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Solemnidad de la Madre de Dios
SS.
Juan Pablo II
Homilia,
1 de enero, 1999
1.
Christus heri et hodie, principium et finis, alpha et omega... «Cristo
ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo y la
eternidad. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos» (Misal
romano, preparación del cirio pascual).
Todos
los años, durante la Vigilia pascual, la Iglesia renueva esta solemne
aclamación a Cristo, Señor del tiempo. También el último día del año
proclamamos esta verdad, en el paso del «ayer» al «hoy»: «ayer»,
al dar gracias a Dios por la conclusión del año viejo; «hoy», al
acoger el año que empieza. Heri et hodie. Celebramos a Cristo
que, como dice la Escritura, es «el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb
13, 8). Él es el Señor de la historia; suyos son los siglos y los
milenios.
Al
comenzar el año 1999, el último antes del gran jubileo, parece que el
misterio de la historia se revela ante nosotros con una profundidad más
intensa. Precisamente por eso, la Iglesia ha querido imprimir el signo
trinitario de la presencia del Dios vivo sobre el trienio de preparación
inmediata para el acontecimiento jubilar.
2.
El primer día del nuevo año concluye la Octava de la Navidad del Señor
y está dedicado a la santísima Virgen, venerada como Madre de Dios. El
evangelio nos recuerda que «guardaba todas estas cosas y las meditaba
en su corazón» (Lc 2, 19). Así sucedió en Belén, en el Gólgota,
al pie de la cruz, y el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo
descendió al cenáculo.
Y
lo mismo sucede también hoy. La Madre de Dios y de los hombres guarda y
medita en su corazón todos los problemas de la humanidad, grandes y difíciles.
La Alma Redemptoris Mater camina con nosotros y nos guía, con
ternura materna, hacia el futuro. Así, ayuda a la humanidad a cruzar
todos los «umbrales» de los años, de los siglos y de los milenios,
sosteniendo su esperanza en aquel que es el Señor de la historia
3.
Heri et hodie. Ayer y hoy. «Ayer» invita a la retrospección.
Cuando dirigimos nuestra mirada a los acontecimientos de este siglo que
está a punto de terminar, se presentan ante nuestros ojos las dos
guerras mundiales: cementerios, tumbas de caídos, familias destruidas,
llanto y desesperación, miseria y sufrimiento. ¿Cómo olvidar los
campos de muerte, a los hijos de Israel exterminados cruelmente y a los
santos mártires: el padre Maximiliano Kolbe, sor Edith Stein y tantos
otros?
Sin
embargo, nuestro siglo es también el siglo de la Declaración
universal de derechos del hombre, cuyo 50° aniversario se celebró
recientemente. Teniendo presente precisamente este aniversario, en el
tradicional Mensaje para la actual Jornada mundial de la paz,
quise recordar que el secreto de la paz verdadera reside en el respeto
de los derechos humanos. «El reconocimiento de la dignidad innata de
todos los miembros de la familia humana (...) es el fundamento de la
libertad, de la justicia y de la paz en el mundo» (n. 3: L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 18 de diciembre de 1998, p.
6).
El
concilio Vaticano II, el concilio que ha preparado a la Iglesia para
entrar en el tercer milenio, reafirmó que el mundo, teatro de la
historia del género humano, ha sido liberado de la esclavitud del
pecado por Cristo crucificado y resucitado, «para que se transforme,
según el designio de Dios, y llegue a su consumación» (Gaudium et
spes, 2). Es así como los creyentes miran al mundo de nuestros días,
a la vez que avanzan gradualmente hacia el umbral del año 2000.
4.
El Verbo eterno, al hacerse hombre, entró en el mundo y lo acogió para
redimirlo. Por tanto, el mundo no sólo está marcado por la terrible
herencia del pecado; es, ante todo, un mundo salvado por Cristo, el Hijo
de Dios, crucificado y resucitado. Jesús es el Redentor del mundo, el
Señor de la historia. Eius sunt tempora et saecula: suyos son
los años y los siglos. Por eso creemos que, al entrar en el tercer
milenio junto con Cristo, cooperaremos en la transformación del mundo
redimido por él. Mundus creatus, mundus redemptus.
Desgraciadamente,
la humanidad cede a la influencia del mal de muchos modos. Sin embargo,
impulsada por la gracia, se levanta continuamente, y camina hacia el
bien guiada por la fuerza de la redención. Camina hacia Cristo, según
el proyecto de Dios Padre.
«Jesucristo
es el principio y el fin, el alfa y la omega. Suyo es el tiempo y la
eternidad».
Empecemos
este año nuevo en su nombre. Que María nos obtenga la gracia de ser
fieles discípulos suyos, para que con palabras y obras lo glorifiquemos
y honremos por los siglos de los siglos: Ipsi gloria et imperium per
universa aeternitatis saecula.
Amén.
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