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La Virgen del Mar y la significación de las fiestas marianas
+ Mons Sr. D. Adolfo González Montes.
28 de Agosto de 2009
Queridos diocesanos:
En la calurosa trayectoria de agosto las festividades marianas
vienen a poner una suave brisa espiritual en el alma distraída de
los cristianos. El ocio del verano es esperado con inquietud antes
de la pausa de julio y agosto, que para algunos sólo llega en
septiembre, cuando ya se anuncia el otoño. El trimestre de verano
tiene en las fiestas de la Virgen un referente de identidad
cristiana que obliga a reflexionar a los bautizados sobre el valor
humano y religioso del descanso y el destino de la existencia, cuya
meta está más allá del mundo visible de los sentidos.
A mediados de agosto, la Asunción de Santa María nos abre a la meta
gloriosa de la vida anticipada en la resurrección de Cristo, como
recuerda san Pablo: “Cristo como primicias; luego los de Cristo en
su Venida” (1ª Corintios 15,23). Sucede, sin embargo, que algunos se
desentienden de su propio destino y, distraídos de la meta
trascendente de la vida, olvidan que son transeúntes camino de la
gloria de María; o bien, alternativamente, camino de la muerte
eterna. Si la Asunción de María ilumina un futuro de esperanza, la
superación de dificultades y obstáculos del presente pasa por
anticipar ahora en esta vida aquello mismo que esperamos: un mundo
digno del hombre.
A comienzos de septiembre, la fiesta de la Natividad de María vuelve
a recordarnos que por la Virgen nos vino el Autor de la vida: Cristo
nuestro Señor. Predestinada a ser la Madre del Redentor, María viene
al mundo para abrir las puertas de la salvación al género humano. De
la contemplación de su elevación a la gloria, pasamos al
descubrimiento de la clave de su glorificación. María, un ser humano
como nosotros, ha abierto al Hijo de Dios las puertas de nuestra
humanidad, haciendo suya por entero la voluntad de Dios, y
descubriendo así que el designio de Dios para el hombre es siempre
un plan de vida y gloria. Mediante su aceptación sin reservas de la
palabra esperanzadora del ángel, María hizo posible que el Hijo de
Dios pusiera su tienda entre las nuestras y, compartiendo la vida
humana sin ahorrar sufrimientos y pruebas, venciera nuestro destino
de corrupción y muerte.
La tentación de hoy es acostumbrarse a un mundo sin esperanza,
haciendo propios formas y modos de pensar y de vivir sin otro
horizonte que el que pueden ofrecer los sentidos, una práctica hábil
para sortear obstáculos y aquellas operaciones de compraventa que
pueden producir dinero, condición de cualquier género de vida que
hoy pueda imaginar como apetecible una sociedad cada día más
controlada por el poder político, y cada día más envilecida por su
alejamiento de los principios morales concordes con la dignidad de
la persona.
Entre una y otra fiesta mariana, la solemnidad patronal de la Virgen
del Mar en el último sábado de agosto coloca a la ciudad de Almería
ante su propia verdad como ciudad cristiana: o vivir de la Vida que
ofrece el Hijo de María, e Hijo eterno de Dios hecho carne, o hacer
tabla rasa de su propia historia de fe. Después de la fiesta de la
Asunción de la Virgen, el calendario litúrgico ha colocado en la
última semana del mes de agosto, en torno a la fiesta de María
Virgen Reina, Almería pasea por sus calles la imagen de su Virgen
amada, Patrona de la ciudad nacida del Portus Magnus que abrió la
península a la predicación del Evangelio.
¿Cómo entender la historia de Almería sin su Virgen Patrona? Cuando
se pretende igualar las religiones, como si todas tuvieran el mismo
significado histórico y social en la génesis y desarrollo de un
pueblo, se olvida la razón de ser de una fiesta religiosa de
trascendencia social como la fiesta de la Patrona. Se evidencia la
falacia de un igualitarismo de falso cuño democrático, que, con
pretexto de un trato igualitario, en realidad ofende a los más y
desplaza el significado histórico y social de la religión hacia el
limbo de una sociedad sin historia y sin cultura, como supuestamente
habría de ser la sociedad de Almería. Un modo de ver que no repara
en los signos y realidades que evidencian lo contrario.
La regulación de la libertad religiosa, no será nunca justa ni
democrática si, de hecho, va dirigida contra la identidad
mayoritariamente cristiana de la sociedad. He comentado ya la crisis
que padecemos, apuntando las causas morales que están tras los
desajustes económicos que han llevado al paro a más de cuatro
millones de españoles y extranjeros que conviven con nosotros, y que
ha dejado en situación de desesperanza a tantas personas y familias
que deambulan por los centros de asistencia social. El Papa
Benedicto XVI, en la reciente Encíclica «Caridad en la verdad»,
acaba de hacer un análisis clarividente de la situación a la luz de
la doctrina social de la Iglesia.
Entre las causas morales de la crisis está la ausencia de
motivaciones trascendentes, que puedan dar razón del comportamiento
de individuos y sociedades. Motivaciones que frenen la avaricia y la
especulación y ayuden a reformar las empresas para generar trabajo
con voluntad de contribuir a una civilización del respeto a la
dignidad de la persona, que fundamenta el amor al prójimo.
Motivaciones que ajusten la función política a principios morales
que impidan su reducción a mero ejercicio declamatorio, mientras el
sistema conculca algunos de los principios fundamentales como la
primacía de la persona y el carácter social de la riqueza, sin los
cuales el derecho al trabajo es meramente declamatorio.
El respeto a la libertad religiosa permite que la fe religiosa, sin
reducirla a mera libertad de creencias sujetivas, inspire todos los
ámbitos de la vida, también la economía. Por esto, la libertad
religiosa requiere un tratamiento de la conducta religiosa privada y
pública de los individuos y de los pueblos que haga justicia a su
realidad social e histórica. Por todo ello, que la Ciudad ponga en
la Virgen del Mar el amor que nos identifica como discípulos de su
Hijo es expresión de un modo de ser y obrar que se alimenta de la fe
en Jesucristo y tiene verdadero alcance social y público. Con ello a
nadie excluimos ni dejamos de respetar la conciencia religiosa de
otras personas y colectividades, pero somos claramente sabedores de
que nosotros no nos entendemos a nosotros mismos sin el cristianismo
como referencia de nuestra historia e inspiración de la sociedad
solidariamente fraterna que promueve la fe cristiana.
Con mi afecto y bendición, y los mejores deseos de un feliz día de
la Patrona.
Almería, a 29 de agosto de 2009.
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería
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