cunda en la diócesis!
6.
Conclusión.
Hace
cincuenta años los ibicencos y formenterenses colocaron una áurea
corona en las sienes de la Virgen y del Niño. Después de medio
siglo vamos a repetir este gesto. Esta vez no será una corona
material, sino una corona espiritual. Dicha corona estará formada
por las acciones nobles de los cristianos de nuestra diócesis más
comprometidos en la evangelización, en la vida litúrgica y en la
acción caritativa de la Iglesia.
Una
de las expresiones visibles de esa corona espiritual será una obra
social que erigiremos en recuerdo de esta efeméride. Por tanto, os
animo a contribuir, también materialmente mediante donativos, bien
en las visitas a la Catedral, o bien a través de las parroquias,
para que cuando clausuremos esta solemne celebración de las Bodas
de Oro podamos ofrecer a la Virgen Santa María el testimonio
imborrable de nuestro amor con una obra a favor de los necesitados,
pues el amor se muestra con amor.
Queridos
sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, permitidme que concluya
esta mi primera Carta Pastoral que como Obispo os envío con las
mismas palabras que en la Catedral he dirigido a Santa María de las
Nieves, la Madre de Dios, la Madre coronada de los ibicencos y
formenterenses:
“Virgen
y Madre nuestra de las Nieves,
Santa
María d’Eivissa,
Que
desde hace más de siete siglos has acompañado la fe del pueblo
ibicenco:
En
tus manos pongo los gozos y esperanzas
Las
tristezas y sufrimientos de todos tus hijos.
Implora
para mí y para los sacerdotes los dones del Espíritu Santo,
Para
que fieles a las promesas del día de nuestra ordenación,
Podamos
ser incansables mensajeros de la Buena Nueva,
Especialmente
entre los más pobres y necesitados,
Entre
los alejados y los indiferentes.
Infunde
en los religiosos y religiosas
Tu
ejemplo de total consagración a Dios
Para
que el abnegado servicio que prestan a los hermanos
Se
manifieste en todas sus actividades.
Madre
de la Iglesia en Ibiza, anima a los fieles laicos
A
comprometerse seriamente en las tareas de la nueva evangelización
Y
sean los apóstoles del Tercer Milenio
También
con el gozoso testimonio de su vida
Protege
a todas las familias de Ibiza y Formentera
Para
que sean auténticas iglesias domésticas
Donde
se custodie el tesoro de la fe y de la vida,
Se
enseñe y se practique la caridad fraterna.
Ayuda
a todos los católicos a ser sal y luz para los otros,
Como
auténticos testigos de Cristo,
Presencia
salvadora del Señor,
Instrumentos
de paz, de alegría y de esperanza.
Madre
y Reina coronada de Ibiza y Formentera,
Ilumina
a nuestras autoridades
Para
que trabajen por el progreso integral de todos,
Tutelen
los valores morales y sociales que hacen dignos a los pueblos.
Ayuda
a cada uno de tus hijos e hijas
Para
que con Cristo, nuestro hermano y Señor,
Caminemos
juntos hacia el Padre
En
la unidad del Espíritu Santo.
Amén”
A
todos, mi afecto y mi bendición.
En
la Santa Iglesia Catedral de Ibiza, bajo la mirada amorosa de la
venerada imagen de la Virgen de las Nieves, el 9 de octubre de 2005,
cincuenta aniversario de la Coronación Canónica
+
Vicente Juan Segura
Obispo
de Ibiza