Solemnidad de la Santísima Trinidad 

SS. Juan Pablo II

 

Angelus, 6 de junio de 2004

1. Al concluir esta celebración, quisiera dirigirme en peregrinación espiritual a los numerosos santuarios e iglesias que, también en Suiza, están dedicados a María. 

Pienso, en particular, en la abadía de Einsiedeln, en los santuarios de la Virgen del Sasso, de Nuestra Señora de Bourguillon y de Nuestra Señora de Vorbourg. Desde esos santos lugares María vela sobre los valles y las aldeas de vuestro país, ayudando a los creyentes a conservar e incrementar los bienes preciosos de la fe, la esperanza y la caridad. 

2. A la santísima Virgen encomiendo hoy al pueblo suizo. Que María vele sobre las familias, conservando el amor conyugal y sosteniendo la misión de los padres. Que consuele a los ancianos y les ayude a prestar a la sociedad su valiosa contribución. Que alimente en los jóvenes el sentido de los valores y el esfuerzo por vivirlos. Que obtenga para toda la comunidad nacional la constante y común voluntad de construir juntos un país próspero y pacífico, con gran atención y profunda solidaridad hacia las personas que atraviesan dificultades. 

3. A María quisiera encomendarle, de modo especial, a la juventud de Suiza, a la que el Papa mira con afecto y gratitud. En efecto, desde hace cinco siglos, los jóvenes de este país aseguran al Sucesor de Pedro y a la Santa Sede el valioso y apreciado servicio de la Guardia suiza pontificia.
En la generosa fidelidad de los Guardias suizos todos pueden admirar el espíritu de fe y amor a la Iglesia de tantos católicos suizos. 

4. Que la santísima Virgen ayude, por último, a vuestra nación a conservar la armonía y la unidad entre los diversos grupos lingüísticos y étnicos que la componen, valorando la aportación de cada uno. 

Saludo cordialmente a todos los polacos que viven en este hermosísimo país. Os deseo que Suiza siga siendo hospitalaria tanto con vosotros como con otras minorías étnicas. Tratad de colaborar para el bien de este país. Sed fieles a Dios y a la tradición de nuestros padres. ¡Que Dios os bendiga! 

Con estos sentimientos, recemos juntos la plegaria del Ángelus, admirable compendio de todo el Evangelio.