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Constitución Dogmática "Lumen Gentium" sobre la Iglesia.
SS.
Pablo VI
21 de noviembre de 1964
II.
OFICIO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN EN LA ECONOMÍA
DE LA SALVACIÓN
La
Madre del Mesías en el Antiguo Testamento
55.
La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable
Tradición, muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre
del Salvador en la economía de la salvación y, por así decirlo, lo
muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la
historia de la Salvación en la cual se prepara, paso a paso, el
advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como son
leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y más
plena revelación, cada vez con mayor claridad, iluminan la figura de la
mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente
en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros
padres caídos en pecado (cf. Gen 3,15). Así también, ella es
la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será
Emmanuel (Is 7,14; Miq 5,2-3; Mt 1,22-23). Ella
misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El
esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de
Sión, tras larga espera de la primera, se cumple la plenitud de los
tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió
de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante
los misterios de su carne.
María
en la Anunciación
56.
El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la Encarnación la
aceptación de parte de la Madre predestinada, para que así como la
mujer contribuyó a la muerte, así también contribuirá a la vida. Lo
cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que dio al mundo la
vida misma que renueva todas las cosas y que fue adornada por Dios con
dones dignos de tan gran oficio. Por eso, no es extraño que entre los
Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune
de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha
una nueva criatura. Enriquecida desde el primer instante de su concepción
con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es
saludada por el ángel por mandato de Dios como "llena de
gracia" (cf. Lc 1,28), y ella responde al enviado celestial:
"He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra" (Lc 1,38). Así María, hija de Adán, aceptando la
palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica
de Dios con generoso corazón y sin impedimento de pecado alguno, se
consagró totalmente a sí misma, cual, esclava del Señor, a la Persona
y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con El y
bajo El, por la gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, los Santos
Padres estima a María, no como un mero instrumento pasivo, sino como
una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia.
Porque ella, como dice San Ireneo, "obedeciendo fue causa de la
salvación propia y de la del género humano entero". Por eso, no
pocos padres antiguos en su predicación, gustosamente afirman: "El
nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María;
lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató
por la fe" ; y comparándola con Eva, llaman a María Madre de los
vivientes, y afirman con mayor frecuencia: "La muerte vino por Eva;
por María, la vida".
La
Santísima Virgen y el Niño Jesús
57.
La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se
manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta
su muerte; en primer término, cuando María se dirige a toda prisa a
visitar a Isabel, es saludada por ella a causa de su fe en a salvación
prometida, y el precursor saltó de gozo (cf. Lc 1,41-45) en el
seno de su Madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de
alegría, muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito,
que lejos de disminuir consagró su integridad virginal. Y cuando,
ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor en el Templo,
oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de
contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre para
que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cfr. Lc
2,34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo
hallaron en el templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre,
y no entendieron su respuesta. Mas su Madre conservaba en su corazón,
meditándolas, todas estas cosas (cf. lc., 2,41-51).
La
Santísima Virgen en el ministerio público de Jesús
58.
En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente; ya
al principio durante las nupcias de Caná de Galilea, movida a
misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros
de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11). En el decurso de su predicación
recibió las palabras con las que el Hijo (cf. Lc 2,19-51),
elevando el Reino de Dios sobre los motivos y vínculos de la carne y de
la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la
palabra de Dios como ella lo hacía fielmente (cf. Mc 3,35; Lc
11, 27-28). Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la
peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta
la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn
19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con
corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación
de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como
Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con
estas palabras: "¡Mujer, he ahí a tu hijo!" (Jn19,26-27).
La
Santísima Virgen después de la Ascensión de Jesús
59.
Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de
la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por
Cristo, vemos a los Apóstoles antes del día de Pentecostés
"perseverar unánimemente en la oración con las mujeres, y María
la Madre de Jesús y los hermanos de éste" (Act 1,14); y a
María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la
había cubierto con su sombra en la Anunciación. Finalmente, la Virgen
Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original,
terminado el curso de la vida terrena, en alma y cuerpo fue asunta a la
gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo,
para que se asemejará más plenamente a su Hijo, Señor de los que
dominan (Ap19,16) y vencedor del pecado y de la muerte.
III.
LA SANTÍSIMA VIRGEN Y LA IGLESIA
María,
esclava del Señor,
en la obra de la redención y de la santificación
60.
Unico es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol: "Porque
uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre,
Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por
todos" (1 Tim 2,5-6). Pero la misión maternal de María
hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única
mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el
influjo salvífico de la Santísima Virgen en favor de los hombres no es
exigido por ninguna ley, sino que nace del Divino beneplácito y de la
superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de
ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de
impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.
Maternidad
espiritual de María
61.
La Santísima Virgen, predestinada, junto con la Encarnación del Verbo,
desde toda la eternidad, cual Madre de Dios, por designio de la Divina
Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del Divino Redentor,
y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y
la humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo,
alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su
Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular,
por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en la
restauración de la vida sobrenatural de las almas. por tal motivo es
nuestra Madre en el orden de la gracia.
María,
Mediadora
62.
Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la
gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la
Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la
consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en
los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos
por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Con su
amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se
debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que
sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Santísima Virgen en la
Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro,
Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni
agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador.
Porque
ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo Encarnado nuestro
Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de
varias maneras tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así
como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas
en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no
excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación
que participa de la fuente única. La Iglesia no duda en atribuir a María
un tal oficio subordinado: lo experimenta continuamente y lo recomienda
al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección
maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.
