Solemnidad de la Inmaculada Concepción

+ Agustín García-Gasco Vicente, Arzobispo de Valencia, España

 

Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción

1. Cumplimos el ciento cincuenta Aniversario de la proclamación solemne de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen.

La celebración del aniversario nos ha de recordar el sentido de esta verdad para nuestra vida de fe.

Igualmente conviene que renovemos hoy nuestra consagración a la Virgen Inmaculada.

De este modo, comenzamos la celebración de un Año de la Inmaculada llamado a fortalecer nuestra identidad cristiana.

2. El 8 de diciembre de 1854 el Papa Pío Nono, proclamó de modo solemne que «...la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (Pío XI, Bula Ineffabilis Deus: DS 2800-2804; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 491).

Con la definición de este dogma culminó un largo proceso de reflexión eclesial sobre la figura de la Virgen María.

Tres aspectos de nuestra fe han sido subrayados de modo singular con la proclamación de la Inmaculada Concepción: La estrecha relación que existe entre la Virgen María y el misterio de Cristo y de la Iglesia; la plenitud de la obra redentora cumplida en María; y la absoluta enemistad entre María y el pecado.

3. Elegida para ser la Madre del Salvador, María ha sido “dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante” (Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 56).

En el momento de la Anunciación, el ángel Gabriel la saluda como llena de gracia (Lc 1, 28) y ella responde: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38).

Preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, María es la «digna morada» escogida por el Señor para ser la Madre de Dios.

4. Abrazando la voluntad salvadora de Dios con toda su vida, María «colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador…, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia» (Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 61).

Madre de Dios y Madre nuestra, María ha sido asociada para siempre a la obra de la redención, de modo que «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna» (Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 62).

En ella la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27).

5. La santidad del todo singular de María le viene de Cristo.

“Redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo” ha sido bendecida por el Padre más que ninguna otra persona creada (cf. Ef 1, 3) y ha sido elegida antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (Ef 1, 4).

Confesar que María, Nuestra Madre, es “la Toda Santa” implica acoger con todas sus consecuencias el compromiso que ha de dirigir la vida cristiana:

«Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, estamos llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor» (Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 40).

El amor filial a la “Llena de gracia” nos impulsa a «trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración personal y comunitaria», respetando «un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia» (Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte, 38).

6. María Inmaculada está situada en el centro mismo de aquella “enemistad” (cf. Gn 3, 15; Ap 12, 1) que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación.

Sabemos por la Revelación que el pecado personal de nuestros primeros padres ha afectado a toda la naturaleza humana: todo ser humano está afectado en su misma naturaleza por el pecado original.

El pecado original consiste en la privación de la santidad y la justicia que Dios había otorgado al hombre en el origen.

«Lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia, pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males» (Catecismo de la Iglesia Católica, 401).

La Purísima Concepción —tal como llamamos con fe sencilla a la bienaventurada Virgen María—, al haber sido preservada inmune de toda mancha de pecado original, permanece ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo de la salvación por parte de Dios.

Esta salvación es más fuerte que toda la fuerza del mal y del pecado que ha marcado la historia del hombre. Una historia en la que María es “señal de esperanza segura” (Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Mater, 11).

En María contemplamos la belleza de una vida sin mancha entregada al Señor. En ella resplandece la santidad de la Iglesia que Dios quiere para todos sus hijos.

En ella recuperamos el ánimo cuando la fealdad del pecado nos introduce en la tristeza de una vida que se proyecta en el vacío.

En María reconocemos que es Dios quien nos salva, inspirando, sosteniendo y acompañando nuestras buenas obras.

En ella encuentra el niño la protección materna que acompaña y guía para crecer en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52).

En María Inmaculada encuentra el joven el modelo de una pureza que abre al amor verdadero.

En ella encuentran los esposos refugio y modelo para hacer de su unión una comunidad de vida y amor.

En ella encuentran las vírgenes y los consagrados la señal cierta del ciento por uno prometido ya en esta vida a todo el que se entrega con corazón indiviso al Señor (cf. Mt 19, 29; Mc 10, 30).

En ella encuentra todo cristiano y toda persona de buena voluntad el signo luminoso de la esperanza.

En particular, «María es signo de esperanza para la muchedumbre de los pobres, de los últimos de la tierra que han de ser los primeros en el Reino de Dios».

7. La evangelización y la transmisión de la fe en tierras de España han estado siempre unidas a la Virgen María. No hay un rincón de la geografía española que no se encuentre coronado por una advocación de nuestra Madre.

Así lo recordó Juan Pablo II en los comienzos de su pontificado: «Desde los primeros siglos del cristianismo aparece en España el culto a la Virgen. Esta devoción mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se reconoce como “tierra de María”» [Juan Pablo II, Mensaje a los Congresos Mariológico y Mariano de Zaragoza (12.10.1979)].

El amor mariano ha sido en nuestra historia fermento de catolicidad (Cf. Juan Pablo II, Alocución en el acto mariano celebrado en Zaragoza (6.11.1982), 3).

8. El amor sincero a la Virgen en España se ha traducido desde antiguo en una “defensa intrépida” y del todo singular de la Concepción Inmaculada de María; defensa que, sin duda, preparó la definición dogmática. Si España es “tierra de María”, lo es en gran medida por su devoción a la Inmaculada.

