Fiesta de la Virgen del Carmen

Monseñor Carmelo Echenagusía, obispo auxiliar de Bilbao

 

16 de Julio de 1999
«Padre nuestro… que estás en los mares»

Se acerca, un año más, la fiesta de la Virgen del Carmen, tan entrañable para las gentes del mar que viven su fe cristiana dentro de la Iglesia católica. Pueblos enteros y parroquias se volcarán de nuevo en diversas manifestaciones de fervor mariano y, por intercesión de la Stella Maris, la Reina de los Mares, presentarán al Padre de todos sus alegrías y esperanzas, sus angustias y peticiones. 
Creo conveniente que, en comunión con la Iglesia universal, celebremos esta fiesta mariana en el espíritu del Gran Jubileo promulgado por el Papa Juan Pablo II para el año 2000. Así nos lo sugieren el cartel y el lema escogidos: Padre nuestro… que estás en los mares. Por acuerdo de los Coordinadores Regionales del Apostolado del Mar en Europa, los navegantes son invitados a inaugurar de una forma peculiar el Año Santo: haciendo sonar las sirenas de sus barcos la noche de Navidad.

Padre nuestro…que estás en los mares. La figura del padre está especialmente presente entre las gentes del mar: el padre, que, durante largas y duras ausencias del hogar, no puede olvidar y añora continuamente a su familia, y es, al mismo tiempo, el gran ausente cuya memoria y nombre están a cada momento en el corazón y en boca de los suyos. 

La figura del padre se complementa con la de la madre, protagonista excepcional de la vida de la familia marinera. Un padre con entrañas maternales, como se nos descubre en la Biblia. Nuestro Dios combina la fuerza del amor paterno con la ternura del corazón de la mejor de las madres. 

Ojalá podamos todos aprovechar la gracia del Jubileo para que el Espíritu Santo nos ayude a descubrir en Jesús al Hijo que nos manifiesta en sus palabras y obras la cercanía, la ternura, la paciencia y el amor misericordioso de Dios, Padre también de todos nosotros. En este descubrimiento nos servirá de ayuda la Virgen María, el gran signo de rostro materno y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con los cuales nos invita a entrar en comunión. 
Dirijamos nuestra atención a la acción que, muchas veces de forma callada, la Iglesia viene desarrollando a favor de marinos y pescadores y de sus familias. Gracias a Dios, son muchos los creyentes que, en puertos y parroquias, a bordo y en tierra, siguen entregando sus personas y esfuerzo a la atención espiritual y humana de las gentes del mar. Así lo pudimos comprobar con gozo en la Asamblea Nacional del Apostolado del Mar que celebramos en Santander el pasado mes de febrero.

La Asamblea centró su reflexión en la situación de la familia marinera y presentó las siguientes conclusiones: 

-Establecer, en los distintos puertos, la intervención de profesionales del Trabajo Social para que ayuden a jóvenes, mujeres y hombres de la mar en los problemas de comunicación interpersonal, convivencia, soledad e integración social. 

-Determinar compensaciones económicas equitativas para armadores y tripulantes durante los períodos de paro del buque. 

-Crear centros de Stella Maris (Apostolado del Mar) en todos los puertos más importantes e incrementar la comunicación entre los mismos.

-Exigir a profesionales, instituciones y autoridades de la mar el respeto riguroso a los paros biológicos y al tamaño de las especies.

No puedo olvidar a las numerosas víctimas que la mar ha seguido cobrando. Algunas de ellas hallan eco en los medios informativos, y suscitan una ola de compasión y solidaridad. Otras muchas, en cambio, pasan inadvertidas a la opinión pública, pero no a sus seres más queridos. 

Concluyo con estas palabras con las que el Papa Juan Pablo II abre su Carta apostólica Stella Maris, sobre el Apostolado del Mar (31 de enero de 1997):

«Stella Maris» es, desde hace mucho tiempo, el título preferido con el que la gente del mar se dirige a la Virgen María, en cuya protección siempre ha confiado. Jesucristo, su Hijo, acompañaba a los discípulos en sus viajes en barca, les ayudaba en sus afanes y calmaba las tempestades. Así también la Iglesia acompañaba a los hombres del mar, preocupándose de las necesidades espirituales de esas personas que, por motivos de diversa índole, viven y trabajan en el ambiente marítimo.

Fuente: Arquidiócesis de Madrid