Santa María, Madre de Dios

+ Mons. Antonio Dorado Soto. Obispo de Málaga, España

 

1 de febrero de 2005

Frente a un ambiente permisivo y hedonista, María nos habla de la gracia que nos ofrece Jesucristo, de la bondad a toda prueba, de la fortaleza moral, de la pureza, de la fidelidad a la palabra dada.

Los cristianos despedimos al año dando gracias al Señor y comenzamos el nuevo bajo el amparo de la Virgen, con la fiesta de Santa María, Madre de Dios. Alos que no entienden que llamemos a una mujer Madre de Dios, les recuerdo las palabras luminosas que pronunció hace diecisiete siglos el Patriarca de Alejandría, San Cirilo. Dice que los Obispos, reunidos en Concilio "no tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios a la Santa Virgen, no ciertamente porque la naturaleza del Verbo o su Divinidad hubiera tenido origen de la Santa Virgen, sino que porque nació de ella el santo cuerpo dotado de alma racional, a la cual el Verbo se unió sustancialmente". Por tal motivo, añade, "se dice que el Verbo nació según la carne". 

El Pueblo de Dios acogió con alegría esta proclamación, porque tenía un motivo más para seguir utilizando en sus plegarias el título que nos revela el papel eminente de María en la Historia de la Salvación: Madre de Dios. Precisamente porque fue Madre suya, el Señor la preservó de toda mancha de pecado. Así nos lo enseña la exposición sobre la Inmaculada que hay estos días en el Palacio Episcopal y que es una catequesis muy profunda, de la mano de María, sobre Jesucristo y sobre el destino del hombre. María, la llena de gracia, rebosante de santidad, aparece como el signo perfecto de valores muy oscurecidos hoy: la fidelidad a Dios y al hombre; la plena coherencia entre la conciencia y la vida. Frente a un ambiente permisivo y hedonista, María nos habla de la gracia que nos ofrece Jesucristo, de la bondad a toda prueba, de la fortaleza moral, de la pureza, de la fidelidad a la palabra de dada, de la primacía de Dios ante a los anhelos de autonomía del hombre moderno y del servicio desinteresado a los demás. La contemplación de sus cuadros e imágenes, llenos de singular belleza, constituye una invitación a la santidad. 

Anhelo de santidad 

Espero que no os asuste esta palabra. El Papa Juan Pablo II no deja de repetir que "es necesario suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal, en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado". 

Cuando arrecian las críticas amargas dentro y fuera de la Iglesia, cuando algunos recurren a la burla y al insulto en nombre de una libertad falsa, porque no sabe respetar a los demás, el Concilio nos invita a mirar a "Aquella que engendró a Jesucristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de mujer, para que con su ayuda, la Iglesia haga nacer y crecer a Cristo en los corazones de los fieles". 

Porque María, la llena de gracia, que desarrolló la fe, el amor y la esperanza hasta los límites máximos en que puede hacerlo el ser humano es, para sus hijos, un signo sugerente de esperanza y de victoria sobre el vacío, la mediocridad y el pecado.