Mensaje de Navidad

+Monseñor Bosco M. Vivas Robelo, Obispo de León

 

23 de diciembre de 1997

"Así dice el Señor: 
Sé muy bien lo que pienso hacer con ustedes: 
designios de paz y no de aflicción. 
Quiero darles un porvenir y una esperanza. 
Si me buscan de todo corazón, me encontrarán". 
( Jeremías 29,11.13). 


Queridos hermanos y hermanas: 

La gran Noticia que la Iglesia nos comunica en estos días es: Dios nos ama. Por nosotros y por nuestra salvación envió a su hijo, nacido de Mujer (Gal.4,4). El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn.1,14). Si creemos en El y lo recibimos con fe con amor tendremos Vida abundante y seremos hijos de Dios (cfr. Jn. 1,12; 10,10). 

Es ésta la Buena Nueva que quiero darles en esta Navidad que nos disponemos a celebrar con la esperanza de que, al darle al Niño Dios nuestro corazón y nuestra vida, El nos conceda sus dones de paz, alegría y auténtica reconciliación. 

Necesitamos en Nicaragua sobre todo el Don del Espíritu Santo, que Cristo Jesús nos ha merecido con su venida al mundo y con su muerte y resurrección. Necesitamos este Divino Espíritu, repito, para que disipe las tinieblas del pecado -de la ambición de riquezas, de honores vanos y de placeres carnales-, que amenazan con envolvernos en sombras de muerte. 

La fuerza del Espíritu de Dios y la intercesión maternal de la Virgen Santa podrán realizar el milagro de que brille hermosa la paz en nuestro cielo, que nuestras nubes destilen rocío y que en nuestra tierra germine la salvación. 

I.- EL MISTERIO DE LA ENCARNACION 

Navidad es un misterio de amor. Sólo el amor puede dar razón de la encarnación del Hijo de Dios. " De tal manera amó Dios al mundo que le dio a sus Hijo único para que todo el que crea en El no perezca sino que tenga vida eterna" ( Jn. 3,16). 

Sabemos que el que nace en Belén de Judá es la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo, la Sabiduría del Padre, que existe desde siempre, luz sobre toda luz. 

Este Hijo eterno del Padre es concebido en el tiempo -la plenitud de los tiempos- por el poder y la gracia del Espíritu Santo en el seno Virginal de Santa María y con su libre y meritoria cooperación.

En el misterio de la Encarnación, pues, se nos da Dios mismo con todo lo que El es y con todo cuanto posee. 

Pero Hay que decir también que la naturaleza humana que el Verbo recibe de la Virgen María y que se une a su naturaleza divina en la persona Divina del Hijo de Dios, es verdadera naturaleza humana con alma y cuerpo igual a nosotros menos en el pecado. 

Jesucristo es de esta manera el Verbo Encarnado, una Persona Divina con dos naturalezas, la divina y la humana. 

Es éste un misterio admirable que nos revela la misericordia infinita y la ternura de Dios por nosotros los seres humanos. "En esto consiste el verdadero amor; no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo para perdonarnos nuestros pecados" ( 1 Jn.4,10). 

Por es que Jesucristo será siempre el camino para alcanzar la vida eterna que esperamos (cfr. Tito 3,4). 

En Jesucristo, por lo tanto, Dios nos ha salvado arrancándonos del dominio de las tinieblas -pecados, pasiones desordenadas, Satanás, infierno- y nos ha trasladado al Reino de su Hijo Amado (cfr. Col. 1,13). 

El Espíritu Santo y la Virgen María que realizaron la Encarnación del Verbo, son quienes a través de la historia y del tiempo, realizan la obra maravillosa de hacer que la vida de Jesucristo se continúe en el corazón de los cristianos hasta hacer que sea el mismo Cristo quien viva en mi, dice el Apóstol San Pablo. 

