Solemnidad de la Inmaculada Concepción

+ Agustín García-Gasco Vicente, Arzobispo de Valencia, España

 

1S.I. Catedral Metropolitana
Valencia, 8 diciembre 2003

1. ¡Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas... Aclama al Señor tierra entera! (Sal 97).

Nos reunimos esta mañana en gozosa acción de gracias a Dios, recordando que la Virgen María fue preservada de toda mancha de pecado, en atención a los méritos de Nuestro Señor Jesucristo.

Reconocemos la maternal protección de Nuestra Señora y manifestamos la devoción filial que el pueblo de España profesa a su patrona, la Inmaculada Concepción.

Nuestra alegría es el fruto de la contemplación de María: ella es como la aurora, cuya luz anuncia el esplendor del sol, que es Cristo, el Señor. Nuestra mirada a María nos impulsa más allá: nos conduce al hijo nacido de sus entrañas purísimas.

Jesús, el Hijo de María, es verdadero Dios y verdadero hombre, el único, universal y necesario Salvador del hombre y del mundo.

Sí: Jesucristo es el Salvador: no solo del pueblo elegido, sino también de todos los hombres y mujeres del mundo.

Él nos otorga una salvación que nos libera del pecado y de la muerte y, además, nos asocia íntimamente a Él: a su modo de ser, a su misión y a su destino.

2. Dirijo palabras de reconocimiento al Vicario general de la diócesis, a los Vicarios episcopales, al Sr. Rector y formadores del Seminario Metropolitano, al Cabildo catedralicio y a los sacerdotes concelebrantes.

Igualmente deseo expresar mi afecto y consideración a los seminaristas de nuestra Archidiócesis, presentes hoy en esta liturgia solemne por la celebración de su patrona, la Inmaculada Concepción.

Manifiesto mi cercanía y agradecimiento hacia todos los presentes: religiosos, religiosas y fieles cristianos laicos.

Hijos todos amadísimos:

3. Bendito sea Dios -hemos exclamado con S. Pablo-, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales (Ef 1,3).

Sí: Bendito sea Dios que nos ha bendecido también en la Madre de su Hijo, Jesucristo, nuestro Salvador.

Ella está maternalmente presente y participa en los múltiples problemas que acompañan la vida de cada uno de nosotros, de nuestras familias y de la Iglesia.

La Inmaculada Concepción es auxilio del pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y el mal, para que no caigamos, y si caemos, nos levantemos y sigamos adelante, sin miedo, por los caminos del mundo anunciando la salvación.

4. Contemplamos a María, concebida sin pecado original, como el primer signo que anuncia el cumplimiento de la promesa de salvación.

Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya -hemos escuchado en la primera lectura-; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón (Gn 3,20).

En esta contemplación María se nos presenta reconociendo la acción salvadora y misericordiosa de Dios:

He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra (Lc 1,38). A la luz de la voluntad de Dios, María comprende el propio camino y toda la historia.

Ella nos ayuda a interpretar, también hoy, nuestra vida bajo la guía de su hijo Jesús.

Sí: en María contemplamos a su Hijo y lo confesamos en la fe verdadero Dios y verdadero hombre, único, universal y necesario Salvador del hombre y del mundo.

La fe en la persona de Cristo Resucitado, vivo y presente en la Iglesia, es el corazón palpitante de nuestra vida cristiana.

5. Queridos hijos: la celebración de esta solemnidad es una invitación para que renovemos nuestra fe en Cristo.

Esa es la invitación que, en nombre del Señor y de su Santísima Madre, os dirijo hoy: Renovad vuestra fe en Cristo Jesús, vivo y presente en la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica.

Esa es la gracia que pido hoy a la Virgen Inmaculada: que los cristianos de Valencia y, de modo particular los seminaristas, sean verdaderos y auténticos creyentes en Cristo, sin descanso y cada vez más.

Esta es la cuestión esencial y decisiva para cada uno de nosotros. En ella se juega nuestra salvación eterna.

6. Desde esta firme confesión de fe, que hoy nos pide la Virgen Inmaculada, podemos comprender mejor la presencia de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad, para transformar el mundo.

Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, exclamó S. Pedro en Cesarea de Filipo (Mt 16,16).

