Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María

+ Mons. Julián López Martín, Obispo de León

 

XL aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II 
(S.I. Catedral, 8-12-2005) 
"Elegida en la persona de Cristo" 

Gn 3,9-15.20; Sal 97, Ef 1,3-6.11-12, Lc 1,26-38

¡Celebremos a Nuestro Señor Jesucristo porque en la Inmaculada Concepción de la Virgen María la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención! (cf. SC 103).

La solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, en el marco del Adviento, tiempo de espera y de vigilancia, es una señal luminosa en medio de la noche de nuestra existencia. Pero esta celebración tiene además otros motivos añadidos especialmente gozosos, el primero para todos los católicos, el XL aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II; el segundo lo es particularmente para nuestra comunidad diocesana, el X aniversario de la clausura del Sínodo que tuvo lugar entre 1993 y 1995. Culmina también en España el Año de la Inmaculada que los obispos españoles hemos querido dedicar al 150 aniversario de la definción dogmática de la Concepción Inmaculada de la Virgen María.

Todo nos invita a celebrar esta fiesta con sentimientos de alegría y de acción de gracias. Hagamos nuestra, por tanto, la exclamación del himno de la Carta a los Efesiós proclamado en la segunda lectura: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

1. Bendecidos en la elección y santidad de María, imagen de la Iglesia

Efectivamente, Dios nos ha bendecido con toda clase de bienes. Al conmemorar hoy la Concepción Inmaculada de María debemos caer en la cuenta de que esta gracia singular no solamente fue una bendición para la Mujer elegida por Dios para hacer su entrada en el mundo, sino también para nosotros. No en vano, al ser preservada María de toda mancha de pecado en el primer instante de su ser, en previsión de los méritos de Jesucristo, comenzaba a hacerse realidad la redención humana para todos los hombres. Elegida y predestinada para la misión de ser la Madre del Redentor, concebida en pureza y santidad verdaderas, se convertía en referencia para toda la humanidad redimida. Con razón, pues, la comunidad de los creyentescontempla en María el fruto más espléndido de la Redención (cf. SC 103), “imagen de la Iglesia, llena de juventud y de limpia hermosura”, como la canta el prefacio de la fiesta.

Esta festividad, en plena celebración del tiempo litúrgico del Adviento, contempla ala Virgen María en lo que podemos llamar el Adviento de la humanidad, cuando nuestros primeros padres se enfrentaban al oscuro porvenir de sufrimiento, de hostilidad permanente contra el Maligno y de esclavitud, como consecuencia de aquel primer pecado. Entonces la Palabra divina anunció con expresiones todavía misteriosas, que la desobediencia de Eva, madre de la descendencia de Adán, los vivientes pecadores, iba a tener su réplica en la perfecta fidelidad de otra Mujer que, presentándose como la esclava del Señor, aceptaría plenamente lo que le pedía el ángel de parte de Dios, como hemos escuchado en el Evangelio (cf. Lc 1,38). Por eso María es la nueva Eva, madre de la humanidad purificada por la Sangre del nuevo Adán y renovada por la acción santificadora del Espíritu Santo. De este modo, la gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María (Prefacio IV de Adviento; cf. LG56).

Pero también para María todo ha venido de Jesucristo, como centro de la historia de la salvación. La gran plegaria de la Carta a los Efesios proclamaba el designio salvador de Dios, dentro del cual la Virgen María fue elegida en la persona de Cristo antes de la creación del mundo para ser santa e irreprochable ante Él con vistas a su gran misión, del mismo modo que nosotros, por pura iniciativa suya también estamos destinados por Dios a ser sus hijos y a participar de su gloria. La bendiciónespiritual y celestial de María es bendición también para nosotros.

2. El XL Aniversario del Concilio Vaticano II

En esta misma perspectiva del Adviento y de la acción de gracias por los dones que recibimos de Dios, bendecimos hoy al Señor por el gran don del Concilio Vaticano II.Tal día como hoy, hace cuarenta años, el Papa Pablo VI confiaba a María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, la ingente tarea de llevar a la práctica las disposiciones conciliares con estas proféticas y estimulantes palabras: "Fijando nuestra mirada en esta mujer humilde, hermana nuestra, y al mismo tiempo celestial, Madre y Reina nuestra, espejo nítido y sagrado de la infinita Belleza... puede comenzar nuestro trabajo postconciliar. De esta forma, esa belleza de María Inmaculada se convierte para nosotros en un modelo espiritual, en una esperanza confortadora" (Pablo VI, Homilía en la Misa del 8-XII-1965).

