Misa de clausura del centenario de la "Asociación de la Medalla Milagrosa"

+ Francisco Gil Hellín. Arzobispo de Burgos.

 

Catedral - 20 noviembre 2009

Hemos venido a dar gracias a Dios por el Centenario de la Aprobación Pontificia de la “Asociación de la Medalla Milagrosa” que realizó la Santa Sede, el 8 de julio de 1909. Esta medalla fue acuñada según los datos que Catalina Labouré recibió de la Virgen en la aparición del 27 de noviembre de 1830, el sábado anterior al primer domingo de Adviento, mientras hacía la oración de la tarde. Se le apareció la Virgen con la bola del mundo en las manos y, entre otras cosas, le mandó que hiciese confeccionar una medalla ovalada con esta inscripción: “Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos” escrita alrededor de la imagen que había visto en la aparición. De las manos de la Virgen salían unos rayos, que representan las gracias que Dios concedería por su intercesión a los que llevasen esta medalla con devoción. En el anverso tendrá un anagrama mariano y dos corazones, de Jesús y de María.

Ya en 1832, con el permiso del obispo de París, se acuñaron las primeras medallas y se difundieron profusamente. Comenzaron las peregrinaciones al lugar de las apariciones: la capilla de la Rue du Bac, que se convirtió en el punto focal de esta devoción mariana. Mientras tanto la hermana Catalina es destinada a trabajar en un asilo, donde consume el resto de sus días hasta su muerte, a los 72 años, en diciembre de 1876, cuidando ancianos y enfermos con el mismo espíritu de trabajo que tuvo en su pueblo natal, en la alquería de su familia. Fue canonizada, por Pío XII, el 27 de julio de 1947.

La medalla se comenzó a difundir entre las personas interesadas en el mensaje de las apariciones de la Virgen. Pronto, al contacto con esta medalla, ocurrieron fenómenos extraordinarios de orden espiritual e, incluso, material. El uso de la medalla provocó en las gentes un gran sentido de la oración de petición y ante los efectos extraordinarios que se seguían de esa oración comenzaron a llamarla la “medalla milagrosa”, de donde le viene el nombre a esta advocación mariana. Surgieron entonces, por diferentes lugares, asociaciones de cristianos deseosos de vivir y propagar el espíritu que emanaba de estas apariciones marianas. Pasado un tiempo, llegó la aprobación definitiva de la Asociación de la Medalla Milagrosa con el fin de darle una cierta unidad, para que pudiera extenderse por toda la Iglesia bajo un Director General como cabeza visible.

Los que se consideraron favorecidos por la medalla y los que buscaban ese favor convirtieron la casa de las Hijas de la Caridad, en la Rue du Bac, en un centro de peregrinación ininterrumpida hasta el presente. Su capilla aporta el recuerdo del paso de Dios por un alma. Ahora es lugar de oración, de silencio, y ámbito en el que actúa la gracia de Dios en la reconciliación sacramental y en la celebración de la Eucaristía. Es un lugar de París muy visitado por toda clase de personas: peregrinaciones, excursiones, turismo individual, de todos los pueblos y razas. Y no es la fastuosidad, el arte o la arquitectura llamativa lo que mueve a las gentes a acudir. La capilla participa de la sencillez de la “santa de la vida escondida”. Para el mero curioso es pobre, mas para el creyente atesora una riqueza espiritual incalculable. Es un lugar mariano que anima a la fidelidad en la vida cristiana, como las solitarias ermitas de nuestros pueblos o los santuarios en los que se honra masivamente a María.

Estos lugares no hay que suprimirlos, sino a revitalizarlos. Hemos de seguir acudiendo a ellos con intenciones rectas. La devoción mariana no es un mero trámite para alcanzar favores temporales. María es un faro encendido que nos muestra el modo de llegar a buen puerto. Jesús alaba a su madre porque escucha la palabra de Dios y la pone en práctica. María escucha en su interior y responde con prontitud y con generosidad: “Aquí está la esclava del Señor”. Por eso nos aconseja, como a los criados de la boda de Caná, “haced lo que él os diga”. La vida de un cristiano tiene que ser la respuesta a una vocación o llamada divina. Todos los que acuden a María, en la capilla de las apariciones y en tantos otros lugares, y los que llevan la Medalla Milagrosa buscan la intercesión de María; son conocedores de su omnipotencia suplicante.

Pero podríamos preguntarnos ¿Sus peticiones están bien orientadas? No se puede dar una respuesta tajante, para bien o para mal. Solamente hay que decir que el principal objetivo de nuestro recurso a la intercesión de María ha de ser el bien espiritual: el ejercicio de las virtudes, la huida de las ocasiones de pecado, las gracias que nos son imprescindibles para el seguimiento de Cristo. Hemos de pedir para nosotros y para los demás.

Además, podemos pedir otros favores de orden social, como la paz, el entendimiento entre los pueblos, la justicia para con los más desfavorecidos. También, pueden ser objeto de nuestras oraciones los bienes o éxitos temporales y materiales, siempre que de modo explícito o implícito, se ponga de por medio la reserva de “si me conviene”. Cuando se recurre a María con un mínimo de honradez, sin espíritu especulativo y contractual, si no recibimos el bien material que pedimos, puede ser que nos consiga el temple suficiente para superar la carencia que nos hace prorrumpir en una oración de petición.

Y por encima de todo, la verdadera devoción, la que nos suscita la advocación de la Medalla Milagrosa, está en seguir los pasos de María, hacer de su ejemplo una norma de vida en nuestro trato con Dios y con los demás, en las obligaciones sociales y en los deberes familiares, en el cultivo de las virtudes en la vida privada y de las rectas normas sociales en la vida pública. El modo de hacer de María, a pesar de su vida callada, estaba en condiciones de santificar las más variadas realidades humanas. Nosotros debemos saber traducir en hechos de vida los principios que emanan del evangelio. La “medalla milagrosa”, las capillas de la visita domiciliaria, los triduos y novenas, la imágenes de la Virgen Milagrosa, son despertadores para nuestra vida cristiana. Al tiempo que damos gracias por la consolidación de la Asociación de la Medalla Milagrosa, pidamos que su actuación lleve a muchas personas a Dios a través de María.

† Francisco Gil Hellín
Arzobispo de Burgos