Fiesta de la Virgen de la Cabeza (Homilía)

Mons. Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares, España

 

Lc 2, 41-52
1. Hoy celebra esta comunidad cristiana, de Pozuelo del Rey, la fiesta de Nuestra Señora la Virgen de la Cabeza. La Virgen María nos congrega a todos en un gesto maternal, como la madre congrega a sus hijos entorno a ella. Hoy queremos honrar y venerar a la Virgen de la Cabeza, como madre nuestra y como reina nuestra. 

2. El texto del libro del Apocalipsis, proclamado hoy, nos presenta dos señales en el cielo: en primer lugar, una Mujer. Dice el texto: «Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1). La mujer «está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12, 2). En la imagen de la Virgen de la Cabeza que veneramos, que está ante nuestros ojos, la vemos también coronada de estrellas, con la luna bajo sus pies. Pero, a diferencia de la mujer del libro del Apocalipsis, tiene a su hijo en su regazo; es una madre que ya ha dado a luz. El segundo signo que aparece en esta visión de Juan es un Dragón: «Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas» (Ap 12, 3). Este dragón le hace la guerra a la mujer y a su descendencia: «El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz» (Ap 12, 4). 

3. La mujer del Apocalipsis personifica al pueblo de Dios, la Iglesia, y personifica también a María, la Virgen, puesto que ella es "figura de la Iglesia", en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo (cf. LG, 63; San Ambrosio, Expos. Lc, II, 7). La lucha de Satanás va dirigida a María y a la Iglesia. Como dice el Papa Juan Pablo II: "Contra María y la Iglesia se levanta el dragón, que evoca a Satanás y el mal, como lo indica la simbología del Antiguo Testamento: el color rojo es signo de guerra, de masacre, de sangre derramada; las 'siete cabezas' coronadas indican un poder inmenso; mientras que los 'diez cuernos' evocan la fuerza impresionante de la bestia, descrita por el profeta Daniel (cf. 7,7), imagen también del poder prevaricador que amenaza a la historia" (Juan Pablo II, Audiencia General, 14.III.2001, 1).

4. El bien y el mal, estimados hermanos y devotos de la Virgen, se enfrentan. María, su Hijo y la Iglesia representan la aparente debilidad y pequeñez del amor, de la verdad, de la justicia. Contra ellos se desencadena la monstruosa energía devastadora de la violencia, de la mentira y de la injusticia. Los fieles cristianos formamos parte de la Iglesia y somos hijos de la Virgen María por adopción. También contra nosotros está declarada la guerra de Satanás. Hay muchas formas de esta lucha, comenzando dentro de nosotros mismos. Todos somos conscientes de que en nuestro interior hay una tensión interna y una lucha, que nos impide hacer el bien que deseamos y que nos impele a hacer el daño que no queremos, como bien lo define Pablo en su carta a los Romanos (cf. Rm 7,15-20). Dentro del corazón de cada uno de los cristianos el diablo hace la guerra, como vemos en el libro del Apocalipsis que el dragón hace la guerra contra la mujer, es decir, contra la Virgen y contra la Iglesia. Esta experiencia la vivimos cada uno de nosotros, estimados fieles, y eso quiere decir que el diablo lucha contra vosotros. Si ese lucha no fuera fruto del diablo, tendríamos que admitir que los agentes del mal somos nosotros. Pero en realidad es el diablo quien nos induce a hacer daño. La naturaleza del hombre está dañada por el pecado, pero no está totalmente corrompida ni muerta. 

5. La fiesta de la Virgen nos lleva también a renovar nuestra fe en la salvación, que Cristo nos ha traído. Y nos exhorta a tener en cuenta las fuerzas del mal, que nuestra sociedad, a veces, nos presenta como no existentes. La sociedad se ríe del diablo, cuando se habla de él; pero el diablo existe; está representado por el dragón, como hemos visto en el texto del Apocalipsis. El diablo ha hecho la guerra a la mujer por excelencia, la Virgen, y también a la Iglesia; lo ha hecho desde siempre y lo está haciendo hoy a la Iglesia, en cada uno de nosotros. Muchos cristianos han derramado su sangre, estimados hermanos, a lo largo de los siglos.

6. También hoy está siendo derramada la sangre por profesar la fe en Jesucristo. Hay gente que es encarcelada, vituperada y asesinada por causa de la fe, por profesar la fe en Cristo Jesús y en María, su madre. Nos han llegado noticias en estos días de que el partido comunista ha expulsado de Rusia a diversos sacerdotes y algún obispo, porque se les prohíbe profesar la fe católica y anunciar el Evangelio. Hace poco ha fallecido, con 74 años, el cardenal vietnamita François Nguyên Van, que estuvo dando unas conferencias en la comunidad religiosa del "Verbum Dei", en el pueblo cercano de Loeches este año. Quizás alguno de vosotros lo oísteis personalmente; un servidor tuvo la suerte de saludarle. Este Cardenal de la Iglesia católica pasó más de diez años en las cárceles de Vietnam. Es un testigo vivo de la fe, que acaba de fallecer; esto no son historias de la persecución del cristianismo de hace dos mil años, esto es muy actual. El diablo existe, el mal existe y dentro de nosotros existe esa lucha contra el mal. Jesucristo ha vencido en esta lucha contra el diablo, en las tentaciones del desierto (cf. Mt 4,1-10). 

