Fiesta de la Sagrada Familia

+ Mons. Julián López Martín, Obispo de León

 

Iglesia parroquial de Santo Toribio, 26-12-2004
" Imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor "

Eccl 3,3-7.14-17; Sal 127, Col 3,12-21, Lc 2,13-15.19-23

Estamos celebrando la fiesta de la Sagrada Familia, y lo hacemos no sólo como comunidad diocesana, en el día señalado por la Conferencia Episcopal Española para la Jornada a favor de la Familia y de la Vida, sino también como momento significativo de la Visita pastoral al Arciprestazgo de Nuestra Señora del Mercado, iniciada el pasado noviembre y que se reanudará, Dios mediante, en los primeros días de enero de 2005. El domingo dentro de la Octava de Navidad nos invita a entrar en el hogar de Jesús, a acercarnos a la intimidad de la familia humana del Hijo de Dios hecho hombre. De este modo seguimos contemplando el misterio que conmemoramos estos días, tan entrañables, del calendario cristiano. Jesucristo, la Palabra eterna del Padre que se encarnó en el seno de María, se manifiesta como Niño que nace y crece en el seno de una familia, .

La fiesta quiere evocar también las virtudes y los valores que reinaban en aquel hogar de Nazaret, en el que se vivían las actitudes que San Pablo enumera en la segunda lectura de hoy: "la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión"; y estas otras que se deducen de lo que sabemos de los componente de la Sagrada Familia: la fe, la honradez, la obediencia a Dios y a los hombres, el trabajo, el respeto mutuo, y, por encima de todo, el amor, que es "el ceñidor de la unidad consumada" (II lect.).

1. La familia de Jesús y la vida oculta en Nazaret

Pero no penséis que estas virtudes humanas y cristianas, son una suposición idealizada del hogar de Nazaret, como si quisiéramos afirmar su importancia en términos puramente teóricos, al margen de la existencia concreta de quienes la componían. Permitidme insistir en la verdad de lo que se ha llamado la existencia oculta de Jesús en Nazaret, como parte y expresión, a la vez, del misterio de la encarnación del Hijo de Dios. 

En efecto, el que se hizo semejante a nosotros en todo, excepto en el pecado (cf. Hb 4,15), se nos presenta hoy en el centro del cuidado amoroso de María y de José, que le ofrecen lo que más necesita todo ser humano al llegar a este mundo, sobre todo si su vida está amenazada por algún peligro: protección solícita, atención constante a sus necesidades vitales, ternura y dedicación diligente. Sin duda, esta realidad está implícita en el episodio de la huida a Egipto y del posterior retorno a Nazaret, donde la Sagrada Familia fijó su residencia, como hemos escuchado en el Evangelio. Pero lo que San Mateo no nos dice de manera explícita, lo encontramos en el otro evangelista de la infancia de Jesús, San Lucas, cuando afirma que "el Niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba" (Lc 2,52).

En esta sencilla frase se encierra una de las muchas y sublimes lecciones que se ofrecen en esta escuela admirable de vida cristiana y familiar, que es la Sagrada Familia de Nazaret, donde se aprende de manera casi espontánea, a imitarla. En palabras del Papa Pablo VI: "Nazaret nos enseña el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social" (Liturgia de las Horas, p. 362).

2. La familia de Jesús, revelación de la misión de la familia cristiana

Aquí comprendemos que el Hijo de Dios quiso hacerse presente en la vida de los hombres, manifestándose en la realidad humana de una familia, y al mismo llenándola de la gracia de la salvación. En las vicisitudes de la vida familiar, amparado por José, que vela por el Hijo de Dios y por María, su Madre, cumpliendo la misión de ser custodio del Redentor como cabeza de familia, Jesús creció y se preparó para su ministerio mesiánico. 

Unos treinta años pasó Jesús en este ambiente, de manera que sus paisanos lo tenían por "el hijo del carpintero" (Mt 13,55), y le atribuyeron incluso el mismo oficio de quien creían que era su padre: "¿No es éste Jesús, el artesano, el hijo de María?"(Mc 6,3; cf. Lc 3,23).

La Familia de Jesús se realizó plenamente en su función humana y social, e incluso, desde el punto de vista de lo que iba a ser después el mensaje de Jesús, como una verdadera comunidad o iglesia doméstica, como llamó el Concilio Vaticano II a la familia cristiana. Es decir, una comunidad en la que se viven profundamente esas virtudes señaladas por la II lectura, y que he mencionado al principio. En este sentido, la Sagrada Familia de Nazaret es, como dice la oración de la Misa de la fiesta, "un maravilloso ejemplo a los ojos del pueblo cristiano". 

