María, Madre de Dios

SS. Juan Pablo II

 

Angelus, Nueva Delhi, 7 de noviembre de 1999 

Al final de esta celebración eucarística, nos dirigimos con confianza a María, Madre de Dios.

Hace dos mil años, la santísima Virgen dio a luz al Verbo encarnado en tierra de Asia. Hoy, María sigue cooperando al nacimiento y al crecimiento de la vida divina en el alma de los bautizados. Ojalá que, en su vida diaria, los hijos e hijas de la Iglesia sigan el ejemplo de María, descubriendo como ella la voluntad de Dios en toda circunstancia; su entrega total por amor; su inquebrantable fidelidad y su incansable piedad; su fuerza, capaz de soportar los mayores dolores; y su capacidad de pronunciar siempre palabras de consuelo y aliento.

A ti, Madre de la Iglesia, te encomendamos los frutos de la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos: guía a la Iglesia en Asia en la proclamación gozosa de la fe en Jesucristo, nuestro Salvador, y en el servicio generoso a los pueblos de este continente.

A ti, modelo de santidad, te encomendamos a los sacerdotes, a los hombres y mujeres consagrados, y a los laicos de la Iglesia en Asia: renuévalos y sostenlos en su celo y en su compromiso por la gran tarea de evangelización y servicio.

A ti, Espejo de justicia, te encomendamos a los responsables del destino de este continente: haz que busquen incansablemente el bien común y promuevan el auténtico desarrollo espiritual y material de los pueblos de este continente.

A ti, Madre de misericordia, te encomendamos a los pobres, a los necesitados y a los que sufren: enséñanos a ser uno en espíritu con ellos, para servirles como hermanos y hermanas nuestros.

A ti, Madre del Redentor, te encomendamos a los jóvenes de Asia: a ellos la Iglesia les ofrece la verdad del Evangelio como mensaje gozoso y liberador, y les pide que vivan su juventud y entusiasmo, su espíritu de solidaridad y esperanza como artífices de paz en un mundo dividido.

María, Madre de la nueva creación, ¡ruega por nosotros, tus hijos, ahora y siempre!

Dios os bendiga a todos. Desde esta tierra, en la que se conservan los restos mortales de la madre Teresa de Calcuta, mostrad a la Iglesia entera que no olvidáis nunca su testimonio de amor evangélico, sobre todo hacia los pobres. La madre Teresa amaba a la India, y estará siempre con el pueblo de la India.