Festividad de Ntra. Sra. de la Academia

+ Mons. Francesc Xavier Ciuraneta Aymí, Obispo de Lleida, España

 

Visitábamos un museo donde se exponían muchas imágenes de la Virgen María. El guía nos hizo observar que la Virgen María estaba colocada de tal forma que siempre tenía su mirada puesta en nosotros. Entonces recordé aquella oración: “Vuelve a nosotros estos, tus ojos, tan misericordiosos”. Así como la madre no pierde nunca de vista a su hijo, también la Virgen María no puede dejar de mirarnos maternalmente. 

Ella siempre nos mira con ojos de madre, lo que quiere decir que nos mira siempre con ojos de afecto, de ternura, de admiración, de preocupación, de estímulo, y sobre todo, nos mira con ojos compasivos, misericordiosos. Aquellos ojos que advirtieron que algo extraño pasaba en aquellas bodas a las cuales ella y su hijo habían sido invitados. 

En aquellas bodas de Caná, se nos muestra con mirada muy atenta y solícita; advierte que los novios se encuentran en una situación delicada, porque empieza a faltar el vino, elemento esencial en las bodas de oriente. Ella es sensible al problema y se compadece; se deja llevar por su corazón misericordioso. 

Quizá otros, que estaban en aquella fiesta, se dieron cuenta también de la situación difícil de aquellos novios, pero no hicieron caso; no era su problema. Y quizá otros, al ver lo que pasaba, se pusieron a criticar a los novios por su poca previsión o generosidad. 

La Virgen María se mueve y busca un remedio. Su corazón misericordioso no puede soportar que otros pasen por una situación denigrante. 

Hermanos y hermanas, su ejemplo nos invita a ejercer la misericordia. Jesús consideraba el ejercicio de la misericordia como un camino de felicidad. “Felices los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. 

El año 1980 se celebró un sínodo sobre la familia y ya entonces se constató que en muchas familias y matrimonios se estaba perdiendo el sentido de la misericordia incluso en su dimensión más gratuita que es el perdón. Y cuando se pierde la capacidad del perdón se debilita también la resistencia al cansancio, a la rutina, a las disensiones, que cada vez si no se reacciona a tiempo, se irán haciendo más comunes y frecuentes en la vida del matrimonio y de la familia, peligrando su estabilidad. 

Pero esta pérdida del sentido de misericordia no se da solamente en el matrimonio y la familia, sino que es un virus que ha infectado todo el cuerpo social y genera una sociedad individualista, que busca solamente el interés personal que ve en el otro un adversario que ha de eliminar o un objeto que puede explotar... El egoísmo, el individualismo, la satisfacción de los caprichos personales al precio que sea es considerado como signo de fortaleza. La comprensión, la misericordia, el perdón se tienen como signo de debilidad... Cuando, de hecho, es más necesaria la fortaleza para amar que para dejar llevarse por el egoísmo. 

También en el interior de la Iglesia necesitamos el ejemplo de misericordia de la Virgen María. Porque los cristianos estamos divididos. Aquí mismo nos encontramos hoy para honrar a la Virgen María católicos y ortodoxos. Ciertamente debe haber obstáculos doctrinales, que impiden la plena comunión, pero me atrevo a decir que estos obstáculos no son los obstáculos sino unos obstáculos. Creo que habríamos de invocar más el amor para acercarnos los unos a los otros. Los cristianos estamos divididos porque no hemos amado ni amamos suficientemente. 

Que la unidad de los cristianos será un don de Dios, estamos convencidos de ello, de tan difícil como lo encontramos para nuestras pobres fuerzas; pero al mismo tiempo, estamos convencidos también de que si nos esforzamos a hacernos capaces de la unión, el don de Dios lo acogeremos mejor. ¡Hacernos capaces de unidad, este es nuestro trabajo! 

Hacernos capaces de unidad quiere decir no caer en la trampa de buscar uniones lejanas, que no comprometen, que no piden aquel esfuerzo ni aquella vigilancia que hemos de mantener con los que conviven con nosotros, que son los que tenemos más cerca. La unión de los cristianos habrá de empezar a ras de tierra. Quizá no podremos hacer otra cosa que cavar los cimientos. Trabajo necesario y quizá, entre todos, el más duro. Es sacar las piedras del campo para que la semilla germine. Es la lucha contra toda suerte de egoísmos, origen de divisiones y de violencias. Es combatir cualquier brote de sectarismo que quiera nacer en nuestro corazón. Es el esfuerzo para compartirlo todo. 

Hacernos capaces de unidad querrá decir aprender a vivir con el otro, a acoger al otro, a darnos sin miedo. Quien afirma que tiene el corazón abierto, por ejemplo, a un luterano, a quien no ve, y no lo tiene abierto al hermano católico u ortodoxo, que los tiene al lado, es un mentiroso, quizá diría San Juan. 

Todos hemos de trabajar para la unidad de los cristianos. Quizá solamente podremos poner un pequeño grano de arena, pero todo lo que favorece la conversión a la unidad, a la reconciliación, al perdón, es hacer tarea de “reencuentro en Cristo”. La unidad es una victoria del amor y, por tanto, primero es una lucha contra el pecado. Pide un esfuerzo constante de conversión en Cristo. La Virgen María nos ofrece a Jesús, portador de la paz y de la unidad. Y nos dice: “Haced lo que Él os diga”. Jesucristo no sólo es el hermano de todos por su condición de Hijo de Dios sino que ha vertido su sangre, “por todos los hombres”, y nos dice insistentemente: “Amaros como yo os he amado” (Jn. 15, 12). “Que todos sean uno; como tú, Padre, eres en mi y yo en ti, que ellos también sean uno con nosotros, y que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn. 17, 21). 

La Virgen María es una criatura que lo recibe todo y lo da todo. Y este todo es el Hijo de Dios y su hijo. Es lo máximo que puede dar una madre, y al mismo tiempo, aquello de lo que más le cuesta desprenderse. 

La Eucaristía, vida para todo aquel que quiera vivir, es demostración del amor del Señor y compromiso de amar como Él, en todas las circunstancias de la vida. Que Santa María, “Virgo unitatis”, interceda por nosotros. 

Hoy nos encontramos aquí católicos y ortodoxos, especialmente rumanos. Hace unos años esto hubiera sido imposible. Dios haga que cada día sea más normal. Que cada vez nos sepamos valorar y amar más. Que nos entrenemos en la comprensión, en el perdón. Que seamos en este sentido más parecidos a Maria, Virgen de la Unidad. Que María que con su plegaria adelantó la hora de los milagros de Jesús en las bodas de Caná, adelante también el día de la Unidad de ortodoxos y católicos, día tan deseado por los fieles de ambos grupos cristianos, y que responde al deseo más profundo de Jesús: “Que todos sean uno”. 

+ Francesc Xavier, Obispo de Lleida