Solemnidad de la Inmaculada Concepción

SS. Juan Pablo II

 

Angelus, 8 de diciembre de 1999

Amadísimos hermanos y hermanas: 


1. Celebramos hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María, particularmente querida para el pueblo cristiano. En la Madre de Jesús, primicia de la humanidad redimida, Dios obra maravillas, colmándola de gracia y preservándola de toda mancha de pecado.
En Nazaret, el ángel llama a María "llena de gracia": estas palabras encierran su singular destino, pero también, en sentido más general, el de todo hombre. La "plenitud de gracia", que para María es el punto de partida, para todos los hombres es la meta. En efecto, como afirma el apóstol Pablo, Dios nos ha creado "para que seamos santos e inmaculados ante él" (Ef 1, 4). Por eso, nos ha "bendecido" antes de nuestra existencia terrena y ha enviado a su Hijo al mundo para rescatarnos del pecado. María es la obra cumbre de esa acción salvífica; es la criatura "Toda hermosa", "Toda santa". 

2. A todo hombre, independientemente de sus circunstancias, la Inmaculada le recuerda que Dios lo ama de modo personal, quiere únicamente su bien y lo sigue constantemente con un designio de gracia y misericordia, que alcanzó su culmen en el sacrificio redentor de Cristo.
La vida de María remite a Jesucristo, único Mediador de la salvación, y ayuda a ver la existencia como un proyecto de amor, en el que es preciso cooperar con responsabilidad. María es modelo de la llamada y también de la respuesta. En efecto, dijo "sí" a Dios al comienzo y en cada momento sucesivo de su vida, siguiendo plenamente su voluntad, incluso cuando le resultaba oscura y difícil de aceptar. 

3. La fiesta de la Inmaculada Concepción de María cobra un significado muy particular este año, en el comienzo ya inminente del gran jubileo. María ilumina los pasos de nuestra peregrinación hacia la Puerta santa y señala a todo hombre la "puerta" que es Cristo, a través de la cual ella fue la primera en pasar, invitando a todos a entrar por ella para ser "santos e inmaculados por el amor".
Lo que hoy contemplamos y celebramos en María, es decir, el hecho de que está "llena de gracia" y libre de pecado, es el fruto maduro del jubileo. Por eso, la imagen de la Inmaculada, que la tradición representa en el acto de aplastar la cabeza de la serpiente, satanás, resulta más elocuente que nunca en este tiempo de Adviento, que constituye el "atrio" de ingreso del gran jubileo.

Queridos hermanos, dirijamos nuestra mirada a María, signo de esperanza segura. Que la Virgen Inmaculada ayude a cada uno a convertirse a Jesús, para experimentar la fuerza sanante de su amor. Éste es el deseo que expreso hoy a todos los creyentes, invitándolos a entrar con empeño en el Año santo ya cercano.