La Esclava del Señor asunta en cuerpo y alma

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

El día 1 de noviembre de 1950, Pío Xll anunció, que la Esclava del Señor y que está en el cielo y goza de la felicidad eterna, fue asunta en cuerpo y alma, con la declaración siguiente: «Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste»

La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo

El Papa Pío XII presentó varias razones fundamentales para la definición del dogma: 

1-La inmunidad de María de todo pecado

2-Su Maternidad Divina

3-Su Virginidad Perpetua

4-Su participación en la obra redentora de Cristo

Por consecuencia del pecado original, recibimos una sentencia, “Porque polvo eres y al polvo Volverás” (Génesis 3-19), en consecuencia, la descomposición del cuerpo es a consecuencia del pecado original, y como María, careció de todo pecado, entonces Ella estaba libre de la ley universal de la corrupción, pudiendo entonces, entrar prontamente, en cuerpo y alma, en la gloria del cielo.

Como el cuerpo de Cristo se formo del cuerpo de María y así participó la suerte del cuerpo de Cristo. María concibió a Jesús, le dio a luz, le amanto, le nutrió, le cuido, le estrecho contra su pecho, es así como su hijo no permitiría que el cuerpo, que le dio vida, llegase a la corrupción. 

Como su cuerpo fue preservado en integridad virginal, pureza e María que permitió que después de la muerte no sufriera la corrupción.

María, la Madre del Redentor, que participo en forma intima en la obra redentora de su Hijo, cumplido el curso de su vida terrena, recibió el fruto pleno de la redención, que es la glorificación del cuerpo y del alma.

De todo lo que esta escrito con relación a la fecha, día y año y de que modo murió la Virgen María, se puede concluir en muchos casos hermosas intenciones, pero no existe certeza de cuando y como fue, hay alguna referencia literarias muy antiguas, pero el conocimiento de este misterio no esta resuelto. Hay variaciones en la fechas que van desde 3 a 15 años después de la Ascensión de Cristo y las ciudades que se dividen el hecho es Jerusalén y Éfeso, de estas dos, hay mas opiniones favorables a la primera, pero a pesar de que se señala una tumba, durante los primeros seis siglos nunca se supo de esta sepultura en Jerusalén.

La idea de la asunción del cuerpo de María se funda en algunos tratados apócrifos del siglo IV o V, como el De Obitu S. Dominae, que lleva el nombre de San Juan. También se encuentra en el libro De Transitu Virginis, falsamente imputado a San Melito de Sardes, y en una carta apócrifa atribuida a San Dionisio el Aeropagita. 

También estos hechos son mencionados en algunos sermones de San Andrés de Creta, San Juan Damasceno (se incluye mas adelante), San Modesto de Jerusalén y otros. En Occidente, San Gregorio de Tours (De gloria mart., I, iv) es el primero que lo menciona. Los sermones de San Jerónimo y San Agustín para esta fiesta, de todos modos, son apócrifos. 

San Juvenal, Obispo de Jerusalén, en el Concilio de Calcedonia (451), hace saber al Emperador Marciano y a Pulqueria, quienes desean poseer el cuerpo de la Madre de Dios, que María murió en presencia de todos los Apóstoles, pero que su tumba, cuando fue abierta, a pedido de Santo Tomás, fue hallada vacía; de esa forma los apóstoles concluyeron que el cuerpo fue llevado al cielo.

Hoy, la creencia de la asunción del cuerpo de María es Universal tanto en Oriente como Occidente; de acuerdo a Benedicto XIV.

San Juan Damasceno, Padre de la Iglesia en Oriente nació en Damasco entre. los años 650 y 674 y el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:

"Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios."