7. El texto del Apocalipsis dice, referido a María y referido a la Iglesia, que «la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada 1.260 días» (Ap 12,6). El desierto, además de lugar de purificación y de renovación espiritual, es el refugio tradicional de los perseguidos, es el ámbito secreto y sereno donde se ofrece la protección divina (cf. Gn 21, 14-19; I Re 19,4-7). La Iglesia, a lo largo de la historia, puede verse impelida a refugiarse en el desierto, como el antiguo Israel en marcha hacia la tierra prometida. La Iglesia en este mundo realiza una peregrinación en el desierto, lleno de purificaciones, de adversidades, de encuentro con Dios. Desde esa situación peregrina hacia la patria celestial, donde la Virgen, Nuestra Señora de la Cabeza, ya goza de la gloria permanente y eterna. ¿Quiénes somos nosotros, sino hijos de la Virgen, que realizamos esa peregrinación en el desierto de nuestra vida? 

8. Se nos dice en el texto que el período de tiempo en el que permanece la mujer en el desierto es limitado (cf. Ap 12,6.14). El tiempo de la angustia, de la persecución y de la prueba tiene su límite. Hay un canto de liberación que sella el pasaje y nos recuerda el veredicto final y definitivo: «Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios» (Ap 12, 10). Al final, los que han padecido persecución serán liberados y participarán de la gloria de la victoria: «Ellos lo vencieron en virtud de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio que dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte» (Ap 12, 11). Cristo ha vencido el mal y la muerte, haciéndonos a nosotros partícipes de tal victoria. 

9. La Virgen María, cuya fiesta hoy celebramos bajo la advocación de Nuestra Señora de la Cabeza, es la primera creatura que ha participado de modo pleno, en toda la historia de la humanidad, del triunfo de Cristo sobre el mal. El Papa Juan Pablo II, en una de sus alocuciones nos invita a contemplar a María: "Fijemos, entonces, nuestra mirada en María, imagen de la Iglesia peregrina en el desierto de la historia, que se dirige a la meta gloriosa de la Jerusalén celeste, donde resplandecerá como Esposa del Cordero, Cristo Señor. La Iglesia de Oriente honra a la Madre de Dios como la «Odiguitria», la que «indica el camino», es decir, el camino que es Cristo, único mediador que lleva en plenitud al Padre" (Juan Pablo II, Audiencia General, 14.III.2001, 3). Hoy en su fiesta la misma Virgen nos invita a que la acompañemos en su camino, a que recorramos el camino que es Cristo. 

10. Ella nos quiere llevar de la mano. No nos separemos de su mano, no queramos recorrer el camino solos, porque nos perderemos. La devoción a María es una garantía de ir recorriendo el camino que Dios quiere. Ella nunca nos abandona, aunque alguien se separe de su mano, como hacéis vosotras, madres, cuando lleváis a vuestros hijos en vuestro regazo, en vuestros brazos o de la mano; a veces, el hijo quiere separarse de vosotras, quiere dejaros, quiere ir por su cuenta y se suelta de vuestra mano; si el niño es pequeño, lo más normal es que tropiece y se caiga. María actúa maternalmente con nosotros, como vosotras con vuestros hijos. Ella no quiere dejarnos de la mano; Ella no quiere dejar que bajemos de su regazo; somos los hijos los que nos empeñamos en separarnos de Ella, en alejarnos de sus cuidados maternales, en rechazar esos cuidados. ¿Cuál es el riesgo que corremos? ¡Que tropecemos y caigamos, que nos hagamos daño, que nos ensuciemos en el mal, que pequemos en esa lucha que hay en nuestro interior, que renunciemos de Cristo que es el camino, que es la luz, que es la salvación! 

11. La Virgen María es nuestro modelo: «María, junto a su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia deber mirar hacia ella, que es su madre y modelo, para comprender el sentido de su propia misión en plenitud» (Congregación para la Doctrina de la Fe, Libertatis conscientia, 22.III.1986, 97). Fijaos que no solamente es madre, es también modelo; hay que mirarla para seguir sus pasos también, para comportarse como ella se ha comportado, para vivir las virtudes teologales de la fe, el amor y la esperanza, como Ella las ha vivido.

