La Asunción de la Virgen María. 

Padre Alberto María, fmp.


Ir silenciosos detrás de Jesús 

Anotaciones a las lecturas de La Asunción de la Virgen María, (15-agosto-2004)

Ap 11, l9a; 12, 1. 3-6a. l0ab; Sal 44, l0bc. 11-12ab. 16; 1Co 15, 20-27a; Lc 1, 39-56;

María había dicho un sí sin mirar. Había preguntado simplemente cómo iba a ocurrir o qué tenía que hacer. Pero el primer movimiento de María después de la Encarnación fue abandonar su casa, salir de su situación, pensar en su prima Isabel y salir a su encuentro. 
Una buena lección de ser cristiano. 

Hizo el camino y fue caminando tranquila y serenamente hasta casa de su prima Isabel y cuando llegó, sus únicas palabras después del saludo inicial fueron proclamar la grandeza de Dios. El Señor en ese momento se mostró y le habló a través de Isabel, pero ella simplemente proclamó las alabanzas del Señor que había sido capaz de hacerla a ella madre y hacer madre a su prima Isabel. Recordó toda la historia de la Alianza de Dios y entonó ese cántico –el Magníficat-, para que su prima Isabel percibiera la dimensión profunda de la obra de Dios. 
Yo diría, parafraseando las palabras de Jesús, la obra de Dios «que es capaz de sacar de estas piedras hijos de Abraham». 
Ni María ni Isabel se acobardaron ante tales nacimientos (Jesús y Juan). Y ambas perdieron a su hijo. Isabel lo perdió todavía adolescente, desde que se marchó al desierto a vivir hasta que fue decapitado por la injusticia de los hombres, pero justicia de Dios. Fue decapitado, pero fue el «más grande de los nacidos de mujer». 

Es curioso, la manera tan diferente de ver las cosas. Los hombres, los establecidos en el poder, los que estaban de alguna manera establecidos, veían en él un agitador. Dios, un profeta. Los establecidos veían su conducta irregular, andaba vociferando por las calles, andaba hablando de cambio de actitud, andaba hablando de conversión. Y para Dios era el más grande de los nacidos de mujer.

Si leemos despacio los textos evangélicos nos podremos dar cuenta fácilmente, podremos ir viendo reflejada nuestra vida en cada una de las situaciones. Nuestra vida, nuestras inseguridades, nuestras incertidumbres, nuestras sospechas, nuestras inquietudes, nuestros valores también y también nuestros aciertos.

La otra –María- iba a perder a su hijo, pero en esta ocasión la pérdida iba a ser producto de una larga agonía. Se le marchó de casa cuando ya era adulto, cuando ya podría cuidar de ella y María, sin duda ninguna, pienso yo también (como la refleja bastante claramente Mel Gibson en la película de La Pasión), iría detrás de él temerosa, siempre temerosa. Temerosa porque conocía la historia de Juan el Bautista. Conocía su final y, de alguna forma, no podía esperar otro. Temerosa y dispuesta al sufrimiento, ella hizo lo que tenía que hacer: Ir silenciosa detrás de su Hijo. 

También esta es una hermosa descripción de la vida del cristiano: 
Ir silenciosos detrás de Jesús. Porque muchas veces si no vamos silenciosos es porque protestamos, porque nos quejamos, porque: «no entiendo, Señor, no comprendo, esto no sé por qué pasa». 
María nos enseña a ir silenciosos detrás de su Hijo, sabiendo que el final siempre es bueno, que el final siempre es feliz, aunque el camino nos parezca difícil. 

La verdad es que nuestra sociedad todo lo vende rápido y barato. Si quieres tener una casa de doscientos metros cuadrados, no hay problema, tal banco te da la hipoteca; puedes disfrutar ya de la casa y ya la pagarás. ¿Quieres comprar un coche nuevo? no hay problema: La financiera te lo financia y después en módicas cuotas durante setenta y dos meses. No tienes problemas...
Pero, para Jesús, sin embargo, la vida era lo más valioso que el hombre tiene. 

En el marco de los nuevos conceptos dominantes ahora todo se tasa con dinero. Morir, como nacer, cuesta una fortuna, por las tasas de los compromisos sociales y los «reglamentos» que establece la nueva condición social, que en cualquier caso tiene que ser, claro, una cosa digna y que no desdiga del orden social al que se pertenece, porque sino ¿qué van a decir los demás? y ¿cómo va a ser posible eso?

Para Jesús la vida es lo más valioso que el hombre tiene. Por eso le hizo recorrer un camino, sabiendo que el final siempre es feliz, aunque tengamos que subir cuestas y tengamos que bajar valles. Aunque tengamos que ir trechos de día y trechos de noche. Aunque de pronto haga frío o de pronto un calor sofocante. Aunque de pronto esté nublado y de pronto haya un sol de justicia.