II.- LOS FRUTOS DEL MISTERIO DE LA ENCARNACION 

La fe y el amor a Jesucristo nos exigen vivir de acuerdo a sus enseñanzas. Es por eso que los cristianos no debemos ser esclavos del demonio, del mundo y de la carne. El mundo y sus conscupicencias pasan y sólo permanece quien cumple la voluntad de Dios (cfr. 1 Jn. 2,17). 

Se hace necesario, pues, que nos esforcemos por buscar al Señor y dejarlo entrar en nuestra vida, en nuestro hogar, en nuestra sociedad. 

Si lo que nos está impidiendo el encuentro con Jesucristo es, como antes he dicho, la ambición de riquezas, de honores vanos y de placeres carnales, es ahí precisamente en donde debemos poner especial cuidado para salir victoriosos y gozar de la libertad de los hijos de Dios (cfr. Gal. 5,1). 

Jesús salvador y Redentor nuestro, naciendo pobremente de una Virgen nos da ejemplo de humildad, de pobreza y de pureza. 

La humildad y la pobreza fueron el camino escogido por Jesucristo para sacarnos de nuestros pecados y conducirnos a la felicidad de su Reino (cfr. Fil. 2,5-8; Mt. 11,9; 2 cor . 8,9; Mt. 5,3). 

La pureza de la Virgen y la de Cristo, además, nos indican que sólo pueden ver a Dios y gozar de su presencia que es gozo y paz, los limpios de corazón. 

El panorama de nuestra patria se nos presenta esperanzador siempre y cuando quienes tienen esclavizado el corazón a las riqueza rompan esas cadena con obras de caridad y espíritu de sacrificio; que quienes ponen su ilusión en conseguir honores y poderes en este mundo se dispongan a poner en práctica el servicio humilde y desinteresado a sus semejantes y que, quienes se han convertido en adoradores de su cuerpo y en desesperados buscadores de placeres sexuales o carnales, carguen la cruz de la mortificación y se espiritualicen con una vida de mayor oración y de devoción a la Virgen María. 

Si la lucha contra el mal se presenta y es realmente dura, hay que decir que Dios no niega su gracia a nadie que se la pida con humildad y con perseverancia. 

La confesión y la comunión del cuerpo de Cristo en la Eucaristía, así como el ejercicio de la caridad, la oración y el amor a la Virgen y a San José, fortalecerán nuestra voluntad y la encausarán por sendas de paz. Y esta paz del corazón será la base más firme para renovar las familias y la patria. 

III.- CONCLUSION 

Que no se turben, pues, nuestros corazones (Jn. 14,1). No olvidemos que todo concurre para el bien de loa que aman a Dios. 

Si cometimos el error de abandonar al Señor, fuente de agua viva y de fabricarnos cisternas rotas -poner la esperanza en las cosas materiales como si ellas nos pudieran hacer felices y salvarnos-, aún estamos a tiempo porque Navidad es ocasión propicia para enderezar los senderos de nuestro caminar y de nuestras actitudes y comportamiento (cfr. Jer. 2,13). 

Que en esta Nicaragua en donde parece que todo se vende: la inocencia, la fidelidad, el honor, la honestidad, las promesas del Bautismo, se oiga la Buena Noticia de que en Cristo, Hijo de Dios e Hijo de María, esta la vida y la salvación. Que en el corazón de todos los nicaragüenses y especialmente en el corazón de mis amados diocesano de León y Chinandega, se disipe el medio y la tristeza y nazca Cristo con todos sus dones, con su gracia, con su paz. 

Es lo que pido a la Madre de Dios y a San José a favor de los enfermos, de los presos, de los niños, de los pobres y de todos los que tienen hambre y sed de justicia y de tranquilidad. 

Que el Divino Niño Jesús les colme de su Bendición. 

León, 23 de diciembre de 1997. 

+ MONS. CESAR BOSCO VIVAS ROBELO. 
OBISPO DE LEON. 

Fuente: Conferencia Episcopal de Nicaragua