Asunción de María y esperanza cristiana

José Sánchez González, Obispo de Sigüenza-Guadalajara, España

 

Queridos diocesanos:

La solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora, que celebramos el día 15 de Agosto, que en este año coincide con el domingo, es una invitación a cantar con María y en María la gloria de Dios.

Ella, terminado el curso de su vida en la tierra, por haber vivido tan íntimamente unida a su Hijo, lo siguió también en su glorificación en cuerpo y alma sin conocer la corrupción del sepulcro.

María, en su gloriosa Asunción en cuerpo y alma al Cielo, como reflejo y consecuencia de la Ascensión del Señor, su Hijo, es una demostración del poder y de la bondad infinita de Dios, que triunfa sobre todos los poderes de este mundo, aun sobre la misma muerte.

Con razón el pueblo cristiano, tanto en Oriente como en Occidente, ha creído y celebrado desde antiguo este misterio y esta fiesta de la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma al cielo, que en el Oriente cristiano se denomina y representa como la fiesta de la Dormición de María rodeada de los Doce Apóstoles.

Pero la Asunción de María a los cielos es también nuestra fiesta. No sólo porque es una gran fiesta de nuestra Madre, sino porque es anticipo y prenda de nuestra propia glorificación. María, como primera y fidelísima discípula de su Hijo Jesús nos precede en la fe, en la esperanza y en el amor y ahora ya también en la gloria junto a su Hijo.

La celebración de la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora es para nosotros, por lo tanto, una invitación a la esperanza. También nosotros, como María, seremos glorificados en cuerpo y alma, porque pertenecemos, como ella, a la familia de su Hijo; somos miembros del mismo Cuerpo del que su Hijo es la Cabeza. Si Él ha sido glorificado y ha hecho ya partícipe a su Madre de su gloria, también nosotros vivimos con la esperanza de que un día seremos glorificados.

Más aún, toda la humanidad y la creación entera será definitivamente redimida de su condena, de sus esclavitudes e imperfecciones, del pecado y de la muerte, cuando todo sea definitivamente recapitulado en Cristo.

Pero, sobre todo, cada uno de nosotros, que nos debatimos abrumados y condicionados por el peso de nuestra naturaleza limitada y mortal, seremos liberados de toda esclavitud y, sobre todo, de la de la muerte y del pecado para participar con el Señor y con su Santa Madre de la bienaventuranza definitiva en cuerpo y alma en la gloria.

Vivir en la esperanza y desde la esperanza nos llevará a ponernos en el camino que nos conduce a esa meta siguiendo las huellas del Señor y de su Madre y Madre nuestra María. La esperanza activa toda la capacidad que Dios ha puesto en nosotros para emprender y continuar el camino que conduce a la meta que el Señor y María ya han alcanzado y que nosotras esperamos y deseamos alcanzar.

Os saluda y bendice vuestro Obispo

+ José Sánchez González, Obispo de Sigüenza-Guadalajara, España