Solemnidad de María santísima, madre de Dios

SS. Juan Pablo II

 

Ángelus, 1 de enero de 1998

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En este primer día del año nuevo, tengo la alegría de expresar a todos mi más cordial deseo: «¡Paz a vosotros! ». La liturgia celebra hoy la solemnidad de María santísima, Madre de Dios, testimoniando que en la maternidad divina de la Virgen se revela la novedad radical, el cumplimiento de toda esperanza, la garantía de todo proyecto de auténtica renovación y desarrollo humano.

A partir de 1968, el Papa Pablo VI quiso consagrar este día a la reflexión y a la oración por la paz, acompañándolas con un Mensaje dirigido ante todo a los jefes de Estado y a los representantes de las naciones. Yo también he proseguido esta hermosa iniciativa, enviando un mensaje para la Jornada mundial de la paz. Este año, el vigésimo, tiene por tema: «De la justicia de cada uno nace la paz para todos». He elegido este tema, porque en 1998 se celebra el 50° aniversario de la Declaración universal de los derechos del hombre, que comienza con la memorable afirmación según la cual «el reconocimiento de la dignidad inherente a todos los miembros de la familia humana y de sus derechos, iguales e inalienables, constituye el fundamento de la libertad, de la justicia y de la paz en el mundo» (Preámbulo).

2. El año 2000, ¿podrá marcar un progreso significativo en la construcción de la paz? Este es el deseo de todos, pero para que así suceda, es indispensable que cada uno se comprometa en favor de la justicia, en el respeto ?de los derechos humanos y en el coherente cumplimiento de sus deberes

El proceso de globalización que se está llevando a cabo en el mundo necesita ser orientado en el sentido de la equidad y la solidaridad, para evitar que de hecho, si no en las intenciones, margine a personas, grupos y pueblos. Se debe tender a la «familia de naciones», de la que hablé en mi intervención en la Asamblea general de las Naciones Unidas el 5 de octubre de 1995. Ciertamente, un paso positivo en esta dirección es el compromiso de reducción coordinada de la deuda externa de los países más pobres, pero una solución duradera exige el esfuerzo concertado de todos. Además, es preciso que en cada nación se promueva la cultura de la legalidad y la buena administración, y se luche contra la corrupción. El gran jubileo, hacia el que nos encaminamos, constituye para los creyentes un fuerte llamamiento al espíritu de comunión, a un estilo de vida sencillo como condición para una distribución cada vez más equitativa de los frutos de la creación.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, nuestra humanidad, proyectada hacia el año 2000, tiene una Madre solícita y fiel: la Madre de Dios, el cual quiso compartir la condición humana para mostrar a los hombres el camino de la justicia. Hoy, al inicio de un nuevo año, María muestra a todos a Jesús y repite: He aquí el Camino de la paz. Haced lo que él os diga. Si cada uno busca la justicia, nacerá la paz para todos. 

¡Oh María, Madre de Dios, espejo de justicia y Reina de la paz, ruega por nosotros!