La devoción a María en la vida del presbítero

+ Mons. Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares

 

16 de abril de 2002
1. El presbiterio de Alcalá se reúne hoy en torno a su obispo, para celebrar con gozo el don que Dios nos ha hecho, de llamarnos a participar en el sacerdocio de su Hijo. En efecto, los presbíteros están unidos con los obispos en el honor del sacerdocio y, "en virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, según la imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote (Hch 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino" (Lumen gentium, 28). Participando del oficio de Cristo, único Mediador (1 Tim, 2,5), anuncian la palabra divina y celebran el sacrificio eucarístico, representando la persona de Cristo y proclamando su misterio hasta la venida del Señor.

2. Los sacerdotes ordenados participan de modo especial en el sacerdocio único de Cristo, que ha sido ungido por el espíritu del Señor, para anunciar la buena nueva a los pobres; para vendar los corazones destrozados; para pregonar a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad (cf. Is 61,1), como nos ha recordado el profeta Isaías. 

El ministerio de los presbíteros se ordena y culmina en el sacrificio de Cristo, Mediador único, que se ofrece en nombre de toda la Iglesia de manera incruenta y sacramental en la Eucaristía (cf. Presbyterorum ordinis, 2). Nuestro servicio sacerdotal, estimados hermanos, tiene como objetivo «pregonar el año de gracia del Señor» (Is 61,3), anunciando el mensaje del Evangelio, y procurar que el pueblo cristiano, redimido por Cristo, ofrezca el sacrificio agradable a Dios.

3. Deseo agradeceros, queridos sacerdotes, vuestro trabajo y dedicación en favor de la Iglesia. Quiero hacer presente también a algunos miembros de nuestro presbiterio, que colaboran en otras diócesis de España y en el extranjero (Bolivia, Japón y Alemania), más necesitadas aún que la nuestra, de operarios de la mies. Tanto los presentes como los ausentes todos formamos parte del mismo presbiterio y trabajamos por la misma Iglesia de Cristo. Hoy renovaréis las promesas sacerdotales, que hicisteis el día de vuestra ordenación presbiteral. Pido al Señor que os conserve en la fidelidad al ministerio, que un día os confió por manos de vuestro obispo.

4. Si la relación de los sacerdotes ordenados con Jesucristo es especial, la relación con la Madre del Sumo Sacerdote debe ser también especial. El Concilio Vaticano II, remarcando la docilidad de la Santísima Virgen al Espíritu Santo, exhortaba a los presbíteros a amarla filialmente: "Veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio" (Presbyterorum ordinis, 18), pues ella se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres. 

El Sínodo de los Obispos de 1971 recomendó también a los sacerdotes una devoción filial a la Virgen: "Con la mente dirigida a las cosas celestes y partícipe de la comunión de los santos, el presbítero contemple a menudo a María, Madre de Dios, la cual acogió el Verbo de Dios con fe perfecta, y la invoque cada día para obtener la gracia de conformarse a su Hijo" (Ench. Vat. 4, 1202). 

5. Según el Papa Juan Pablo II, "la razón profunda de la devoción del presbítero a María Santísima se fundamenta en la relación esencial que en el plano divino ha sido establecida entre la Madre de Jesús y el sacerdocio de los ministros del Hijo" (Juan Pablo II, Audiencia general María es la Madre del Sumo y Eterno Sacerdote. La devoción a María en la vida del presbítero, 1, Vaticano, 30.VI.1993). 

La relación de María con el sacerdocio resulta sobre todo del hecho de su maternidad: Aceptando ser la Madre de Cristo, María ha llegado a ser Madre del sumo Sacerdote. La carta a los Hebreos nos revela que Jesús el aceptó, sacerdotalmente, el sacrificio de su vida: «¡He aquí que vengo (...) para hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10,5-7). El Evangelio nos refiere que, en el momento de la Encarnación, la Virgen María se sometió humildemente a la voluntad de Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). 

Existe, pues, una perfecta correspondencia entre María y su Hijo, que demuestra que entre la maternidad de María y el sacerdocio de Cristo se ha establecido una relación íntima (cf. Juan Pablo II, Audiencia general María es la Madre del Sumo y Eterno Sacerdote. La devoción a María en la vida del presbítero, 2, Vaticano, 30.VI.1993).

