Fiesta de Nuestra Señora del Sagrario

+Emmo. Y Rvdmo. DR. D. Atonio Cañizares Llovera. Cardenal Arzobispo de Toledo, Primado de España

 

15 de agosto de 2004

S. I. Catedral Primada

Queridos hermanos sacerdotes, miembros del Cabildo Catedral, estimadas y dignas autoridades, hermanos y hermanas muy queridos en el Señor: hoy, en la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, celebramos, al mismo tiempo, la fiesta de Nuestra Señora del Sagrario, patrona de Toledo. Al contemplar el misterio que la Iglesia celebra en este día, "damos gracias a Dios que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo". Nuestra alma proclama la grandeza del Señor, porque en la Asunción de María al cielo ha mirado la humillación de su Esclava y de la humanidad caída, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en Ella y por Ella y su misericordia en favor nuestro se ha manifestado infinita sobre la humanidad entera en esta glorificación de la Virgen.

"Hoy ha sido llevada", en cuerpo y alma, "al cielo la Virgen Madre de Dios. Ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza" del pueblo de Dios, "todavía peregrino en la tierra ". Con razón no quiso el Señor que “conociera la corrupción del sepulcro", aquella "que concibió en su seno, por obra del Espíritu Santo, al Autor de la vida" y vencedor de la muerte, Jesucristo. La que es toda santa, la que no tocó el pecado primero, la que es purísima y llena de gracia, la primera de las criaturas asociada de manera singular como Madre virginal a la redención de Cristo, su divino Hijo, ha sido incorporada, la primera de las criaturas humanas, a la victoria y gloria de la resurrección.

Como dijo el Papa Pío XII, hace ahora cincuenta y cuatro años en la Bula que proclamaba esta verdad que hoy celebramos: "La augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de un modo, para nosotros oculto, desde toda la eternidad, por un mismo y único designio salvífico, inmaculada en su concepción, virgen integérrima en su divina maternidad, asociada generosamente a la obra del Divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos" (Pío XII).

Mirando a María, toda santa y ya glorificada en cuerpo y alma, contemplamos en ella aquello que la Iglesia está llamada a ser en la tierra y lo que será en la patria de los cielos. En Ella, en esta asunción suya en cuerpo y alma a los cielos, se confirma la gran esperanza, abierta ya para todos en la resurrección de su Hijo. La Virgen María, humana como nosotros, en todo hermana nuestra menos en el pecado, ha penetrado el Reino de los cielos y está junto a su Hijo para siempre. Con Ella, nuestra humanidad que ahora atraviesa por este valle de lágrimas, renace a la esperanza viva de que es posible, por la misericordia de Dios, alcanzar la gloria de los cielos y la vida eterna, tomar parte en el triunfo de Cristo sobre la muerte. Esta es nuestra victoria, aquí se nos hace palpable y se nos confirma la esperanza. María, asunta a los cielos, es Madre y esperanza nuestra, alienta y anima nuestra esperanza en medio de tantas y tantas dificultades como nos encontramos cada uno y encuentra la Iglesia entera en su peregrinar por esta tierra.

Como signo y primicia de la Iglesia, hoy nos es mostrada la Virgen como la gran señal que apareció en el cielo del Libro del Apocalipsis. Dice a este respecto el Papa en “Ecclesia in Europa”: “María presente en la Iglesia como Madre del Redentor participa maternalmente en aquella 'dura batalla contra el poder de las tinieblas' que se desarrolla a lo largo de toda la historia humana. y por esta identificación suya eclesial con la 'mujer vestida de sol', se puede afirmar que la Iglesia en la beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga II.

