Aún
no hace un mes conmemorábamos la Pasión de Jesucristo en la cruz.
Allí, momentos antes de morir, el Señor nos entrega a su Madre
como madre nuestra: "Mujer, ahí tienes a tu hijo¼ Ahí tienes
a tu madre" (Jn.19,26-27).
Desde ese momento "el discípulo la recibió en su casa"
(Id.); y todos los cristianos, durante siglos, hemos aceptado esa
maternidad universal de María como el penúltimo gran regalo de Jesús.
La solicitud maternal de la Virgen se ha extendido al mundo entero,
y la Iglesia, agradecida y necesitada de esa intervención materna,
ha desarrollado y multiplicado espontáneamente la devoción mariana
por pueblos y países.
El postrer regalo de Cristo no está desligado de éste. Cuenta el
evangelista que "inclinando la cabeza, entregó su espíritu"
(Jn.19,30). La tradición patrística antigua recoge la interpretación
pneumática de estas palabras: Cristo, al morir, nos entregó -como
don también del Padre- al Espíritu Santo; que de nuevo enviará el
día de Resurrección (cfr. Jn.20,23) y el de Pentecostés (cfr.
Hech.2). "En su muerte, da comienzo el envío del Espíritu
Santo, como Don entregado en el momento de la partida de
Cristo" (Juan Pablo II, Discurso, 1-VIII-90).
Por su origen, pues, y por su finalidad, estos dos inefables regalos
de Jesucristo a los hombres permanecen unidos profundamente.
"Dios quiere que todos los hombres se salven" (1 Tim. 2,4)
y, para ello, envía su Espíritu que vivifica toda carne (cfr.
Gal.6,8; Rom.8,9), "lava lo que está manchado, calienta lo que
está frío, endereza lo torcido" (Secuencia de Pentecostés).
Pero, teniendo en cuenta la naturaleza de los hombres, su debilidad,
su necesidad de tutela y protección, Jesucristo nos dejará también
a su Madre. María, con dulzura y suavidad, sabe encauzar los
corazones humanos para hacerlos receptivos al Espíritu. Ella, que
fue "llena de gracia" y plenamente fiel a los deseos de
Dios, intercede para que el Amor que nos regala la misericordia
divina encuentre en nosotros la misma acogida, dócil y sin obstáculos,
que encontró en su alma purísima.
El mes de mayo, con las numerosas fiestas marianas que incluye -hoy
Nuestra Señora del Lledó-, es ocasión magnifica para que todos
los fieles de la diócesis acudamos a la Madre de Dios, pongamos en
sus manos nuestras aspiraciones y necesidades, y le pidamos
-especialmente este año- el gran regalo de Dios, que es el Espíritu
Santo.
Con mi bendición y afecto.