12. Al mirar a la Virgen, la Iglesia comienza a experimentar la alegría que le será ofrecida en plenitud al final de los tiempos. En la peregrinación de fe a través de la historia, María acompaña a la Iglesia como modelo de la comunión eclesial en la fe, en la caridad y en la unión con Cristo. Ella estuvo con los apóstoles en los albores de la Iglesia naciente, como hemos oído en la lectura de hoy, y está presente en la Iglesia de todos los tiempos, está presente en esta comunidad de Pozuelo y en todas las comunidades cristianas. La presencia de María en la Iglesia es no sólo conveniente, es necesaria: "La Iglesia fue congregada en el cenáculo con María, que era la Madre de Jesús, y con sus hermanos. No se puede, por tanto, hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con sus hermanos" (Congregación para la Doctrina de la Fe, «Communionis notio», 28.V.1992, 19; cf. San Cromacio de Aquileya, «Sermo» 30,1). No se puede hablar de Iglesia sin María.

13. Cuando Jesús sube a los cielos, los discípulos quedan atónitos, mirando al cielo (cf. Hch 1,9-10). Pero, animados por la promesa del retorno de Jesús (cf. Hch 1,11), inician el regreso a Jerusalén (cf. Hch 1,12) para volver a la realidad de cada día y emprender la tarea, que Jesucristo les había confiado. En comunión con la Virgen María mantienen una vida de fraternidad y de oración: «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» (Hch 1,14). 

14. Hoy, estimados devotos de Nuestra Señora de la Cabeza, la Virgen nos invita a mantenernos unidos a Ella y con los demás hermanos, para ser fieles a la misión que Cristo nos ha confiado; para perseverar en la oración con la Iglesia; para dar testimonio de nuestra fe y de nuestro amor a Dios, amor a la Virgen de la Cabeza y amor a todos los hombres, nuestros prójimos. Hoy esta comunidad cristiana de Pozuelo del Rey se reúne entorno a la Virgen de la Cabeza, entorno a la Madre para venerarla, para proclamarla dichosa y para unirse a su oración como lo hicieron los apóstoles en el cenáculo. Este hermoso templo que tenemos y que disfrutáis todos los días los hijos de Pozuelo es como un cenáculo, donde os reunís entorno a María para celebrar la eucaristía. Este cenáculo es cenáculo de oración y hoy nos reunimos con Ella para rezarle, para pedir su intercesión poderosa, para contemplarla como modelo y para amarla como Madre.

15. En el evangelio de hoy hemos escuchado el texto de Lucas, que nos relata la subida de la Sagrada familia al templo de Jerusalén durante las fiestas de Pascua, cuando Jesús tenía doce años (cf. Lc 2,41-42). Jesús se queda en el templo entre los doctores, y sus padres, desconocedores de este hecho, emprenden el camino hacia casa. A los tres días, cuando regresan al templo lo encuentran «sentado en medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas» (Lc 2,46). La Virgen María, su madre, le expresa su preocupación y recibe una respuesta inesperada, que no entiende; pero Ella, a quien no se le escapa ningún detalle, «conservaba todo esto en su corazón» (Lc 2,51). 

16. María es la discípula que escucha las palabras de Jesús, el Maestro, y las custodia amorosamente en su corazón. Ella es la colaboradora del Redentor que, según el plan divino, se consagró totalmente, con generosidad, a la obra del Hijo. María "es perfecta discípula de Cristo; la Virgen de Nazaret, dando su consentimiento al diseño divino, avanzaba en su camino de fe, escuchando y custodiando la palabra de Dios, permaneciendo fielmente unida al Hijo hasta la cruz, perseverando con la Iglesia en la plegaria, intensificando su amor hacia Dios, y con ello mereció de modo eminente la corona de justicia, la 'corona de la vida', la 'corona de gloria' prometida a los fieles discípulos de Cristo" (Congregación para los sacramentos y el culto divino, Rito para la coronación de la imagen de la Virgen, Roma, 25.III.1981, 5). María, la Virgen de la Cabeza, está coronada en su cabeza de la gloria del Señor; lo refleja la corona material que lleva la imagen y que significa la "corona de gloria". La Virgen de la Cabeza está coronada en su cabeza de la corona de la Gloria de Cristo. 

17. ¡Que la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Virgen de la Cabeza, madre de la Iglesia, diligente oyente de la palabra y discípula fiel del Señor, nos conceda poder llevar a cabo los buenos propósitos, que el Señor nos ha inspirado en la fiesta de hoy y nos inspira a lo largo de nuestro camino cristiano! ¡Que la fe en Cristo Jesús sea fermento, sal, luz y vida para todo el mundo, y de modo especial para los devotos de la Virgen de la Cabeza! ¡Que Ella, "la llena de gracia", como fiel y fervorosa discípula de su Hijo, que «conservaba todo esto en su corazón» (Lc 2,51), nos ayude con su intercesión a saber escuchar la palabra de Dios, a conservarla en nuestro corazón, a meditarla en nuestro interior y a ponerla en práctica en nuestra vida! Amén.