Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

+Emmo. Y Rvdmo. DR. D. Atonio Cañizares Llovera. Cardenal Arzobispo de Toledo, Primado de España

 

2004

Homilía del Sr. Arzobispo de Toledo en la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, Jornada Mundial de la Paz.
Queridos hermanos y hermanas en el Señor: Iniciamos un nuevo año; Dios nos lo ha concedido, es pura gracia de su misericordia. Démosle gracias y alabémosle. Abrámonos a su don e imploremos sobre todos nosotros, sobre la Iglesia y nuestra diócesis, sobre la humanidad entera, su bendición y su ayuda para en todo no busquemos otra cosa que cumplir su voluntad, que ilumine su rostro sobre nosotros, que nos proteja, que nos ilumine y nos conceda su paz. Siempre un año nuevo es una puerta abierta a la esperanza. Y son tantos los motivos que Dios nos ofrece hoy para una verdadera y sólida esperanza. Los tenemos en la fiesta que celebramos: María, Madre de Dios, el Niño Jesús, Hijo de Dios Vivo y Salvador único y universal, la apertura del Año Jubilar de Santa Leocadia, la primera mártir y santa de To1edo en la que ha triunfado plenamente el amor de Dios, y la Jornada Mundial de la Paz.

Dios ha querido nacer de una mujer. En todo semejante a nosotros, excepto en el pecado, el Hijo de Dios ha querido ser como todos los hombres: ha tomado un cuerpo de una madre, ha nacido llorando como todos, ha querido someterse a todas las necesidades humanas, depender de su madre como todos nosotros, ser acunado por ella y ser cubierto de besos mientras es amamantado o mecido. Los rasgos del Hijo son loS del rostro de su Madre, sus gestos, su porte, su talante evocan a su Madre. El Hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, ha querido, inseparable e inconfusamente, ser verdadero hombre, Hijo del Hombre, naciendo de su Madre Virgen, concebido en su seno por obra y gracia del Espíritu Santo.

Si el Hijo de la santísima Virgen María es Dios, la que lo engendró, su madre, con todo derecho ha de llamarse, ser, la Madre de Dios. Así la proclamó de una vez para siempre la fe de la Iglesia, en el siglo V, en el Concilio de Éfeso. La proclamación por el Concilio de María Madre de Dios fue recibida con un entusiasmo enorme por el pueblo, que acompañó con antorchas encendidas a loS padres conciliares. Y, con el mismo gozo y agradecimiento, que no es otro que el gozo y el agradecimiento porque se nos ha dado un Niño, Hijo de Dios, nacido de una mujer, nosotros hoy también la invocamos diciendo: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores". "Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios".

Su fe, su docilidad a Dios, su fidelidad a la gracia de Dios, nos ha dado al que, Niño, es nuestro Redentor. Al ser circuncidado este Niño, como noS recuerda el Evangelio, se le pone por nombre "Jesús", que significa "Dios salva". "Salvará al pueblo de sus pecados". Salvador universal. De todos los hombres. De todos loS males. "Él es la fuente de la esperanza que no defrauda, la esperanza siempre nueva de la Iglesia y de la humanidad; la única y verdadera esperanza del hombre y de la humanidad. En Cristo y con Él podemos alcanzar la verdad, nuestra existencia tiene un sentido, la comunión es posible, la fuerza del Reino de Dios ya está actuando en nuestra historia y contribuye a la edificación de la ciudad del hombre, la caridad da valor perenne a los esfuerzos de la humanidad, el dolor puede hacerse salvífico, la vida vencerá a la muerte y lo creado participará de la gloria de los hijos de Dios. Jesucristo, el Verbo eterno de Dios que está en el seno del Padre es nuestra esperanza porque nos ha amado hasta tal punto de asumir en todo nuestra naturaleza humana, excepto el pecado, participando de nuestra vida para salvarnos" (Juan Pablo II, EE, 18,19). Abrimos un año nuevo con nuestra mirada esperanzada fija en Él y tenemos la certeza que no nos defrauda. Por eso reanudamos nuestro camino con alegría decidida. En El, Dios nos ha amado hasta el extremo y nos ha reconciliado, nos ha inundado de su gracia, de su amor, que nos trae la paz, en la que se resumen todos los bienes. Jesús, el Salvador, es portador de vida y de paz.