¿Cómo no recordar en este punto el extraordinario patrimonio literario, artístico y cultural que la fe en la Inmaculada ha producido en nuestra patria?

A la protección de la Inmaculada se han acogido desde época inmemorial Órdenes religiosas y militares, Cofradías y Hermandades, Institutos de Vida Consagrada y de Apostolado Seglar, Instituciones civiles y académicas.

También nuestro Seminario Mayor Metropolitano, celebra hoy su Patrona. Saludo con afecto a los seminaristas de la archidiócesis, presentes hoy en la Catedral: Os recuerdo que la devoción a María Inmaculada ha de ser una nota definidora de la identidad sacerdotal y os animo a crecer en ella, especialmente en este Año de la Inmaculada que comenzamos hoy.

Numerosos pueblos hicieron y renovaron repetidas veces el voto de defender la Concepción Inmaculada de María.

Propio de nuestras Universidades era el juramento que, desde el siglo XVI, profesores y alumnos hacían en favor de la doctrina de la Inmaculada.

¿Cómo no recordar aquí con sincero agradecimiento el Juramento Inmaculista de nuestra venerable y cinco veces centenaria Universitat de Valencia-Estudi General?

Como propio también de nuestra tradición cristiana es el saludo cordial del “Ave María Purísima...”

Siguiendo una antiquísima tradición el nombre de la Inmaculada Concepción acompaña generación tras generación a los miembros de nuestras familias.

A cantar sus alabanzas se han consagrado nuestros mejores músicos, poetas y dramaturgos.

Y a plasmar en pintura y escultura esta verdad mariana se han entregado nuestros mejores pintores y escultores.

9. Conscientes de esta riqueza, expresión de una fe que genera cultura, deseo llamar la atención sobre el fuerte arraigo popular que la Fiesta de la Inmaculada tiene en España.

La Fiesta del 8 de diciembre se celebra en España desde el siglo XI, distinguiéndose los diversos reinos de la Península en el fervor religioso ante esta verdad mariana por encima de las controversias teológicas y mucho antes de su proclamación como dogma de fe.

Tras la definición realizada por el Papa Pío IX en el año 1854, la celebración litúrgica de la Inmaculada Concepción ha crecido hasta nuestros días en piedad y esplendor, tal como demuestra, entre otros actos, la cada vez más arraigada “Vigilia de la Inmaculada”.

10. La conmemoración del CL Aniversario del dogma de la Inmaculada coincide con el Año de la Eucaristía proclamado para toda la Iglesia por el Papa Juan Pablo II.

«María guía a los fieles a la eucaristía», nos ha recordado el Papa. «María es mujer eucarística con toda su vida», por ello, aprenderemos a hacer de la Eucaristía la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana si permanecemos en la escuela de María: Ave verum Corpus natum de Maria Virgine!

11. Al cumplirse el primer centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada, Pío XII declaró el año 1954 como Año Mariano.

En España aquel Año Mariano tuvo hitos memorables, como el magno Congreso celebrado en Zaragoza, y la solemne consagración de España al Corazón Inmaculado de María.

12. Estamos convencidos de que los nuevos retos que se nos presentan en un mundo necesitado de la luz del Evangelio no podrán ser afrontados sin la protección cercana de nuestra Madre la Virgen Inmaculada.

Como centro de la celebración del Año de la Inmaculada, las iglesias diocesanas de España, pastores, consagrados y laicos, adultos, jóvenes y niños, peregrinaremos a la Basílica del Pilar, en Zaragoza, los días 21 y 22 de mayo de 2005 para honrar a Nuestra Madre y consagrarnos de nuevo solemnemente a su Corazón Inmaculado.

También nosotros, esta mañana, al finalizar esta celebración rezaremos la oración de consagración al Corazón Inmaculado de María.

13. Se cumple en esta celebración el primer aniversario de la creación de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir.

Fue en esta misma Iglesia catedral y al terminar la Misa Pontifical de la solemnidad de la Inmaculada cuando firmé el Decreto de constitución, invitando a toda la comunidad universitaria a manifestar siempre particular devoción y aprecio a la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Saludo a la nutrida representación de la joven Universidad presente en nuestra celebración.

Doy gracias a Dios y a su Madre Inmaculada porque lo creado en aquél momento es hoy una feliz realidad, con más de tres mil alumnos, ciento cincuenta profesores y numerosos profesionales de administración y servicios.

Seguimos pidiendo la intercesión de la Inmaculada Concepción para que vele por esta Universidad que ha de seguir dando pasos para consolidarse y crecer.

Virgen Inmaculada, mira a tus hijos que forman la Comunidad universitaria de la Universidad Católica.

Derrama sobre ellos tu amor de Madre para que busquen la verdad y la sirvan con espíritu alegre y sencillo.

Ayúdanos a todos para ser fieles a tu Hijo; para que sepamos colaborar sin rencillas ni rivalidades.

Que estemos siempre en actitud de servicio y contribuyamos al bien común de nuestra sociedad con generosidad y creatividad.

Así seremos, cada día, imágenes fieles de tu Hijo, nuestro único Señor, que es el Camino, la Verdad y la Vida, por los siglos de los siglos.


8 diciembre 2004 + Agustín García-Gasco Vicente, Arzobispo de Valencia, España