6. María ha sido asociada de modo único al sacrificio sacerdotal de Cristo. Ella ha sido la primera y más perfecta partícipe espiritual de la oblación del Sumo Sacerdote. De este hecho resulta la existencia de una relación especial del sacerdocio ministerial con María Santísima: "Como tal, ella puede obtener y dar a quienes participan en el plano ministerial en el sacerdocio de su Hijo la gracia del impulso a responder cada vez más a las exigencias de la oblación espiritual que el sacerdocio comporta: de modo particular, la gracia de la fe, de la esperanza y de la perseverancia en las pruebas, reconocidas como estímulos para una participación más generosa en la oferta redentora (Juan Pablo II, Audiencia general María es la Madre del Sumo y Eterno Sacerdote. La devoción a María en la vida del presbítero, 4, Vaticano, 30.VI.1993). 

7. El Santo Padre ha tenido a bien proclamar este año como "Año del Rosario", "para exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo" (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 3). 

Nos invita, así, a una mayor reflexión sobre la misión de María en la historia de la salvación y a una más profunda y filial devoción a la Madre del Redentor. Nos anima a meditar los misterios del Rosario, para aprender de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor, obteniendo así abundantes gracias de las manos de la Madre del Redentor. Os invito, de corazón, a rezar el Rosario, no sólo en privado, sino también junto con vuestras comunidades cristianas.

8. En esta hermosa relación filial del sacerdote con María, podemos pedirle a nuestra Madre, según nos enseña el Santo Padre: "la gracia de saber recibir el don de Dios con amor agradecido, apreciándolo plenamente como Ella ha hecho en el "Magnificat"; la gracia de la generosidad en el don personal, para imitar su ejemplo de "Madre generosa"; la gracia de la pureza y de la fidelidad en el compromiso del celibato, bajo su ejemplo de "Virgen fiel"; la gracia de un amor ardiente y misericordioso, a la luz de su testimonio de "Madre de misericordia" (Juan Pablo II, Audiencia general María es la Madre del Sumo y Eterno Sacerdote. La devoción a María en la vida del presbítero, 6, Vaticano, 30.VI.1993). A Ella acudimos en la dificultad y le pedimos que haga fructificar nuestro ministerio. 

9. Es propio de la espiritualidad sacerdotal que el presbítero se configure cada vez más plenamente con su Maestro. San Pablo nos invita a sintonizar nuestros sentimientos con los de Cristo: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2, 5). Todo cristiano y más aún el sacerdote debe «revestirse de Cristo» (cf. Rm 13, 14; Ga 3, 27). 

Como dice el Papa Juan Pablo II: "En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo -en compañía de María- este exigente ideal de configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos decir 'amistosa'. Ésta nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como 'respirar' sus sentimientos" (...). Mediante este proceso de configuración con Cristo, en el Rosario nos encomendamos en particular a la acción materna de la Virgen Santa (...). Ella es "el icono perfecto de la maternidad de la Iglesia" (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 15).

10. El Papa Juan Pablo II, según anunció en el "Angelus" del día 30 de marzo de 2003, firmará mañana, día de Jueves Santo, durante la Misa de la Cena del Señor, su encíclica sobre la Eucaristía. Este año en vez de una Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, el Papa ofrece a toda Iglesia una reflexión sobre el sacrificio eucarístico "fuente y cima de toda vida cristiana" (Lumen gentium, 11), centrándose "en el intrínseco valor e importancia para la Iglesia del Sacramento, que nos dejó Jesús como memorial vivo de su muerte y resurrección". Eucaristía y sacerdocio van íntimamente unidos. 

11. En esta Misa crismal, os exhorto, queridos hermanos en el sacerdocio, a vivir cada vez más la verdadera devoción a María; a confiar nuestra tarea a la solicitud de la Madre; a unirse sacerdotalmente a la oblación de Cristo y a la entrega generosa de la Virgen; a asumir con gozo nuestra misión, sabiéndonos protegidos y guiados por ella; a asociarnos al sacerdocio de Cristo, como lo hizo María. Quiero agradecer vuestra entrega, fidelidad y constancia en las tareas pastorales. ¡Que María nos ayude a ejercer cadía mejor nuestro ministerio sacerdotal! 

12. Agradezco la presencia de tantos fieles, procedentes de distintas comunidades cristianas de la Diócesis. La celebración de hoy tiene una significación especial, porque está presente la iglesia particular entera, con el obispo a la cabeza, los sacerdotes, sus colaboradores necesarios, y los fieles cristianos laicos y consagrados. Ojalá cada año participen más fieles de las diversas comunidades parroquiales, hasta llegar a la representación completa. ¡Estimados fieles, amad a vuestros sacerdotes, colaborad con ellos y rezad por ellos! Os exhorto a uniros a los sacerdotes, poniéndoos en las manos maternales de la Virgen e invocando su poderosa intercesión para vosotros mismos y para toda la Iglesia. ¡Qué así sea!

Fuente: Arquidiócesis de Madrid