Fiesta de la Natividad de Nuestra Señora

+Emmo. Y Rvdmo. DR. D. Atonio Cañizares Llovera. Cardenal Arzobispo de Toledo, Primado de España

 

8 de septiembre de 2005, Guadalupe

Queridos hermanos Obispos; queridos hermanos de la Fraternidad franciscana de este santuario; queridos hermanos sacerdotes; estimadas y dignas autoridades, civiles y militares, autonómicas, provinciales y locales; queridos hermanos y hermanas de la Puebla de Guadalupe; queridos hermanos y hermanas todos, en el Señor: Un año más, llenos de gozo y con el corazón henchido de fe y de piedad filial hacia la Santísima Virgen, Madre de Dios, nos acercamos venidos de tantas partes junto a la imagen tan venerada de Santa María de Guadalupe, para celebrarla en su fiesta. Aquí estamos las diócesis de Coria-Cáceres, de Plasencia, de Mérida-Badajoz y de Toledo, en una comunión de sentimientos hacia la que es nuestra común Madre y Reina de misericordia y esperanza. Aquí está presente Extremadura, la noble y entrañable región de España, cuyos hijos, amparados por esta Madre, se han distinguido en la empresa evangelizadora de América; la Virgen de Guadalupe es la reina y Patrona de Extremadura, que la ama con honda y tierna devoción. Aquí está también, de alguna manera, España entera, que desde el siglo XIII, ininterrumpidamente a lo largo de ocho siglos, acude a este lugar para postrarse ante la Imagen Santa de la Señora, venerarla e invocarla como auxilio de los cristianos, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. De este lugar, junto a la Madre de Dios de Guadalupe, por impulso de la Reina Católica, Isabel Ia de Castilla, brotó la gigantesca empresa misionera y evangelizadora de América, y así la Virgen de Guadalupe es también Madre de evangelizadores y por eso es llamada Reina de la Hispanidad.

Hoy, todos nosotros nos sentimos dichosos, como María, por la fe. La Santísima Virgen escucha de su prima Isabel: "Dichosa, Tú, que has creído". Dichosos nosotros porque creemos. No sabemos bien lo que tenemos con la fe, nuestro gran riqueza y gozo, el que desde los primeros siglos de nuestra era ha constituido lo mejor, lo más noble, lo más caracterizador del pueblo hispano, que desde este santuario mariano ha recibido tanta luz. Es la fe lo que nos identifica en nuestras raíces y ser más propio el gozo que nos alienta, y que hoy, como hijos fieles de la Virgen María y protegidos por Ella, y como herederos de tantos santos y mártires, de tantos cristianos sencillos, testigos de Jesucristo, anhelamos compartir con todos los hombres en una iglesia más intensamente misionera, llamada a evangelizar de nuevo, a proclamar por todas las partes, a los cuatro vientos, la misericordia de Dios para con los hombres, su inmensa grandeza que se muestra en favor nuestro, que exalta a los humildes y sencillos y colma de bienes a los pobres, hambrientos y abatidos.

La imagen de la Virgen Señora de Guadalupe nos muestra de manera visible y palpable el por qué de este gozo por la fe que da sentido a nuestra vida: Ella tiene al niño Jesús en sus rodillas y entre sus brazos; en ese Niño -pequeño y pobre, desvalido y desamparado-, que Ella besa y tiernamente aprieta, y nos muestra -como pedimos en la Salve-, advertirnos una bondad que no es de acá y que lo inunda todo; en ese Hijo de sus entrañas, nacido de María, por obra del Espíritu Santo, Dios ha empezado a estar con nosotros para siempre: nada, en efecto, ni nadie podrá separarlo de nosotros, ni a nosotros de El, Dios-connosotros. Dios no quiere ser sin el hombre, sin participar en su desamparo así, se ha comprometido irrevocablemente con el hombre, con todos y cada uno. Ha entrado con el silencio de la noche en nuestro abandono. No cabe mayor cercanía de Dios al hombre. Nada hace tan presente lo largo, ancho y profundo del misterio de Dios como este niño en el regazo de su Santísima Madre. La Santa Madre de Dios, María, nos muestra a Jesús, su Hijo, nos lo presenta y pone ante nuestra mirada. En cierto modo nos lo hace ver, tocar, tomarlo en nuestros brazos, contemplarle y hablarle. Ella nos introduce a cada uno al encuentro con Cristo, nuestro Redentor, nuestro consuelo y nuestra esperanza; nos enseña a contemplarlo con los ojos del corazón y vivir de Él

Por esto, hoy, contemplando y venerando esta imagen, en el Año de la Inmaculada, es un día privilegiado para que los cristianos, aquí presentes venidos de todas las partes, demos gracias a Dios por la fe en Jesucristo, hontanar inagotable de humanización verdadera de nuestro mundo. Nos sentimos, en verdad, dichosos por el legado recibido, y al tiempo convocados a difundir y extender, y como dijo nuestro Rey D. Juan Carlos en la sede de la Conferencia Episcopal, también convocados "a custodiar activamente el rico patrimonio de fe cristiana y de cultura que ha impregnado tan notablemente nuestra historia... Nuestra dedicación puede caracterizarse por el esfuerzo en conciliar por una parte la fidelidad a esa rica herencia y por otra el ofrecimiento a nuestra sociedad de los valores que representamos y que invitamos a todos a compartir y vivir, en el respeto a las legítimas opciones que cada conciudadano toma o puede tomar libremente" (Cf. Juan Carlos I, Rey de España en su visita a la sede de la Conferencia Episcopal Española, 20, 11, 2001).

