Miremos a María

SS. Juan Pablo II

 

Angelus, 11 de marzo de 2001 

1. Antes de concluir esta solemne celebración, deseo dirigiros un cordial saludo y daros las gracias a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, que, con vuestra presencia, manifestáis vuestra viva devoción a estos nuevos beatos.

Junto con ellos dirigimos ahora nuestra mirada a María santísima, que la fe nos hace contemplar como Reina de los santos y las santas de todas las épocas y naciones. Ella es, en particular, Madre y Reina de los mártires, y está presente junto a ellos en la hora de la prueba, como permaneció al pie de la cruz cerca de su Hijo Jesús.

Estos nuevos beatos confiaron en ella, la Virgen fiel, en los momentos dramáticos de la persecución. Cuando se les impidió profesar libremente la fe o, después, durante su permanencia en la cárcel, para afrontar el momento supremo, encontraron un apoyo constante en el santo rosario, rezado a solas o en pequeños grupos. ¡Cuán eficaz resulta esta tradicional oración mariana en su sencillez y profundidad! El rosario constituye en todas las épocas una valiosa ayuda para innumerables creyentes.

2. Ojalá que así sea también para nosotros. Pidámoselo a la Virgen con la plegaria del Ángelus. Oremos, en particular, por las comunidades cristianas que sufren persecución a causa de la fe, para que, con la fuerza del Espíritu Santo, den testimonio del amor de Cristo, quien, "al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de aquel que juzga con justicia" (1 P 2, 23).

María, Madre de la esperanza, nos obtenga la gracia de estar íntimamente unidos a Cristo en la hora de la prueba, a fin de experimentar la luminosa gloria de su resurrección.