Las bodas de Cana

SS. Juan Pablo II

 

Angelus, 14 de enero de 2001 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. El Evangelio de este domingo narra el milagro realizado por Jesús con ocasión de las bodas de Caná. Es el primer "signo" con el que manifestó su gloria y suscitó la fe de sus discípulos (cf. Jn 2, 11).

Al meditar en esta página evangélica, pensamos espontáneamente en el jubileo recién concluido, que ha sido para la Iglesia y para el mundo una especie de "signo" grande y memorable. Un año durante el cual Cristo, como en Caná, ha transformado el "agua" de nuestra pobreza espiritual en el "vino" generoso de la renovación y el compromiso. Y ahora, terminado el gran jubileo, con mayor impulso hemos reanudado el camino "ordinario", teniendo la mirada más fija que nunca en el rostro del Señor, como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. n. 16).

2. En el evangelio de hoy María, la Madre de Jesús, solicita el prodigioso cambio del agua en vino. La Virgen siempre intercede por nosotros. Así ha sucedido también en la fase de transición del segundo al tercer milenio, cuando su Corazón Inmaculado se ha mostrado refugio seguro para tantos hijos suyos. De este modo la Iglesia ha podido experimentar los signos de una renovada primavera, suscitada por el concilio ecuménico Vaticano II, que "ha inaugurado, en el sentido más amplio de la palabra, la inmediata preparación del gran jubileo del año 2000" (Tertio millennio adveniente, 20).

El Año santo ha abierto muchos corazones a la esperanza y ha iluminado el camino del mundo con la luz de Cristo.

3. A nosotros, hombres y mujeres, que nos asomamos con confianza al nuevo milenio, la Madre de Cristo nos repite ahora la invitación que dirigió a los sirvientes con ocasión de las bodas de Caná: "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5). Con estas palabras la Virgen quiere estimularnos a no tener miedo de los límites y de los fracasos que a veces pueden marcar nuestra experiencia de personas, de familias y de comunidades eclesiales y civiles. María nos exhorta a no dejarnos abatir ni siquiera por el pecado, que debilita la confianza en nosotros mismos y en los demás. Lo importante es hacer lo que Cristo nos dice, confiando en él, pues acogerá sin duda nuestra invocación incesante.

Ojalá que la invitación de la Virgen, que el Evangelio renueva hoy, nos impulse a un abandono total en Jesús. En efecto, un eco de las palabras de la Madre son estas alentadoras palabras de su Hijo divino: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).