María,
como Virgen y Madre, tipo de la Iglesia
63.
La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad
divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares
gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia. la
Madre de Dios es tipo de la Iglesia, orden de la fe, de la caridad y de
la perfecta unión con Cristo. Porque en el misterio de la Iglesia que
con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen
María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de
la virgen y de la madre, pues creyendo y obedeciendo engendró en la
tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, cubierta con
la sombra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, practicando una fe,
no adulterada por duda alguna, no a la antigua serpiente, sino al
mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo a quien Dios constituyó como primogénito
entre muchos hermanos (Rom 8,29), a saber, los fieles a cuya
generación y educación coopera con amor materno.
Fecundidad
de la Virgen y de la Iglesia
64.
Ahora bien, la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su
caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es
hecha Madre por la palabra de Dios fielmente recibida: en efecto, por la
predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los
hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y también
ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fe prometida al
Esposo, e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu
Santo conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la
sincera caridad.
Virtudes
de María que debe imitar la Iglesia
65.
Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección,
por la que se presenta sin mancha ni arruga (cf. Ef 5,27), los
fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo
el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante
toda la comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes. La Iglesia,
reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del
Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el
sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo.
Porque María, que habiendo entrado íntimamente en la historia de la
Salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes
exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los
creyentes hacia su Hijo y su sacrificio hacia el amor del Padre. La
Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante
a su excelso tipo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la
caridad, buscando y bendiciendo en todas las cosas la divina voluntad.
Por lo cual, también en su obra apostólica, con razón, la Iglesia
mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu
Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca
y crezca también en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida
fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén
animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan
para regenerar a los hombres.
IV.
CULTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN EN LA IGLESIA
Naturaleza
y fundamento del culto
66.
María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue ensalzada
por encima todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima
Madre de Dios, que intervino en los misterios de Cristo, con razón es
honrada con especial culto por la Iglesia. Y, en efecto, desde los
tiempos más antiguos la Santísima Virgen es venerada con el título de
Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y
necesidades acuden con sus súplicas. Especialmente desde el Sínodo de
Efeso, el culto del Pueblo de Dios hacia María creció admirablemente
en la veneración y en el amor, en la invocación e imitación, según
palabras proféticas de ella misma: "Me llamarán bienaventurada
todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el que es
poderoso" (Lc 1,48). Este culto, tal como existió siempre
en la Iglesia, aunque es del todo singular, difiere esencialmente del
culto de adoración, que se rinde al Verbo Encarnado, igual que al Padre
y al Espíritu Santo, y contribuye poderosamente a este culto. Pues las
diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios, que la Iglesia ha
aprobado dentro de los límites de la doctrina santa y ortodoxa, según
las condiciones de los tiempos y lugares y según la índole y modo de
ser de los fieles, hacen que, mientras se honra a la Madre, el Hijo, por
razón del cual son todas las cosas (cf. Col 1,15-16) y en quien
tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud (Col 1,19), sea
mejor conocido, sea amado, sea glorificado y sean cumplidos sus
mandamientos.
Espíritu
de la predicación y del culto
67.
El Sacrosanto Sínodo enseña en particular y exhorta al mismo tiempo a
todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto,
sobre todo litúrgico, hacia la Santísima Virgen, como también estimen
mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia ella, recomendados en
el curso de los siglos por el Magisterio, y que observen religiosamente
aquellas cosas que en los tiempos pasados fueron decretadas acerca del
culto de las imágenes de Cristo, de la Santísima Virgen y de los
Santos. Asimismo exhorta encarecidamente a los teólogos y a los
predicadores de la divina palabra que se abstengan con cuidado tanto de
toda falsa exageración, como también de una excesiva estrechez de espíritu,
al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios. Cultivando el
estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y Doctores y de
las liturgias de la Iglesia bajo la dirección de Magisterio, ilustren
rectamente los dones y privilegios de la Santísima Virgen, que siempre
están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad, y,
con diligencia, aparten todo aquello que sea de palabra, sea de obra,
pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros
acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia. Recuerden, pues, los
fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y
transitorio, ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera,
por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios
y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación
de sus virtudes.
V.
MARÍA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y CONSUELO
PARA EL PUEBLO DE DIOS PEREGRINANTE
María,
signo del pueblo de Dios
68.
Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada
en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y principio de la Iglesia
que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta
que llegue el día del Señor (cf., 2 Pe 3,10), antecede con su
luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de
consuelo.
María
interceda por la unión de los cristianos
69.
Ofrece gran gozo y consuelo para este Sacrosanto Sínodo, el hecho de
que tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido
honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los
orientales, que corren parejos con nosotros por su impulso fervoroso y
ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios. Ofrezcan
todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los
hombres, para que ella, que asistió con sus oraciones a la naciente
Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo sobre todos los
bienaventurados y los ángeles en la comunión de todos los santos,
interceda ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos tanto
los que se honran con el nombre de cristianos, como los que aún ignoran
al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo
Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisible Trinidad.
Todas
y cada una de las cosas contenidas en esta Constitución han obtenido el
beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de
la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los
Venerables Padres, las aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu
Santo, y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado
para gloria de Dios.
Roma,
en San Pedro, 21 de noviembre de 1964.
Fuente:
vatican.va
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