Por eso, la pertenencia del Hijo de Dios a una familia humana y el haber necesitado de una protección especial, en unas circunstancias verdaderamente dramáticas como fue el exilio en Egipto y el retorno a Nazaret, indican hasta qué punto Jesús quiso asumir la institución familiar como medio de apropiación de todo lo humano, para salvar al hombre. La familia de Nazaret no es un episodio más en la existencia terrena del Hijo de Dios, sino que es un verdadero acontecimiento de gracia, en el que se manifiesta la verdad de la Encarnación con vistas a la salvación de los hombres. 

En Nazaret, el Hijo de Dios, sometiéndose plenamente a los cuidados y a la autoridad de José, e introduciéndose hasta las últimas consecuencias en la vida familiar, revela y anuncia el valor que tiene esta institución desde el punto de vista de la realización de los designios divinos para la humanidad. De la misma manera que Jesús manifiesta al hombre el misterio del ser humano (cf. GS 22), así también la vida familiar de Jesús es revelación del significado y de la importancia que la familia debe tener para todos los creyentes en Cristo.

3. Para hacer frente a los retos de la familia en la actualidad

Tomar conciencia de la visión cristiana de la familia, sobre la base de la vida misma familiar de Jesús, es el primer paso, del todo necesario, para afrontar las dificultades y los retos que tiene planteados hoy la institución familiar en todas partes, pero especialmente en España y en la vieja Europa, dado que es el ámbito en el que transcurre nuestra vida. Porque, lamentablemente, ni siquiera entre nosotros, a pesar de la larga tradición católica que ha configurado nuestra idiosincrasia y nuestra cultura, podemos decir que se estén promoviendo los auténticos valores familiares, no ya cristianos, sino ni tan siquiera humanos.

Por desgracia, en numerosos países y también en España, los ataques al matrimonio y a la familia se hacen cada día más fuertes y radicales, tanto desde el punto de vista ideológico como desde el punto de vista de legislativo. En la mente de todos están, sin duda, las graves amenazas contra la noción misma del matrimonio, base de la institución familiar y garantía de que ésta pueda cumplir su finalidad primera, que es acoger las nuevas vidas humanas y cuidar de su desarrollo primero en todos los órdenes.En el discurso del Papa Juan Pablo II, el pasado noviembre, a la Plenaria del Pontificio Consejo para la Familia, hacía esta dolorosa advertencia: "Quienes destruyen este entramado básico de la convivencia humana, sin respetar su identidad y trastocando sus tareas, causan una herida profunda a la sociedad y provocan daños a menudo irreparables" ("Ecclesia" de 4-XII-04, p. 30).

Ante esta situación, ¿qué podemos hacer, además de afirmarnos en los valores humanos y cristianos de la familia, sobre la base de la vida misma familiar de Jesús, como os decía antes? La tentación del desaliento, ante lo que parece un muro infranqueable, es un hecho. Por eso, mi primera recomendación es que recurráis a la oración, no sólo para encontrar en ella la fortaleza necesaria para afrontar esta difícil situación, sino también para obtener de Dios el fruto deseado. Recordemos que el propio Señor advirtió que determinados demonios sólo se vencen con la oración y el ayuno (cf. Mc 9,29). En todo caso, quizás tengamos que tener mucho más cuenta, en nuestra vida, la eficacia de la oración hecha con fe (cf. Mt 21,22; etc.).

Queridos hermanos: No debemos, por tanto, desanimarnos. La reciente campaña en favor de la vida: "Toda una vida para ser vivida", y en favor del matrimonio como unión estable de un hombre y una mujer: "Hombre y mujer los creó", en las que se implican no sólo las asociaciones católicas, sino también muchas personas de buena voluntad, demuestran ya que el hecho de no ceder a las presiones de una cultura que amenaza los fundamentos mismos del respeto de la vida y de la promoción de la familia, es ya una victoria. Aunque será preciso seguir anunciando pacientemente el Evangelio de la vida y de la familia, ofreciendo al mismo tiempo el testimonio, con la propia vida familiar, que se cree firmemente en esta hermosa y decisiva realidad.

La protección de la Sagrada Familia de Nazaret, estad seguros, nunca os faltará.

+ Julián, Obispo de León