María, Madre de la Esperanza

+  Mons. Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán

 

En los días pasados hemos tenido diversas celebraciones de la Virgen María: La Inmaculada Concepción, la Virgen de Juquila, Nuestra Señora de Guadalupe. En estas advocaciones, las imágenes y su presentación externa son muy diferentes, pero es la misma y única Madre de Cristo Jesús

Cuando María recibe la visita del ángel Gabriel, ella, apenas una jovencita, dice “sí” a los planes de Dios, disponiéndose como esclava a seguir los pasos que Dios señale.
María es una mujer buena, sencilla, pobre y humilde, judía fervorosa, como nos la muestran los evangelios y otros textos de la Sagrada Escritura; nunca la vemos renegando de Dios, ni malhumorada con san José o con Jesús, tampoco egoísta o agresiva; al contrario, ejercitando libre y plenamente ese inquebrantable “sí” a Dios. A veces los momentos son luminosos, por ejemplo en el saludo del ángel Gabriel o de su prima Isabel, o con la visita de los pastores en Belén, o de los magos de oriente poco después; o cuando la muchedumbre glorifica a Dios por los milagros de Jesús o sus palabras llenas de sabiduría; pero esos momentos luminosos se entretejen de muchos otros oscuros y dolorosos, por ejemplo los rechazos de hospedaje cuando ella estaba a punto de dar a luz, o las asperezas del pesebre donde nace Jesús, o el anuncio del anciano Simeón, que su Hijo será “signo de contradicción” y una espada atravesará el corazón de ella. En todos los momentos, luminosos o dolorosos, María persevera como “esclava del Señor”, sostenida por su fe y esperanza en el Dios de Israel.
Toda la vida de María se orienta a su Hijo Jesús: al concebirlo y acogerlo en su mente y en su corazón; al darlo a luz, al abrazarlo y educarlo; luego, paulatinamente, al ir siendo educada por él, de modo que se convierte en la perfecta discípula de Jesús, avanzando en su fe que la lleva a la pasión y la cruz; luego, entregada por Jesús mismo como madre de los demás discípulos, ella persevera en la oración, en la espera del don del Espíritu Santo. Es una delicia orar con el Papa Benedicto XVI cuando se dirige a la virgen María al final de su segunda Encíclica, “Salvados en la esperanza”: “Santa María, tú fuiste una de aquellas almas humildes y grandes en Israel que, como Simeón, esperó el consuelo de Israel... Tú viviste en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descendencia... Por ti, por tu “sí”, la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia... Cuando llena de santa alegría fuiste aprisa por los montes de Judea para visitar a tu pariente Isabel, te convertiste en la imagen de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo por los montes de la historia... Tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, a esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino.” (Spe Salvi, 50).
El Adviento, que nos prepara a la Navidad, es tiempo privilegiado de esperanza. Que la virgen María nos acompañe y sostenga para ser testigos de la esperanza ante las tendencias egoístas, de placer desenfrenado, de violencia y de muerte.
Con María, esperamos la llegada de Cristo Jesús: Queremos estar con Él, entrando en relación de intimidad, escucharlo con atención, seguirlo con dedicación, ser sus discípulos perseverantes, para anunciarlo como ardorosos misioneros. Quien confía y espera en Jesús, no quedará defraudado.

+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán