Asunción de la Virgen

SS. Juan Pablo II

 

Ángelus,15 de Agosto 1999 

1. En el evangelio de este domingo, Jesús pregunta a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16, 15). Le responde Simón Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). En la respuesta de Pedro está el corazón mismo del cristianismo. En ella se apoya el servicio a la fe y a la unidad, que Pedro y sus sucesores están llamados a prestar, según las palabras mismas de Jesús: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16, 18). La tarea del Papa es un servicio a la Iglesia y a la humanidad, por eso lo llaman, ya desde tiempos remotos, Servus servorum Dei, Siervo de los siervos de Dios. 

2. El calendario litúrgico nos invita hoy, además, a honrar a María con el título de «Reina». Este título de gloria, en cierto sentido, completa la imagen de María que la liturgia nos propuso el domingo pasado en la solemnidad de la Asunción. En realidad, para entender bien la prerrogativa real de María, no debemos olvidar que existe un sentido cristiano de la realeza, profundamente diferente de las imágenes terrenas del poder. Se trata de una realeza de servicio y amor, que pasa por la cruz (cf. Jn 18, 33-37), antes de resplandecer en la Resurrección. Que María Virgen, coronada Reina, interceda por nosotros y nos permita imitarla en el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios en la tierra, para poder estar con ella un día en la Jerusalén celestial. En toda situación de nuestra vida, invoquémosla con confianza: «Reina de todos los santos, ruega por nosotros». 

3. No puedo ahora dejar de dirigir mi pensamiento a las queridas poblaciones de Turquía, afectadas recientemente por un violento terremoto. Las noticias que siguen llegando describen una situación que reviste el carácter de una catástrofe. Las fuentes oficiales hablan de varios miles de muertos, que, por desgracia, aumentan a medida que prosiguen las intervenciones de los socorredores. Innumerables son los heridos y los que han perdido su vivienda; muchos edificios han sido destruidos y muchas localidades habitadas han quedado arrasadas. Estoy cercano con constante preocupación y gran afecto a esos hermanos y hermanas tan duramente probados. Expreso mi profundo pésame por los muertos, y ruego a Dios misericordioso que los acoja en su morada eterna. Pido también al Señor que alivie el sufrimiento de cuantos han experimentado graves daños y han perdido sus viviendas. Quiera Dios que la acción de socorro organizada y coordinada por las autoridades, y la solidaridad concreta de los voluntarios que han llegado de Turquía y de muchos otros países, sean motivo de consuelo y ayuda para cuantos están viviendo en esa querida nación una hora de gran dolor. Ahora oremos por ellos. Al final, Juan Pablo II saludó a los diversos grupos presentes. Lo hizo en francés, alemán, español, portugués, polaco e italiano. En castellano dijo: Mi saludo lleno de afecto se dirige a las personas, familias, miembros del grupo de la Obra de la Iglesia y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España. En este domingo, fiesta de santa María Reina, os encomiendo bajo su protección y os bendigo a todos de corazón.