Durante su vida el Venerable Cardenal Inglés John Henry Newman (1801-1890) nos cuenta como sucedió; La Virgen, murió igual que todos, no murió como los demás hombres, pues en virtud de los méritos y la gracia de su Hijo, que en ella se habían anticipado al pecado y la habían llenado de luz y pureza, fue librada de todo lo que marchita y destruye la figura corporal. No había en ella pecado original que mediante el desgaste de los sentidos, la erosión del cuerpo y la decrepitud causada por los años preparara la muerte. La Virgen murió, pero su muerte fue un simple hecho, no el efecto de un proceso; y una vez ocurrida, dejó de ser. Murió para vivir. Murió como una cuestión de forma o una ceremonia en orden a pasar lo que se llama el débito de la naturaleza: no por ella misma o a causa del pecado, sino para someterse a su condición, glorificar a Dios, y hacer lo mismo que había hecho su Hijo. No murió, sin embargo, como su Hijo y Salvador, con sufrimiento físico en orden a un fin especial. No murió la muerte de un mártir, pues su martirio se realizó en vida. No murió como una víctima expiatoria, pues la criatura no podía desempeñar ese papel que sólo Uno podía cumplir por todos. Murió para terminar su curso mortal y recibir su corona.

«Por eso murió privadamente. Convenía que Aquel que murió por el mundo lo hiciera a la vista del mundo. Pero ella, flor del Edén, que vivió siempre escondida, murió en la sombra del jardín, entre las flores donde había vivido. Su tránsito no causó ruido alguno. La Iglesia continuó con sus tareas cotidianas de predicar, convertir y sufrir. Había persecuciones, huidas de una ciudad a otra, y mártires. Poco a poco se extendió el rumor de que la Madre del Señor no estaba ya en la tierra. Peregrinos comenzaron a moverse en busca de sus reliquias, pero nada encontraron. ¿Murió en Éfeso o en Jerusalén? Las opiniones no coincidían, pero en cualquier caso su tumba no fue hallada, y si se halló, estaba abierta. Los que buscaban volvieron a casa sorprendidos y como en espera de más luces. Pronto comenzó a decirse que cuando el tránsito de María se aproximaba y su alma iba a dirigirse al encuentro de su Hijo, los Apóstoles se reunieron en un determinado lugar, quizás en la Ciudad Santa, para asistir al gozoso acontecimiento, y que poco después de enterrarla con los ritos adecuados repararon en que su cuerpo no estaba en la tumba, mientras ángeles cantaban día y noche con voces alegres las glorias de su Reina asunta al Cielo.

Así es, y sin dudar las revelaciones hechas a almas santas, María se encuentra en cuerpo y alma con su Hijo y Dios en el cielo, y que nosotros podemos celebrar hoy 15 de Agosto y siempre, no sólo su tránsito sino también su Asunción 

En el Ángelus, el Papa Juan Pablo II, el domingo 15 de agosto de 2002, en Castelgandolfo nos decía: www.vaticano.va

1. La solemnidad de la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma nos recuerda, en el corazón del verano, cuál es nuestra morada verdadera y definitiva: el paraíso. Como subraya la carta a los Hebreos, "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Hb 13, 14). En el misterio que hoy contemplamos se revela claramente el destino de toda criatura humana: la victoria sobre la muerte para vivir eternamente con Dios. María es la mujer perfecta en la que se cumple desde ahora este designio divino, como prenda de nuestra resurrección. Es el primer fruto de la Misericordia divina, porque es la primera partícipe en el pacto salvífico sancionado y realizado plenamente en Cristo, muerto y resucitado por nosotros.

2. "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). Estas palabras se aplican bien a María, la Virgen del fiat, que con su disponibilidad total abrió las puertas al Salvador del mundo. Grande y heroica fue la obediencia de su fe; precisamente a través de esta fe María se unió perfectamente a Cristo, en la muerte y en la gloria. Al contemplar a María se refuerza también en nosotros la fe en lo que esperamos, y al mismo tiempo comprendemos mejor el sentido y el valor de la peregrinación en esta tierra.

3. Oh María, Madre de la esperanza, con la fuerza de tu ayuda no tememos los obstáculos y las dificultades; no nos desaniman los esfuerzos y los sufrimientos, porque tú nos acompañas a lo largo del camino de la vida y desde el cielo velas sobre todos tus hijos, colmándolos de gracias. A ti te encomendamos el destino de los pueblos y la misión de la Iglesia. 

Maria madre mía eres dueña de mi corazón

Fuente: es.catholic.net