Celebrar, en estos momentos, la Asunción de Maria, y escuchar el texto del Libro del Apocalipsis que se proclama en este día, recobra una actualidad y luminosidad especiales. La Iglesia en su peregrinar a lo largo del siglo xx y en los comienzos del XXI ha padecido muchas tribulaciones y ha tenido que librar dura batalla contra el poder de las tinieblas. Nunca, tal vez en la historia, se ha visto acosada como en ese periodo. El laicismo reinante, la secularización generalizada del mundo y la interior propia de la misma Iglesia, la apostasía silenciosa y las deserciones de tantos cristianos, el debilitamiento de las conciencias y la quiebra moral de los tiempos actuales... están siendo una prueba muy severa. Las más duras y las mayores de sus persecuciones las ha sufrido en este tiempo. ¡Cuántos miles y mi1es de mártires, que han sellado con su sangre, su esperanza en el cumplimiento de las promesas de Dios, en Dios que quiere que el hombre viva y que su amor es más fuerte que la muerte!

Hoy también, las fuerzas del mal, las que están al servicio del príncipe de la mentira, enemigo del hombre, siguen acechándola en tantos lugares y de tantos modos, dispuestas a despedazar a la Iglesia, y a quien en ella está presente, Jesucristo. Cruentas persecuciones como las de Sudán, donde por cierto se está masacrando y extinguiendo a los cristianos por el hecho de serlo, con el silencio culpable de los países de Occidente -nadie dice que lo que allí se hace es contra los cristianos, que se les esclaviza, se los vende, se los ignominia o se los mata porque siguen a Jesucristo-. Sobre esto, silencio total en los medios de comunicación.

Pero no es sólo la eliminación física, sino el ataque moral. ¡Cuánto, en efecto, se está atacando a la Iglesia en estos momentos, también en España, en medios de comunicación, con propaganda en contra incluso desde medios y con medios que, por su propia naturaleza, deberían estar al servicio del bien común y de las libertades! ¡Cuánta manipulación y mentira para acusarla, porque de lo que se trata es que desaparezca o que no cuente!

Es preciso ser lúcidos y libres, y decirlo con sencillez y claridad: estamos en medio de esa batalla de la que habla la primera lectura del libro del Apocalipsis. Me vienen a la memoria, a este respecto, diversos artículos publicados muy recientemente en medios de comunicación social en los que, como se lee en esta lectura, tratan de destruir y eliminar a Jesucristo, a Dios, a la Iglesia, porque es en Ella, en definitiva, donde se ofrece a Jesucristo, la Verdad que nadie puede destruir y donde está el amor, la libertad, la felicidad y la Vida. Es más, lo que en algunos de estos escritos o declaraciones está en juego es un mundo con Dios o sin él, con Jesucristo, Salvador único, o sin El.

Cuando la Iglesia defiende la vida humana en todas las fases de su existencia, desde su gestación hasta su muerte natural, o cuando sale en defensa de la familia asentada sobre el matrimonio único e indisoluble, abierto a la vida, entre un hombre o una mujer, o cuando lucha por que no se manipulen o eliminen los embriones humanos, cuando proclama la verdad, aun a costa de persecución, cuando lo apuesta todo por el hombre y señala que su camino es el hombre, la Iglesia da testimonio de Dios vivo en quien está la verdad y la vida del hombre, está, al mismo tiempo, haciendo presente a Jesucristo, al que se pretende eliminar, porque en El está la vida y la apuesta divina por el hombre, en El está la verdad del hombre, en El esta el Camino verdadero. Esto no se tolera y, en consecuencia, viene el acoso, la descalificación o la persecución misma.

En este orden de cosas, y como una pequeña muestra, pero muy significativa, no puedo menos que señalar la manipulación y la mentira con que, sin leerla siquiera, fue presentada por la TV pública la reciente y espléndida Carta de la Congregación para la doctrina de la Fe sobre la "colaboración entre el hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo", a la que se le tachó falsamente de antifeminista radical: cualquier parecido con la realidad es pura casualidad. A la Iglesia se le querría callada en todo, muda, que se plegase a los poderes de este mundo, que no inquietase a estos poderes, bajo el pretexto de que han recibido una legitimidad de apoyos más o menos mayoritarios. ¿Qué, si no, indican reacciones de personas y medios públicos ante determinadas homilías, y escritos o declaraciones recientes de Obispos? ¿Qué, si no, indican las amenazas al mantenimiento o sostenimiento de la Iglesia por parte de algunos, de todos conocidas? Son unos pocos signos de esa batalla de la que nos habla hoy el Apocalipsis. Pero olvidan tales ataques o intimidaciones, tales manipulaciones, tales persecuciones, en suma, que la victoria ya se ha dado, y que no vencerán aunque se empeñen, y aunque nos empeñemos hasta los mismos cristianos con nuestras infidelidades y cobardías. La señal y la prueba es esta Mujer, María, vestida del cielo, glorificada, coronada con doce estrellas, que es figura de la Iglesia. El Hijo que dio a luz esta Mujer, vencedor de la muerte, Autor de la Vida, Dios con los hombres, es la garantía de la victoria, la raíz y certeza de la esperanza”.

