Santa María, salud de los enfermos

+Mons. Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga, España

 

Uno de los signos que deben distinguir a sus discípulos es la cercanía fraterna a los enfermos

Hoy, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, celebramos los católicos la XV Jornada Mundial del Enfermo. Sabemos que todos tenemos que morir tarde o temprano, y esta experiencia nos debe hacer especialmente sensibles a la situación de enfermedad que viven numerosos miembros de nuestras comunidades.

Jesucristo nos ha enseñado que uno de los signos que deben distinguir a sus discípulos es la cercanía fraterna a los enfermos. Este año, nos dice en su Mensaje Benedicto XVI, «una vez más la Iglesia vuelve sus ojos a quienes sufren y llama la atención sobre la situación hacia los enfermos incurables, muchos de los cuales están muriendo a causa de enfermedades terminales». Ante este grave panorama, los católicos no debemos pasar de largo mientras la enfermedad no afecte a nuestra familia, sino que debemos implicarnos en dar una respuesta cada uno en nuestro ambiente vital.

Por una parte, la ley de dependencia aprobada recientemente por el Parlamento nos invita a tomar parte activa en su desarrollo y en su aplicación. Numerosos miembros de la comunidad católica trabajáis como profesionales de la salud, del derecho y de los servicios sociales y podéis aportar vuestro saber y vuestra experiencia en este momento en el que se está buscando la manera de que dicha ley se aplique con justicia y equidad.

Por otra, vemos que cada día aumenta el número de personas aquejadas de enfermedades incurables, que requieren cuidados especiales. De ahí la importancia de presionar a los poderes públicos para que aumente el número de centros de cuidados paliativos, que ofrezcan a los enfermos una atención integral. Aunque lo ideal es que éstos permanezcan en su entorno familiar mientras resulte posible, parece evidente que sólo en estos centros pueden recibir la atención y los cuidados necesarios.

Además, como Iglesia no podemos olvidar que la situación de enfermedad no se debe convertir en un obstáculo para que un creyente cultive su vida de fe. Los enfermos necesitan saberse miembros activos de la comunidad cristiana y recibir las atenciones necesarias. Si los cristianos tenemos que ser siempre testigos de la misericordia y de la ternura de Dios, urge ponerlo de manifiesto de manera especial con estos hermanos, que son los más pobres entre los pobres.

Finalmente, vemos que la medicina actual ha logrado prolongar la vida humana y superar el dolor físico. De ahí la importancia de que los grupos de pastoral de la salud que surgen hoy en nuestras parroquias reciban una buena formación técnica, espiritual y humana para que se hagan presentes en estas nuevas situaciones de dolor y ayuden a paliar también los sufrimientos espirituales de quienes se sienten solos e inútiles. Pues desde el punto de vista evangélico, somos conscientes de que estos hermanos, cuando viven su realidad con fe y con esperanza, unidos a la cruz de Jesucristo, contribuyen de una manera misteriosa al bien de la humanidad.

Y junto a la necesidad de ayudar a nuestros hermanos enfermos, la disposición a vivir la enfermedad, cuando nos llegue, con ánimo sereno, porque no son pocos los hijos de la Iglesia que han alcanzado la santidad afrontando con actitud evangélica su debilidad física. El Pueblo de Dios sabe que la enfermedad no es un obstáculo para practicar la fe y para vivir a fondo el Evangelio, sino un nuevo estímulo para buscar la mirada materna de María, Salud de los enfermos, que sigue cerca de la cruz de sus hijos para infundirles aquella misma firmeza con que afrontó la agonía y la muerte de Jesús en el Calvario.

+Mons. Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga, España