La paz será la primera palabra de Jesús, victorioso del pecado y de la muerte por su resurrección, que dirá a su Iglesia reunida en el cenáculo y que entregará a los hombres: "Paz a vosotros". Como también la paz, unida a la buena nueva de su nacimiento salvífico, será la primera palabra que se oye en la noche de parte de los enviados de Dios: "Paz a los hombres". El mismo Jesús es, según Isaías, el "Príncipe de la paz"; para Pablo es "nuestra reconciliación y nuestra paz"; todos los profetas anuncian la era mesiánica, su llegada, como portadora de abundancia y de paz. Jesús proclamará dichosos a los que trabajan por la paz, y enviará a sus discípulos como embajadores de paz: "¡Qué hermosos sobre los montes los pies del que trae la buena nueva de la paz!". Nuestro Dios es el Dios de la paz. Jesús nos deja su paz, nos da su paz.

La paz viene de Dios. La guerra de los hombres. La guerra empieza ya en cada hombre, acerca en el interior de cada hombre. Sólo el Príncipe de la paz nos puede dar la paz. Para ello, el mundo tiene que abrirle las puertas a Cristo. Y más todavía hoy, en que no hay paz, en que se ciernen sobre la humanidad entera y amenazan su futuro y supervivencia los negros nubarrones de la guerra, de la violencia, de la siega de vidas inocentes no nacidas o terminales, del terrorismo, de la intransigencia intolerante, del odio, de la venganza, de la exclusión, de la marginación injusta de millones y millones de seres humanos, del hambre y del analfabetismo de la mayoría de la población. Hoy nos acecha como enemiga principal de la paz de manera especial en todo el mundo "la plaga funesta del terrorismo". En efecto, esta "plaga del terrorismo se ha hecho más virulenta en estos últimos años y ha producido masacres atroces que han obstaculizado cada vez más el proceso del diálogo y la negociación, exacerbando los ánimos, especialmente en Oriente Medio". También entre nosotros, como hemos visto estos días. sigue persistente la amenaza espantosa de la violencia terrorista de ETA que no escatima en medios para segar cruelmente vidas humanas, para extorsionar y para infundir un clima de miedo amenazante donde particularmente poblaciones y regiones enteras. tan queridas para España, sufren una terrible falta de libertad. Para este mundo, y para la Iglesia, pueblo de Dios, instrumento y sacramento de paz, pedimos la paz: Paz con Dios, paz para cada uno consigo mismo, paz entre los hombres, paz en las familias, paz y concordia entre los pueblos.

"Para lograr la paz, educar la paz". Esto es hoy más urgente que nunca porque los hombres, ante las tragedias que siguen afligiendo a la humanidad, están tentados de abandonarse al fatalismo, Como si la paz fuera un ideal inalcanzable. La Iglesia, en cambio, ha enseñado siempre y sigue enseñando una evidencia muy sencilla: la Paz es posible. Más aún, la Iglesia no se cansa de repetir: la Paz es necesaria". Necesitamos la paz que exige dominar el afán que hay en todo hombre de sobresalir y vencer, la intolerancia para los que piensan de manera diferente, o las tendencias a la exclusión que tanto nos afectan.

La paz se ha de construir sobre las cuatro bases señaladas por el Beato Juan XXIII de la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Se impone, pues, un deber a todos los amantes de la paz: educar a las nuevas generaciones en estos ideales, para preparar una era mejor para toda la humanidad; educar en la legalidad y observancia del derecho, porque el derecho favorece la paz, educar en el respeto al orden jurídico y ético: así la fuerza material de las armas será reemplazada con la fuerza moral del derecho y de la moral. Como dice el Papa en su mensaje para este año: "El derecho internacional.. está llamado cada vez más a ser exclusivamente un derecho de la paz concebida en función de la justicia y de la solidaridad. Y, en este contexto, la moral debe fecundar el derecho; ella puede ejercer también una anticipación del derecho, en la medida en que indica la dirección de lo que es justo y bueno". "Pero no se llegará al final del camino si la justicia no se integra con el amor.. Por sí sola, la justicia no basta. Más aún, puede llegar a negarse a sí misma, si no se abre a la fuerza más profunda del amor".