El Concilio Vaticano II fue un don del Espíritu Santo a su Iglesia, a pesar de las dificultades y de las sombras que ha llevado consigo su recepción por las distintas comunidades eclesiales diseminadas por toda la tierra, fruto unas veces del desconocimiento de las verdaderas orientaciones conciliares, y otras de interpretaciones ajenas a su espíritu. Sin embargo, estos fallos en la aplicación del Vaticano II no pueden, en modo alguno, oscurecer la bondad y la validez de la renovación profunda que planteó no sólo en el interior de la Iglesia sino también en sus relaciones con la sociedad humana. 

En este sentido, el Concilio contiene todavía riquezas que no están total ni suficientemente exploradas y aprovechadas. Por este motivo sigue siendo un acontecimiento fundamental, no sólo para comprender la historia de la Iglesia en el siglo XX sino también para llevar a cabo la misión evangelizadora y pastoral en el siglo XXI. En el Concilio Vaticano II, como recordó el Sínodo de los Obispos de 1985, que analizó precisamente la recepción de las enseñanzas conciliares, se produjo ante todo una gran experiencia de fe en la que la Iglesia se puso a la escucha de la Palabra de Dios, celebrando los misterios de Cristo para la salvación del Mundo (Título de la Relación final). Por eso, quien pretenda acercarse al Vaticano II prescindiendo de esta clave de lectura, sin el suficiente ánimo de conversión a Dios y de disponibilidad para llevar a cabo la propia misión, no podrá penetrar nunca en su sentido más profundo. “Sólo desde una perspectiva de fe, el acontecimiento conciliar se abre a nuestros ojos como un don, cuya riqueza aún escondida es necesario saber captar” (Juan Pablo II, Discurso al término del Congreso sobre el Concilio Vaticano II,27-II-2000).

3.El X aniversario del Sínodo diocesano de León 1993-1995

Fijando la mirada en María se puso en marcha hace 40 años la gran obra de la aplicación del Concilio Vaticano II. Y mirando a María también y en coincidencia con el aniversario conciliar, mi predecesor Mons. Antonio Vilaplana clausuraba hace diez años el Sínodo diocesano que había abierto el 5 de octubre de 1992. Al publicar las constituciones sinodales en forma de orientaciones y normas, Mons. Vilaplana aludía expresamente a los documentos del Vaticano II como fuente de aquellas, en respuesta a las necesidades y aspiraciones de la diócesis (Diócesis de León, Sínodo 1993-1995, p. 13).

Las propias constituciones sinodales ven en el Concilio Vaticano II una importante llamada de Dios a la Iglesia, para recuperar el espíritu original de la fe cristiana y sintonizar con las preocupaciones del mundo, a fin de ofrecerle la noticia, siempre nueva, del Evangelio: “Nuestra diócesis, que acogió como una ocasión de gracia la celebración de este Concilio, se vio convocada a vivir y a aplicar sus orientaciones” (ib., n. 3). Por tanto, a la distancia de diez años, damos gracias a Dios tanto por el inmenso regalo del Concilio Vaticano II como por el que representó el Sínodo diocesano de 1993 a 1995. Pero tratemos de profundizar en las enseñanzas y orientaciones de ambos acontecimientos eclesiales, procurando ponerlas en práctica con espíritu de comunión eclesial. 

Que la Santísima Virgen María, bajo cuya protección fueron clausurados el Concilio y el Sínodo, interceda ante el Señor para que produzcan en nosotros, en la Iglesia universal y en nuestra amada diócesis los mejores frutos. Al cerrar, hoy también el Año de la Inmaculada Concepción, cumplidos 150 años de la definición dogmática de este misterio, renovemos una vez más nuestro amor y nuestra devoción a la Santísima Virgen María, figura ejemplar de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo (LG 63; cf. 53). 


+ Julián, Obispo de León