Con Santa María Virgen, Madre de los creyentes, esperanza nuestra, Señora de Guadalupe, Patrona de Extremadura, Reina de la Hispanidad, reconozcamos a Dios, proclamemos, sin miedo ni temor alguno, su inmensa grandeza, su infinito poder que es su bondad y su amor misericordioso, sin límite alguno. Afirmar a Dios, reconocerle, adorarle, agradecerle y alabarle es donde radica la verdad y la grandeza del hombre. Estamos inmersos en un ambiente cultural en el que se olvida a Dios o se vive de espaldas a Él, como si no existiera. Algunos incluso abogan por la desaparición de Dios de la esfera e historia humana, y hasta postulan la erradicación de su nombre de la sociedad. Lo que está en juego en nuestro mundo, detrás de muchas cosas que hoy suceden o se difunden, es un mundo con Dios o sin ÉL. Lo más grave que puede pasar al hombre ya nuestra civilización, con mucho, es el olvido o el rechazo de Dios. Es lo más decisivo. La suerte del hombre está en Dios, como canta María en el Magníficat. somos de Dios, creación suya, estamos en sus manos, El nos guía en la historia y ensalza de nuestra postración. Él nos ha redimido, nos salva y nos ama con amor perpetuo, con misericordia y compasión sin límite. En Él está la vida eterna, nuestra vida plena, la felicidad y la alegría, el futuro y la meta. Somos de Él y para Él. El corazón humano trata en vano de extraer vida de otras fuentes pero, en realidad, se destruye, como demuestran tantos signos de nuestro tiempo, en los que son evidentes las consecuencias trágicas de la ausencia de Dios. En la ausencia de Dios se funda la crisis de nuestra cultura y de nuestra civilización, la de la sociedad y aun de sectores eclesiales.

Sólo se superará esta crisis si desaparece ese silencio ausencia de Dios, si se le devuelve a Dios el lugar vital y central que le corresponde en el corazón, en el pensamiento y en la vida del hombre, como lo vemos en la persona y vida de la virgen María, como refleja en su canto del Magníficat. Dios fue el centro de su vida, fue todo para Ella: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" . Así de Ella, por ese confiarse a Dios, nació el Salvador, el que es Luz de las gentes, Redentor único, Camino, Verdad y Vida, reconciliación y paz, el que trae el verdadero y profundo cambio, la transformación más honda y verdadera de nuestro mundo.

El Papa Benedicto XVI, en la Vigilia con los Jóvenes del Encuentro Mundial de Colonia, ha hablado directamente de aquello que salvará siempre a la humanidad, lo que le devolverá cierto la esperanza: "Sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo. En el siglo pasado hemos vivido revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo para transformar sus condiciones. Y hemos visto que, de este modo, un punto de vista y parcial se tomó como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo. No libera al hombre sino que le priva de su dignidad. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada del Dios viviente, que es nuestro Creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revolución verdadera consiste en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo, es el amor eterno. Y, ¿qué puede salvarnos, si no es el amor?" Es lo que vemos en María y lo que Ella proclama. En Ella, en el Niño que lleva en sus brazos, como en la imagen de la Virgen de Guadalupe, vemos el amor eterno hecho carne, la misericordia de Dios que nos alcanza de generación en generación, vemos a Dios mismo, donde está toda la salvación del hombre, su presente y su futuro.

Que la Virgen Santísima de Guadalupe, mostrándonos al fruto bendito de su bendito vientre, Jesús, nos ayude en el camino de la fe, nos fortalezca en la fe y nos lleve a difundirla; que Ella, llena del Espíritu Santo, interceda, por su Hijo, ante el Padre, para que seamos y nos sintamos dichosos con la fe, y nos impulse a comunicarla a los demás, lo cual es, en cuanto cristianos, nuestra dicha e identidad más profunda, la dicha e identidad de la Iglesia llamada a evangelizar. Que nos ayude en esto a las diócesis de Coria-Cáceres, Plasencia, Mérida-Badajoz y Toledo. Hoy quiero ofrecer a María la realización de nuestros proyectos pastorales de cada una de las diócesis aquí presentes para que Ella los aliente y bendiga. En particular, le presento el de la Diócesis de Toledo, que, hoy mismo, y postrado ante la imagen venerada de Nuestra Señora de Guadalupe, he firmado y he puesto en sus manos. Que la Virgen María proteja a Guadalupe, a Extremadura, a España ya todos los pueblos de la Hispanidad que recibieron por Ella la lluvia beneficiosa de la gracia del Evangelio. Que la Virgen de Guadalupe, Madre de misericordia, a todos "os ayude en vuestro caminar, ilumine vuestras decisiones y os enseñe a amar lo que es verdadero, bueno y bello. Que Ella os conduzca a su Hijo, el único que puede satisfacer las más íntimas esperanzas de la inteligencia y del corazón del hombre".