María, modelo de adhesión a la voluntad de Dios

SS. Juan Pablo II

 

Angelus , 8 diciembre 2002

1. Con el rezo del «Angelus», todos los días repetimos tres veces «Et Verbum caro factum est» («Y el Verbo se hizo carne»). En el tiempo de Adviento, estas palabras evangélicas asumen un significado todavía más intenso, pues la liturgia nos hace revivir el clima de espera de la Encarnación del Verbo. Por este motivo, el Adviento constituye el contexto ideal para la solemnidad de María Inmaculada. La humilde muchacha de Nazaret, que con su «sí» al ángel cambió el curso de la historia, fue preservada de toda mancha de pecado desde su concepción. La primera en beneficiar de la obra de la salvación realizada por Cristo fue precisamente ella, escogida desde la eternidad para ser su madre. 

2. Por este motivo, en este día concentramos la mirada en el misterio de su Inmaculada concepción, mientras el corazón se abre en un cántico conjunto de acción de gracias. La liturgia subraya los prodigios que Dios realizó gracias a Ella: «La alegría que nos quitó Eva, nos la devuelves en tu Hijo, y abres de par en par el camino hacia el Reino de los cielos» (Himno de los Laudes). 

Al mismo tiempo, estamos llamados a imitarla: Dios quedó prendado de su dulce humildad. Al mensajero celeste, le respondió: «Ecce Ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum» (Lucas 1, 38). ¡«He aquí la esclava del Señor»! Con esta actitud interior los creyentes son llamados a acoger la voluntad divina en toda circunstancia. 

3. «Te seguimos, Virgen Inmaculada, atraídos por tu santidad» (Antífona de los Laudes). De este modo, hoy nos dirigimos a María, conscientes de nuestra debilidad, pero seguros de su ayuda materna y constante. 

Esta tarde le renovaré el tradicional homenaje en la Plaza de España, haciéndome intérprete de la devoción de la diócesis de Roma y de toda la Iglesia. Os invito, queridos hermanos y hermanas, a participar conmigo en este acto de fe mariana. Pidamos ahora a la Virgen Inmaculada que nos ayude a todos los cristianos a ser discípulos auténticos de Cristo para que en ellos sea cada vez más pura la fe, más firme la esperanza y más generosa la caridad. 

[Tras rezar el «Angelus», antes de despedirse de los peregrinos, el Papa dijo en castellano] 

Saludo con todo afecto a los peregrinos de lengua española, de forma especial a los miembros de la Obra de la Iglesia. La fiesta de la Inmaculada es muy sentida en tantos pueblos y ciudades de España y de América Latina. 

En este día deseo expresar mi cercanía al querido pueblo gallego, que vive momentos de incertidumbre ante la grave catástrofe que padecen sus costas y pone en peligro el trabajo abnegado de los hombres del mar y el progreso de esa Comunidad. Mientras animo a todos a comprometerse con tesón en este difícil problema, pido también a Dios que se encuentren pronto las soluciones pertinentes y Galicia vea con renovada esperanza su futuro.