ALOCUCIÓN EN LA PLAZA DEL AYUNTAMIENTO

“En medio de esta situación, en unión con María, asunta a los cielos, gloriosa, la Iglesia es testigo de esperanza, camina en esperanza, llama a la esperanza. Tiene la certeza de la presencia de Jesucristo en Ella, de que Dios no la deja en la estacada como no deja en la estacada al hombre por la resurrección de su Hijo Jesucristo, de la que es muestra y garantía la glorificación de Maria, que hoy celebramos. Venimos de una centuria de años donde se ha producido la gran tribulación de las guerras mundiales, de los campos de exterminio nazis o de los Gulag soviéticos, en la que se ha implantado una cultura de muerte que trata de secar las fuentes de la vida humana o de eliminarla legalmente antes de nacer o si se considera inútil o de manipularla para otros fines... porque así se decide; nos hallamos inmersos en una época y en una sociedad afectadas a menudo por un oscurecimiento de la esperanza, en la que tantos hombres y mujeres parecen desorientados, inseguros, sin esperanza, y muchos cristianos están sumidos en este estado de ánimo. Envueltos en una grave pérdida de la memoria y de la herencia cristiana, unida a una especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, con un lento y progresivo avance del laicismo, con el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo, y con un cierto miedo al futuro aprisionados en el aquí y el ahora de nuestra historia, la Iglesia, en comunión con Maria asunta los cielos, camina en la esperanza y ofrece a todas las gentes la esperanza viva en Jesucristo resucitado, consciente, además, de que el hombre no puede vivir sin esperanza”.

Al celebrar hoy esta solemnidad de la Santísima Virgen Maria se aviva en la Iglesia y en los cristianos la esperanza firme y se siente movida a dar razones de la esperanza que le anima, aun con el martirio, encarnación suprema y gozosa del Evangelio de la esperanza. Al mismo tiempo acude a la que es llevada a los cielos, Maria, como Madre de la esperanza y le pide con palabras del Papa: "¡Camina con nosotros! Enséñanos a proclamar al Dios vivo; ayúdanos a dar testimonio de Jesús, el único Salvador, haznos serviciales con el prójimo, acogedores de los pobres, artífices de justicia, constructores apasionados de un mundo más justo; intercede por nosotros que actuamos en la historia convencidos de que el designio del Padre se cumplirá. Aurora de un mundo nuevo, ¡muéstrate Madre de la esperanza y vela por nosotros! Vela por la Iglesia en Europa: que sea trasparencia del Evangelio; que sea auténtico lugar de comunión; que viva su misión de anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la esperanza para la paz y la alegría de todos. Reina de la Paz, ¡protege a la humanidad del tercer milenio! Vela por todos los cristianos: que prosigan confiados por la vía de la unidad, como fermento para la concordia del continente. Vela por los jóvenes, esperanza del mañana: que respondan generosamente a la llamada de Jesús. Vela por los responsables de las naciones: que se empeñen en construir una casa común, en la que se respeten la dignidad y los derechos de todos. Maria, ¡danos a Jesús! ¡Haz que los sigamos y amemos! El es la esperanza de la Iglesia, de Europa y de la humanidad. El vive con nosotros, entre nosotros, en su Iglesia. Contigo decimos, "Ven, Señor Jesús". Que la esperanza de la gloria, infundida por El, en nuestros corazones dé frutos de justicia y de paz" (Juan Pablo II).