Por muy difícil que parezca, por imposible que algunos la vean, la Iglesia cree firmemente que puede haber paz. Como acaba de decir el Papa en su Mensaje e para la Jornada de la Paz: "¡Aún hoy, al inicio del nuevo año 2004, la Paz es posible. Y, si es posible, la paz es también una necesidad apremiante!... La humanidad necesita más que nunca reencontrar la vía de la Concordia, al estar estremecida por egoísmos y odios, por afán de poder y deseos de venganza". Y "para lograr la paz, educar la paz... Los cristianos sentimos, como característica propia de nuestra religión, el deber de formarnos a nosotros mismos y a los demás para la paz".

La Iglesia, y nosotros en ella y con ella, en esta hora tan difícil para la paz, estamos llamados a dar fe y testimonio de esperanza de que la paz es posible, va a serlo, que la guerra y la violencia amenazadoras de la Humanidad en el presente, manifestaciones señeras del mal hoy, no tienen la última palabra, porque tenemos la certeza de que el mal no tiene la última palabra en los avatares humanos. "Para el cristiano proclamar la paz es anunciar a Cristo que es "nuestra paz", y anunciar su Evangelio que es el "Evangelio de la paz", exhortando a todos a la bienaventuranza de ser "Constructores de la paz". "El cristiano sabe que el amor es el motivo por el cual Dios entra en relación Con el hombre. Es también el amor lo que Él espera como respuesta del hombre. Por eso el amor es la forma más alta y más noble de relación de los seres humanos entre sí. El amor debe animar, pues, todos los ámbitos de la vida humana, extendiéndose igualmente al orden internacional. Sólo una humanidad en la que reine la civilización del amor podrá gozar de una paz auténtica y duradera... Todo lo vence el amor".

En este mundo nuestro, en esta época de grandes cambios, en las que de tantas y tan diversas maneras se olvida, y se pisotea, la sagrada dignidad de todo ser humano, y aparece un horizonte lleno de incertidumbres y de amenazas para el futuro de la Humanidad, el Papa Juan Pablo II acaba de dirigir, como todos los años su Mensaje de Paz para este día, en el que nos abre a todos a una esperanza y a un compromiso firmes ante la paz. Sus palabras de esperanza deben acogerse con más amor y atención que nunca, porque en ellas se encuentran la respuesta que necesitamos a un mundo donde no hay paz en toda la tierra. Hace dos años en el mensaje para un día como hoy el Papa decía: "La esperanza que sostiene la Iglesia al comenzar el año... es que el mundo donde el poder del mal parece prevalecer todavía, se transforme realmente, con la gracia de Dios, en un mundo en el que puedan colmarse las aspiraciones más nobles del corazón humano".

En este día en que la Diócesis de Toledo celebra la Descensión de 1a Virgen supliquemos ardiente e insistentemente a Santa María Madre de Dios, Madre del Rey Pacífico, que se apiade de esta humanidad por la que su Hijo ha dado la vida, amándola hasta el extremo. En Él ya se ha dado la victoria del amor. Que la Virgen María nos alcance la misericordia de Dios y con ella la esperanza y la certeza de que al final vencerá el amor. Que nos ayude a que cada uno se esfuerce para que esta victoria llegue pronto. .

De esta victoria es signo y esperanza la sangre de los mártires, como Santa Leocadia. "El martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza. En efecto, los mártires anuncian este Evangelio y lo testimonian con su vida hasta la efusión de su sangre porque están seguros de no poder vivir sin Cristo y están dispuestos a morir por Él, convencidos de que Jesús es el Dios y el Salvador del hombre y que, por tanto, sólo en El encuentra el hombre la plenitud verdadera de la vida... Ellos con su martirio expresan en sumo grado el amor y el servicio al hombre".