María Asunta en cuerpo y alma al cielo

Antonio Ceballos Atienza, Obispo de Cádiz y Ceuta, España

 

Mis queridos diocesanos:


El día 15 de Agosto celebra la Iglesia, en toda la cristiandad, la "Asunción de la Virgen María". En este día, María, más que en ninguna otra de sus fiestas, hace que elevemos nuestra mirada al cielo. Este día tanto la Iglesia de Oriente como de Occidente, vive en una misma comunión: la glorificación de María.

Fue el Papa Pío XII el que proclamó, solemnemente, el año 1.950, que "la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, al acabar el tiempo de su vida en la tierra, fue asunta, en cuerpo y alma al Cielo". María de la Asunción nos enseña que la Cruz es el camino para poder entrar en la gloria (cf. Lc. 24,26).

1. María, como signo de esperanza cierta y consuelo.

El Concilio Vaticano II presenta a Nuestra Señora glorificada en los cielos: "La madre de Jesús... precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor" (L.G. VIII, 68).

De esta manera, María aparece como "imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura" y también como signo de esperanza cierta y consuelo. Por eso es bueno que contemplemos a Nuestra Señora, ya definitivamente en la gloria del Padre, en la plenitud de su actividad. La Asunción gloriosa es la plenitud de la maternidad de Nuestra Señora no sólo sobre el Hijo, sino también sobre la humanidad que peregrina. María, contemplando cara a cara a la Trinidad, descubre más profundamente a sus hijos que sufren en la tierra y caminan en la oscuridad de la fe, se reanudan en la esperanza, aman, sirven y rezan.

2. La esperanza, virtud del peregrino.

María será siempre quien ilumine y muestre el camino de la esperanza. Ella, ahora, ya no espera nada porque posee lo que ardientemente deseaba. 

La esperanza es para los peregrinos, para los forasteros, para los extranjeros. María ya está en la Patria.

Hoy hay también muchas personas que no comprenden el misterio de la Cruz y su fecundidad y, por consiguiente, no saben que su vida será feliz en la medida en que el Padre vaya esculpiendo la imagen del crucificado en su corazón. Nosotros, en cambio, aguardamos al Señor. Esa es nuestra esperanza. El Señor vendrá y transformará nuestro cuerpo de miseria en un cuerpo de gloria, como transformó el cuerpo virginal, pequeño, pobre y limitado de María en cuerpo de gloria.

La esperanza no nos quita del aquí y del ahora, sino que nos sumerge más profundamente en la situación histórica en que vivimos y en la misión profética que nos ha sido encomendada. La esperanza nos hace vivir nuestra misión con toda dedicación, y al mismo tiempo en una actitud de total entrega y desprendimiento. Quien está en camino no puede adherirse a nada, camina renunciando a todo, viviendo en la santidad. 

3. Plenitud de fidelidad

María comprende también que la Asunción gloriosa es la plenitud de su fidelidad, es decir, de su disponibilidad, de su "sí". En la fiesta de la Asunción, María canta en el Magníficat porque el Señor "ha puesto los ojos en la humildad de su esclava" (Lc. 1,48). En la Asunción María entra en el gozo del Señor para siempre (cf. Mr. 25,21) y comprende que no hubiera podido entrar en él si antes, en la oscuridad de la fe, en la generosidad de su corazón lleno del Espíritu y en la plena disponibilidad no hubiera dicho al Señor que sí. Esta actitud de disponibilidad a la voluntad de Dios, de ofrenda total, de entrega constante, es esencial para nuestra vida. Miremos con el corazón puesto en María, Asunta a los Cielos y coronada Reina y Señora de todo lo creado.

Toda la vida de nuestra Señora se expresa en estas dos palabras: "Yo soy la servidora del Señor" y "Magníficat". Vale la pena repetir estas palabras en nuestra vida. Pidamos a nuestra Señora que nos enseñe a vivir en serena y gozosa actitud de disponibilidad y que toda nuestra vida sea una constante y reconocida acción de gracias: un "sí" y un "Magníficat".

4. Plenitud de su contemplación.

La Asunción a los cielos fue para María la plenitud de su silencio orante y de su contemplación. María, la Virgen orante que guardaba todas las cosas y las meditaba en su corazón (cf. Lc. 2, 19. 51) lo abre, ahora, de par en par a la claridad de la gloria.

María contemplaba con sus propios ojos-los ojos con que vio al Niño Jesús en Belén y al Cristo en la Cruz-a la Trinidad Santísima: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. María ha llegado ya a la plenitud de la contemplación en el gozo de la visión.

5. Plenitud de amor.

María amó intensamente porque se sintió amada, creyó firmemente en el amor y dijo constantemente que sí. María expresó su amor en una disponibilidad total: en la profundidad de su oración contemplativa, en la generosidad de su servicio y en la serenidad de la Cruz. Ahora ese amor alcanza su plenitud en los cielos (cf.1Cor.13, 1-13).

María de la Asunción ilumina nuestro sendero de esperanza. Ella ya está en la Patria y, sin embargo, va haciendo el camino con nosotros. Cuando lleguemos a la Patria, nosotros también, como María, seguiremos haciendo camino con los que aquí en la tierra todavía peregrinan.

Os invito a vivir en la firmeza inquebrantable de la esperanza y a que os animéis mutuamente en este camino de espera y esperanza.

Reza por vosotros, os quiere y bendice,

+Antonio Ceballos Atienza
Obispo de Cádiz y Ceuta

Cádiz 7 de Agosto de 2002