Virgen y Madre 

+ Demetrio Fernández, Obispo de Tarazona. España.

11 de Diciembre de 2005

La Navidad se acerca, y viene siempre de la mano de María. Ella lleva a Jesús en su seno en estado de buena esperanza y lo dará al mundo en la nochebuena de la santa Navidad. La esperanza de la venida de Jesús se identifica con la feliz espera de un parto, donde cada día se hace más inminente y gozosa la llegada de aquel a quien esperamos.

María es Madre de Dios (Theotokos) no porque sea anterior a Dios. Ella es una criatura y Dios es el creador. Nadie ha creado a Dios. Dios existe antes que todas las cosas y que todas las personas. María no es Dios, sino una criatura de carne y hueso como nosotros.

María es Madre de Dios, porque de su vientre virginal ha salido el Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo, nuestro Señor. Quien sale del seno de una mujer es hijo de quien le pare, y esa mujer es su madre. El Hijo eterno, que es Dios como su Padre eterno, ha tomado en la historia humana de María el cuerpo humano, que le hace semejante a nosotros los humanos. María es Madre del Hijo eterno, que se ha hecho hombre. María es verdaderamente Madre de Dios, porque su Hijo que ya era Dios antes que ella existiera, sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre verdadero, naciendo de su vientre virginal.

Este parto admirable es un parto virginal. María es Virgen, porque ha concebido a Jesús, su Hijo divino hecho hombre, sin concurso de varón. Todos venimos a este mundo por la unión amorosa de nuestro padre y nuestra madre. Es un camino precioso, que Dios ha inventado y ha dejado impreso en la naturaleza humana, -hombre y mujer los creó- para que en la complementariedad de los sexos, vengan al mundo nuevos hijos. Pero, cuando Dios ha enviado a su Hijo al mundo, lo ha traído por un camino mejor, por el camino de la virginidad de su madre.

La virginidad de María es el sello de garantía de que el Hijo nacido es Dios. María ha vivido plenamente entregada y consagrada Dios. Y en esa consagración ha sido puerta abierta a la fecundidad divina, que la ha capacitado a María para ser madre, sin necesidad del complemento del varón. Esa virginidad al concebir se ha mantenido en el parto y se ha prolongado ya durante toda la vida de María. María ha sido toda para Jesús y sólo para Jesús, su hijo. María es la siempre virgen, antes del parto, en el parto y después del parto.

José, el esposo de María, tendrá la preciosa misión de acoger este misterio en su casa, de darle cobertura legal, darle su cariño y entregar toda su existencia al servicio de este misterio. Y ha realizado muy bien su papel. “Cuando se despertó hizo lo que le había dicho el ángel y tomó consigo a su mujer. Y sin tener relaciones con ella, ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús” (Mt 1, 24-25).

El Evangelio en este punto es muy claro y muy preciso. María ha concebido y ha dado a luz a su hijo Jesús virginalmente, sin relación sexual con José, y ha permanecido virgen para siempre. Así lo ha vivido ella, así lo ha transmitido ella misma a los apóstoles, así lo han escrito los evangelistas como un testimonio fidedigno en el que se apoya la fe de la Iglesia.

De la mano de María, la Virgen-Madre, preparemos la venida de Jesús a nuestros corazones y al mundo en esta Navidad. Que ella nos conceda recibirlo y acogerlo con un corazón limpio y puro como el suyo, y con un corazón generoso, para llevarlo hoy a todos los hombres.

Preparemos el Belén en casa, y que los niños participen en su montaje. De la mano de María y de José, esperemos al Niño que nace en Belén. 

Con mi afecto y bendición:
+ Demetrio Fernández 
Obispo de Tarazona