Esta confesión de fe resuena constantemente en la Iglesia. Se prolonga y renueva en los labios y en el corazón de cada creyente. Y por una interior e insuprimible exigencia, tiende a hacerse transmisión de la fe.

La fe en Jesucristo hace nacer, sostiene y promueve la misión evangelizadora de la Iglesia y de cada cristiano.

El mandato misionero de Cristo Resucitado es claro: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (Mc 16,15). Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos (Hch 1,8).

Por ello, la razón de la vida, e incluso, la razón de ser de los cristianos y de la Iglesia en la historia, no es otra que el anuncio del Evangelio y la transmisión de la fe.

Queridos hijos: en la actual situación histórica, sin duda, el Señor y su Santísima Madre, pide a los fieles cristianos que asuman de modo cada vez más consciente, responsable y decisivo el mandato misionero de transmitir la fe; la tarea de la nueva evangelización.

7. Somos conscientes de las dificultades del momento presente. No es fácil transmitir la fe. La secularización, la descristianización de amplias capas de la sociedad, la indiferencia religiosa y el “neopaganismo” de muchos, dificultan gravemente la tarea de evangelizar. Se fomenta una cultura cerrada a la fe.

De modo particular resulta difícil la transmisión de la fe a las nuevas generaciones, a pesar de nuestros esfuerzos.

Las familias, la escuela y también las mismas comunidades cristianas se muestran débiles, incapaces para educar y formar auténticos cristianos.

Pero este es el tiempo que nos ha tocado vivir. Es un tiempo de crisis pero no es menos cierto que se trata de un tiempo rico en oportunidades, un tiempo favorable (2Cor 6,2).

Esta celebración, la protección poderosa de la Santísima Virgen, la vida y el testimonio de tantos hombres y mujeres, nos invitan a abrirnos constantemente con confianza a Cristo y a dejarnos renovar por Él.

La celebración de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen nos recuerda hoy que Cristo es el futuro cada uno de los aquí presentes.

El Patronazgo de la Virgen sobre cada uno de nosotros nos ha de animar a emprender una articulada acción cultural y misionera, enseñando con obras y argumentos cómo el futuro de este pueblo necesita descubrir sus raíces en los valores evangélicos.

Las dificultades nos han de hacer más humildes y nos han de conducir a confiar solo en Dios.

8. En este contexto hacen falta cristianos que, contemplando e imitando a la Virgen María, figura y modelo de la Iglesia en la fe y en la santidad, cuiden el sentido de la vida litúrgica y de la vida interior.

Os animo -nos lo pide el Señor- a dedicar una creciente atención a la educación de los jóvenes en la fe. Hemos de ofrecerles una sólida formación humana y cristiana.

No tengáis miedo a ser exigentes con ellos en lo que atañe a su crecimiento espiritual.

A todos los presentes y, de modo particular a los sacerdotes, os pido que mostréis a los jóvenes el camino de la santidad y les animéis a tomar decisiones comprometidas en el seguimiento de Jesús, fortalecidos por una vida sacramental intensa (cfr. Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, nn. 61-62).

Si faltan vocaciones sacerdotales ¿no será porque nuestra fe es débil?, ¿porque nuestro apostolado es pobre?. Si faltan vocaciones sacerdotales ¿no será que nuestro ejemplo no edifica, o que nuestra vida espiritual es tibia?

El verdadero cristianismo siempre es joven. Lo que mantiene joven a un cristiano es la juventud de la Palabra de Dios, esa llama que arde en el Evangelio y que es incompatible con el mundo de los desencantados, de los tristes y amargados; de aquellos que han puesto su confianza en las cosas de este mundo y han abandonado la alegría del primer amor.

Quiero recordar en este contexto la figura del joven diácono Vicente, protomártir de la Iglesia en Valencia.

San Vicente hizo valer el Evangelio de Cristo en su juventud. Esa anticipación la pagó con la muerte. Con una muerte a la que fue con sentido de aventura y de victoria, porque la juventud se proyecta naturalmente hacia el triunfo.

9. En esta tarea de nueva evangelización quiero mencionar el papel de la educación católica. Hoy más que nunca se hacen necesarios colegios, escuelas y centros universitarios católicos.

A cuantos estáis implicados en el mundo de la educación os exhorto a perseverar en vuestra misión: llevad la luz de Cristo Salvador a vuestras actividades educativas, científicas y académicas. Mostrad a los jóvenes los valores de un patrimonio cultural enriquecido por dos mil años de experiencia humanista y cristiana.

