Fiesta de Ntra. Sra. de las Viñas

+ Francisco Gil Hellín. Arzobispo de Burgos.

Aranda de Duero - 13 septiembre 2009

Un año más nos reunimos para celebrar la Fiesta Patronal de esta noble e industriosa Villa de Aranda. Si para todos es motivo de alegría, para mí lo es de modo especial. Porque fue la Ermita de Nuestra Señora de las Viñas el primer lugar que yo visité cuando vine a tomar posesión de la diócesis, hace poco más de siete años; y la Virgen de las Viñas es la imagen ante la que recé por primera vez el Santo Rosario como arzobispo de Burgos. Por eso, me siento muy gozoso y muy honrado al encontrarme hoy con vosotros para venerar a la Santísima Virgen de las Viñas, implorar su protección y pedirle que interceda ante su Hijo para que tengamos el temple cristiano que se nos exige a los discípulos de Jesucristo en este momento de la historia.

Para conversar con vosotros en este día, voy a tomar pie de una frase que escribió en 1795 un ilustre abogado arandino en su «Historia de la Milagrosa Imagen de Nuestra Señora de las Viñas». Entre otros títulos de gloria, señala el siguiente: «Es la Vid que produjo el celestial racimo». Es decir, es la Madre que engendró y dio a luz al Hijo de Dios, hecho hombre. Así como los racimos son el fruto natural de la vid, así el racimo celestial, Jesucristo, es fruto de la Virgen, Vid de la Nueva Alianza.

Sin María no habría existido Jesucristo. Y sin Jesucristo, no habría existido la salvación del género humano. O lo que es igual: María ha hecho posible que Dios –sin renunciar a su divinidad– se hiciera hombre para redimirnos del pecado y destinarnos a la gloria sempiterna. Por eso, el Concilio Vaticano II –repitiendo con énfasis la doctrina que profesaron los Santos Padres y había ya definido el Concilio de Éfeso en el año 431–, ha proclamado que María es verdadera Madre de Dios y que Ella ha colaborado activamente en la salvación del género humano.

Ciertamente, Jesucristo es el Salvador y Redentor. Pero quiso asociar a su Madre en esa obra, de modo tan misterioso como real. Eso explica que María ocupe un lugar privilegiado en la historia de nuestra salvación y en la vida y piedad de la Iglesia. Lejos de infravalorar la obra redentora de Jesucristo, la verdadera devoción a María la pone más de relieve, al confesar que toda su grandeza es prestada y proviene de ser la Madre del Redentor.

No tengamos miedo, por tanto, a ser exagerados en el amor y devoción a Nuestra Señora, la Virgen de las Viñas. Al contrario, sigamos acudiendo a Ella con el mismo fervor y la misma confianza que lo han hecho tantas generaciones arandinas a lo largo de los siglos. ¡Cómo me gustaría que los matrimonios vengáis aquí a renovar vuestro amor, que los novios vengáis aquí a pedirle a María que vuestro amor sea limpio y auténtico, y que las madres vengáis aquí a decirle a la Virgen que vuestros hijos no se aparten nunca de la Iglesia o, si es preciso, que vuelvan nuevamente a ella!

3. El título de «Vid que produjo el celestial racimo» del citado abogado arandino, me inspira un nuevo titulo: nuestra Patrona es la «Vid que produce el vino eucarístico», es decir, el vino que se convierte en la Sangre de su Hijo cada vez que celebramos la Eucaristía. Sin esta Viña, no habría existido la Sangre que fue derramada para el perdón de los pecados en el altar de la Cruz y que se hace sacramentalmente presente en la Eucaristía, para que nosotros podamos ofrecerla como reparación de nuestro desamor y también recibirla en comunión.

Ser devoto de Nuestra Señora de las Viñas es inseparable, por tanto, de ser devotos de la Sagrada Eucaristía. Esto comporta, en primer lugar, participar en la Misa todos los domingos y días de precepto. Nuestra Señora de las Viñas se convierte así en Nuestra Señora de la Eucaristía y por tanto del Domingo.

¿Qué diríamos de un agricultor que ahora, al llegar el tiempo de la vendimia, se dedicara a contemplar un día tras otro los racimos y a comentar con sus vecinos que la añada es de muy buena calidad, pero dejara que esos racimos se perdieran por no recogerlos? Algo parecido nos ocurriría si proclamamos que la Virgen de las Viñas es la Vid que un día nos dio en Belén el racimo Celestial y ahora en la Eucaristía nos da el vino de ese racimo, pero no participa en la bodega, que es la Misa, donde ese vino se trasforma y se nos da como bebida celestial.

Algunos que no aman a María dicen que la devoción a la Virgen deja en segundo plano a Jesucristo; y es, por ello, un obstáculo para un cristianismo adulto. Lo que he dicho anteriormente es un desmentido rotundo. María siempre nos lleva a Jesús, nunca nos aparta de Él. Ella es como las señales de tráfico de las autopistas: siempre nos marcan la ruta que nos lleva hasta el punto de destino. Las más de las veces, son señales positivas; algunas, son señales prohibitivas. Pero unas y otras siempre nos indican lo que hemos de hacer para llegar al final del viaje sanos y salvos. Esto es lo que hace siempre la Virgen, porque su mayor alegría es repetirnos como en las Bodas de Caná de Galilea: «Haced lo que Él os diga».

4. Queridos hermanos. Nos están tocando vivir unos tiempos que san Agustín llamaría «nuestros mejores tiempos», porque son los únicos de los que disponemos. Los de ayer, ya no existen; los de mañana, no sabemos si llegarán. Por eso, hay que amarlos y vivirlos con responsabilidad.

No es fácil, porque santa Teresa los calificaría como lo hizo a los suyos: «recios tiempos», es decir, «tiempos difíciles». Lo sabemos todos muy bien. Porque todos sabemos por propia experiencia que cuesta ser siempre honrados, cuesta ayudar a los que nos necesitan, cuesta convivir con los que piensan de modo diferente al nuestro, cuesta respetar la vida en todos los momentos de su proceso, cuesta no seguir la moda de vivir como casados antes de contraer matrimonio, cuesta no ceder a la salida del divorcio por cualquier futilidad, cuesta defender nuestros símbolos cristianos.

El venerado Juan Pablo II decía que el cristiano que no participa cada domingo en la Misa es «un cristiano en riesgo» de naufragar en su fe y sucumbir al ambiente. Todos sabemos que no exageraba. La Virgen de las Viñas –a la que tanto cariño tenéis en esta Villa– nos lo recuerda hasta con su mismo nombre. Ella nos dice: Venid a mí, para recibir la Sangre del racimo celestial que yo he producido y que ahora os ofrezco en la Eucaristía.

Sigamos su voz de Madre y lograremos que estos tiempos nuestros, aunque no sean fáciles, sean para nosotros los mejores, no sólo porque no tenemos otros, sino porque los vivimos con plena responsabilidad. Así sea.

† Francisco Gil Hellín
Arzobispo de Burgos