La Concepción Inmaculada de María

+ Mons. Antonio Dorado Soto. Obispo de Málaga, España

 

5 de diciembre de 2004

La Virgen es una mujer de nuestra raza, pero al haber sido elegida por Dios para madre suya, se ha convertido en la puerta por la que Dios entró en la humanidad.

Mientras que los católicos nos preparamos a celebrar la Navidad, la Liturgia pone ante nuestra mirada la figura entrañable de María. 

Esa figura que los artistas creyentes representan llena de bondad, de dulzura y de misterio, como se puede ver en la gran exposición sobre la Inmaculada que hay en el palacio Episcopal. A los que os podáis desplazar, también desde los pueblos, os recomiendo visitarla, porque es una espléndida y jugosa catequesis para celebrar el 150 aniversario de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de María, tan querida por el pueblo. 

Este amor del pueblo a la Inmaculada se puso de manifiesto a lo largo de los siglos, pues fue transmitiendo esta fe, frente al criterio contrario de personas ilustradas. El “Sin pecado”, que acompaña a los desfiles procesionales de la Madre de Dios, es una hermosa reliquia de la fe del pueblo llano en la concepción inmaculada de María. Aunque la definición dogmática tuvo lugar el año 1854, que María fue concebida sin pecado es una convicción que viene de antiguo, pues como dice el Vaticano II, entre los antiguos Padres de la Iglesia era corriente “llamar a la Madre de Dios toda santa, libre de toda mancha de pecado, como si fuera una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo”. Enriquecida, añade el Concilio, desde el primer instante de su concepción, con una resplandeciente santidad del todo singular, la Virgen de Nazaret es saludada por el ángel de la Anunciación, por encargo de Dios, como ‘llena de gracia’” (LG 56). 

Sabemos que la Virgen es una mujer de nuestra raza, pero al haber sido elegida por Dios para madre suya, se ha convertido en la puerta por la que Dios entró en nuestra humanidad, y en la puerta por la que muchos llegan a Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, único mediador entre Dios y los hombres. Situada en medio de Adviento, cuando la Iglesia nos anima a esperar la venida del Señor y a prepararnos para acogerle, la fiesta de la Inmaculada y las manifestaciones de piedad popular que la acompañan nos ayudan a reavivar nuestro amor a Dios y al hombre, para adentrarnos por el camino de la santidad. Conviene tenerlo en cuenta este año en que la diócesis de Málaga ha elegido la religiosidad popular como una línea preferente de su tarea evangelizadora. Actos tan sencillos como la novena de la Inmaculada, el rezo del Ángelus, el Rosario y el canto de la salve los sábados conservan, para los creyentes más sencillos, una gran fuerza evocadora hacia la persona de María. 

Ella, por su parte, nos lleva a acoger con alegría la Palabra de Dios; nos invita a cumplir con prontitud los deseos divinos; y nos anima a poner nuestra vida al servicio del Reino. Con palabras del Concilio, “al honrarla en la predicación y en el culto, (María) atrae a los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor al Padre”, de manera que mediante la devoción a la santísima Virgen, la Iglesia “se hace más semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y el amor; y buscando y obedeciendo la voluntad de Dios en todo” (LG 65).