Santa María de la Victoria, el signo luminoso de Dios

+ Mons. Antonio Dorado Soto. Obispo de Málaga, España

 

Fiesta de la Patrona
1 de septiembre de 2001

El mes de septiembre está empedrado de fiestas de la Santísima Virgen. Cuando se echa una mirada al calendario, van apareciendo títulos venerables y muy antiguos con los que el Pueblo de Dios acude a los pies de Nuestra Señora. Cada uno de ellos resalta algún aspecto de la bondad de María, a la par que constituye el obsequio más hermoso que ponemos a sus plantas cuantos nos sabemos hijos suyos. ¡Que no en vano se celebra el nacimiento de María de Nazaret el día 8 de este mes!

La ciudad de Málaga recuerda en esta fecha a su Patrona, Nuestra Señora de la Victoria. Con el esplendor de la Liturgia y la hondura teológica de la predicación, trata de honrar a la Virgen y de presentarla como ejemplo luminoso para el hombre de hoy. En una situación de cambios culturales profundos, nos recuerda que el Hijo unigénito del Padre se hizo hombre con nosotros para convertirnos en hijos de Dios. Y María es la puerta por la que entró en la historia de los hombres. Entró en su corazón por la fe, y en nuestra naturaleza humana por su concepción virginal. Por eso, la victoria que se conmemora en la persona de la Virgen transciende cualquier acontecimiento concreto del pasado y nos adentra en la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el egoísmo, de la fe sobre la resignación y de la esperanza sobre el desencanto. 

En primer lugar, es la victoria de la vida sobre la muerte y sobre la nada, porque María nos recuerda que somos criaturas de Dios y que la muerte ha sido ya vencida en la resurrección de Jesucristo. Lejos de resignarnos a la muerte, los cristianos buscamos esa luz que nos descubre el sentido último de la vida y que nos habitúa a valorarla y a vivirla en toda su grandeza. Es algo que necesitamos proclamar en esta sociedad sin fe en la que reina lo que Juan Pablo II ha llamado "la cultura de la muerte" y del vacío.

Pero es también la victoria del amor sobre el egoísmo. A primera vista, son los egoístas quienes vencen y dominan. Ellos controlan el dinero, dictaminan lo que se debe pensar y las pautas de conducta, encumbran y marginan según sus intereses. Todo esto es verdad, si nos quedamos en la superficie de las cosas. Pero cuando se mira con mayor detenimiento, vemos que las personas que dejan una huella más profunda en el corazón de la gente son los santos. La admiración y el afecto que rodeó a Juan XXIII, a la Madre Teresa de Calcuta y a nuestro querido Don Manuel González dan fe de cuanto digo.

Además, nos enseña a caminar en la fe. Pues a medida que se ha ido alejando de Dios y del Evangelio, nuestro mundo ha ido cayendo en ese pesimismo histórico que caracteriza al hombre postmoderno. Hoy se acepta la situación de injusticia como algo irremediable, se rehuye el compromiso firme en favor de una sociedad más humana y la mayoría de la gente se conforma con una visión devaluada del hombre, que vendría de la nada por pura casualidad y que se hundirá en la nada. La fe, por el contrario, permite ver más allá de este horizonte empobrecido, muestra la verdadera dignidad de la persona e impulsa a trabajar en favor del hombre, dando preferencia a los insignificantes y a los marginados.

Por eso, Santa María es el signo luminoso de Dios y el faro de esperanza en este mundo desencantado, que tiene prácticamente de todo, menos el sentido de la vida y de la muerte que nos ofrece el Evangelio. Y por eso, invito a todos a celebrar la fiesta de la Madre acudiendo a su novena los que vivís en Málaga y organizando en todos los pueblos y ciudades encuentros de oración en torno a la figura de María. 

+ Antonio Dorado,
Obispo de Málaga