Asunción de la Virgen María

Antonio Ceballos Atienza, Obispo de Cádiz y Ceuta, España

 

Mis queridos diocesanos:

El día 15 de agosto celebra la Iglesia, con inmensa alegría, la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. El Papa Pío XII declaró el dogma de la Asunción, diciendo que María "terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono como Reina del universo".

1. Fiesta de las fiestas

Esta fiesta es la síntesis de las fiestas marianas. Es una de las más entrañables, populares y consoladoras. En nuestra Iglesia de Cádiz y Ceuta, para muchos pueblos y ciudades, constituye la "fiesta mayor de la Patrona". En este día la Iglesia canta gozosa: "Ella, desde su Asunción a los cielos, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, y protege sus pasos hacia la patria celestial, hasta la venida gloriosa del Señor". Celebrar la fiesta de la Asunción es, pues, celebrar nuestra propia fiesta.

2. Plenitud de su pequeñez

La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a los cielos es el momento de la plenitud de su misterio. María, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, coronada de doce estrellas (cf. Ap 12,1) es el signo de la Iglesia ya definitivamente consumada en el cielo, pero al mismo tiempo manifiesta la plenitud de la obra maravillosa que Dios ha realizado en su pequeñez.

La Asunción de Nuestra Señora nos hable de su pequeñez. María, la humilde servidora, la esclava, contempla las maravillas que Dios ha obrado en Ella y comprende que todo esto no hubiera sido posible si Ella no hubiera sido pequeña, sencilla y pobre. María, asunta a los cielos, madre de la santa esperanza, nos enseña que únicamente los pequeños y los sencillos, los pobres y los humildes, saben esperar realmente, porque tienen confianza en el amor del Padre y creen en él. Sólo los pequeños se lanzan a los brazos del Padre, para que Él los sostenga en el camino.

3. Plenitud de encuentro

La Asunción significó también para Nuestra Señora la plenitud de un encuentro. Ella nos enseña que toda nuestra vida debe ser un encuentro con Jesús. En primer lugar, un encuentro con Él porque de lo contrario no puede darse el encuentro verdadero y fecundo con los hombres. Pero también un encuentro de servicio, de ofrenda y de don total a los hermanos.

Nuestra Señora de la Asunción nos enseña que llega un momento en el que la ofrenda y el don son una misma cosa. Para María ofrenda y don se hace una sola cosa con su gloriosa Asunción a los cielos. María de la Asunción nos enseña que la cruz es el camino para poder entrar en la gloria (cf. Lc 24,26).

4. Plenitud de amor

María de la Asunción, la Virgen de la Caridad, alcanza ahora la plenitud del amor. La fe y la esperanza pasarán: la fe se convertirá en visión, la esperanza en posesión. Sólo el amor permanecerá (cf. 1 Cor 13,1-13). María de la Asunción amó intensamente porque se sintió amada, creyó firmemente en el amor y dijo constantemente que sí. María expresó su amor en una total disponibilidad: en la profundidad de su oración contemplativa, en la generosidad de su servicio y en la serenidad de la cruz. Ahora ese amor alcanza su plenitud en los cielos.

5. Plenitud de fe y esperanza

Vivamos con el corazón puesto en María, Asunta a lo cielos y coronada Reina y Señora de todo lo creado: "una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Ap 12,1). María, coronada en el cielo como Madre y Reina nuestra, es signo de esperanza nuestra y consuelo para nosotros, que todavía peregrinamos en la tierra. Vivamos en la luminosidad de la fe, caminemos en la esperanza, y creamos, sobre todo, en el amor.

La fiesta de hoy es una respuesta clara a los pesimistas. Es también una respuesta a los materialistas que no ven más que a corto plazo los factores económicos o meramente humanos. Olvidan que el destino humano no es la muerte, sino la vida. Y además toda persona, espíritu y corporeidad, está destinada a la vida. Dice el Concilio Vaticano II: "Los bienes de la dignidad humana, la comunión fraterna y la libertad, es decir, todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagados por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz". El Reino está ya presente en esta tierra misteriosamente; se consumará cuando venga el señor" (cf. GS 39). Nuestra Señora de la Asunción ilumina nuestro camino de fe y esperanza. Ella ya está en la Patria y, sin embargo, hace camino con nosotros. Nuestro camino es un camino de fe y esperanza con María.

6. Plegaria: Madre de la esperanza

A ella, Madre de la esperanza y del consuelo, dirigimos confiadamente nuestra oración: pongamos en sus manos el futuro de la Iglesia en Europa, y de todas las mujeres y hombres de este continente:

María, Madre de la esperanza,
¡camina con nosotros!
Enseñanos a proclamar al Dios vivo;
ayúdanos a dar testimonio de Jesús,
el único salvador:
haznos servicial con el prójimo,
acogedores de los pobres, artífices de justicia,
constructores apasionados de un mundo más justo; 
intercede por nosotros,
que actuemos en la Historia 
convencidos que el designio del Padre se cumplirá.
Aurora de un mundo nuevo.
¡Muéstrate, Madre de la esperanza,
y vela por nosotros! 
(Juan Pablo II).

Reza por vosotros, os quiere y bendice,

+Antonio Ceballos Atienza
Obispo de Cádiz y Ceuta

Cádiz, 31 de julio de 2003.