La Iglesia en Valencia es rica en instituciones educativas en todos los niveles de la enseñanza. Doy gracias a Dios por los colegios diocesanos repartidos por toda la geografía de nuestra diócesis. Me alegra comprobar que también las congregaciones e institutos religiosos se encuentran implantados con numerosos colegios y centros de enseñanza.

Desde mi llegada a Valencia he querido cuidar de modo muy especial todo lo referido a la educación católica de rango universitario.

Recibí una hermosa herencia que he considerado siempre como un don y una tarea, como un regalo y un motivo de responsabilidad.

Durante estos años, con la ayuda de la gracia de Dios y el trabajo de numerosos fieles cristianos laicos, hemos puesto en marcha el Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia y la Facultad de estudios de la empresa. Hemos mejorado los centros universitarios dependientes de la Fundación Edetania, ampliando su oferta educativa.

Con alegría os comunico que la Santa Sede ha aprobado la agregación del Instituto Diocesano de Estudios Canónicos a la Pontificia Universidad Lateranense. Valencia recupera así, después de 70 años, la licenciatura en Derecho Canónico.

10. Queridos hijos: Llegados a este punto, después de numerosas consultas y estudios, guiado por mi deseo de evangelizar echando las redes en nombre del Señor, apoyado en la oración e invocando la protección poderosa de la Virgen Inmaculada, ha llegado el momento de erigir la Universidad Católica de Valencia.

La Universidad Católica, nacida del corazón de la Iglesia, se ha revelado siempre como un centro incomparable de creatividad y de irradiación del saber para el bien de la humanidad.

El espíritu universitario lleva a valorar altamente la vida de la inteligencia, a buscar apasionadamente la verdad, a respetar la dignidad intocable de las personas y a anteponer el bien común de la sociedad a los intereses particulares del individuo.

La fuerza del Evangelio, siempre joven, puede penetrar y regenerar las mentalidades y los valores dominantes, que inspiran las culturas.

El diálogo de la Iglesia con la cultura de nuestro tiempo es el sector vital, en el que se juega el destino de la Iglesia y del mundo.

No hay más que una cultura: la humana, la del hombre y para el hombre. Y la Iglesia, experta en humanidad, investiga, gracias a las universidades católicas y a su patrimonio humanístico y científico, los misterios del hombre y del mundo explicándolos a la luz de la Revelación.

Estoy convencido de que la Universidad Católica de Valencia, signo de la vitalidad de nuestra Iglesia, se consagrará a la causa de la verdad, servirá a la dignidad de la persona humana y a la causa de la Iglesia, que tiene la íntima convicción de que el saber y la razón son fieles servidores de la fe.

La creación de la nueva Universidad ha de ser también un estímulo para los cristianos que ejercen sus tareas docentes en las otras universidades de Valencia. En ellas la Iglesia y los cristianos seguirán presentes como fieles y ejemplares universitarios, dispuestos a la leal cooperación con las autoridades académicas.

He decidido poner la nueva Universidad bajo el patrocinio de San Vicente, protomártir de nuestra Iglesia, cuyo 1700 aniversario del martirio estamos celebrando.

Al final de esta celebración se dará lectura y firmaré el Decreto de creación de la nueva Universidad.

11. María, Virgen Inmaculada,
ayúdanos a confesar nuestra fe;
enséñanos a dar testimonio de Jesús, el único Salvador;
haznos serviciales con el prójimo, acogedores de los pobres,
artífices de justicia, constructores de un mundo más justo.

Aurora de un mundo nuevo,
muéstrate Madre de la esperanza y vela por nosotros.

Vela por la Iglesia en Valencia:
-que los cristianos sean transparencia del Evangelio
-que vivan su misión de anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la esperanza
para la paz y la alegría de todos.

Vela por los jóvenes:
-que respondan generosamente a las llamadas de Jesús.

Vela por la nueva Universidad Católica de Valencia:
-que ofrezca su luz y esperanza a todos aquellos que cultivan las ciencias, las artes,
las letras y los numerosos campos desarrollados por la cultura moderna.

Virgen Inmaculada, Patrona de España:
haz que amemos y sigamos a Jesús
Él es la esperanza de la Iglesia, 
el futuro de la humanidad.

Amén.