Y eso es lo que hizo la Madre de Dios: caminar silenciosa detrás de Jesús. Como buena mujer, como una persona madura, equilibrada y estable fue recibiendo de la vida lo que la vida le iba ofreciendo y ella iba separando y acogiendo lo que de la vida tenía que separar y acoger con tal de no perder de vista a su Hijo, pero, a la vez, pasando desapercibida en su seguir a Jesús.
Nosotros, por el contrario, muchas veces queremos llamar la atención para que todo el mundo se dé cuenta de que estamos siguiendo a Jesús. 
Al igual que aquellos que llevan a cabo una manifestación callejera por ideales de cualquier tipo, también nosotros nos ponemos nuestras pancartas, a veces pancartas de buenas obras, de lo buenos que hemos sido, de lo bueno que hemos hecho y de la injusticia tan grande que hace el mundo conmigo …

Pero María fue callada, serena, tranquila, detrás de Jesús, sin permitir que nunca nada, le impidiera poner una distancia entre Jesús y ella, aunque nadie se apercibiera de ella, aunque nadie se diera cuenta que estaba.
Después del nacimiento de Jesús (y de la infancia narrada por Lucas), la encontramos en las Bodas de Cana de Galilea y, después, al pie de la cruz. La encontramos, de nuevo, en Pentecostés aunque solamente nombrada como de pasada. Y, cuando aparece al pie de la cruz, es como para decirnos muy claramente: ¡hay que subir al Calvario por que la vida está aquí arriba, comienza aquí arriba, todo lo demás es una buena preparación. La vida comienza cuando tú te ofreces, cuando tú te regalas, cuando tú te das. Ahí comienzas a vivir.
Cuando tú vives para ti, no. Cuando vives pensando en ti, no. Cuando tú vives ensimismado en ti, entonces estás más muerto que otra cosa. 
Y, por si acaso algo se nos quedaba oscuro de Jesús, ahí estaba la Madre, al pie de Jesús para decirnos que la vida se comienza a vivir cuando uno la regala.
En estos últimos tiempos varias veces he citado la palabras que Mel Gibson pone en labios de Jesús en «La Pasión», caminando con la cruz a cuestas por la vía dolorosa, cuando, tras su caída, se queda mirando a su Madre y ésta se queda mirándolo a Él, le dice: «Madre, mira cómo hago nuevas todas las cosas». 

¡Ay! a veces no entendemos bien lo que es el amor del Evangelio y a veces nos quedamos con el romanticismo del quinceañero enamorado que no ve más que pequeñas llamas de amor, porque tiene todavía un poco los ojos sin abrir a la vida. 
Pero, Jesús hace nuevas todas las cosas en la cruz y la Madre -especialmente hoy en el día de su Dormición o Asunción- también nos recuerda estando allí al pie del Calvario, al pie de la cruz en el Calvario: Mirad como hacemos nuevas todas las cosas. Sube aquí arriba a hacer con nosotros nuevas todas las cosas. ¿Ves cómo se hacen nuevas todas las cosas? 
La iconografía representa siempre a la Madre en brazos del Hijo (a pesar de que –normalmente- los hijos en la tierra siempre están en los brazos de sus padres). Y María nos dice hoy: ¿Ves cómo Jesús ha hecho nuevas todas las cosas? Es Ella la que está en brazos del Hijo. 

La tradición siempre ha dicho que Jesús bajó del cielo tomó el alma de María en sus brazos y se marcharon juntos al cielo. Eso es hacer nuevas todas las cosas. Primero la Madre sigue a (va detrás de) Jesús. Tanto en los años de vida pública, como en este momento final de su vida, la Madre va «detrás de» o «en brazos de» Jesús. 
Porque, independientes, no podemos hacer nada, separados de Jesús no podemos hacer nada. La propuesta que la Madre nos ofrece con su testimonio es que o vamos detrás o vamos en brazos. Que no nos empeñemos en ir al lado –como un camarada- porque así no conseguiremos el objetivo
Lo nuestro es ir en brazos de Jesús: Dejándole a El toda iniciativa. Si tomamos muchas iniciativas, terminamos estropeando el proyecto de Dios. Detrás de Él para no perdernos o en sus brazos para hacerlo bien, porque solo en brazos de Jesús lo haremos todo bien. En brazos de Jesús para que Él nos lleve, como llevó hoy, según la tradición, a la Madre de Dios al Reino Eterno. 

Otra de las enseñanzas que nos ofrece la Madre de Dios, la conocemos a través de los evangelios apócrifos. Estos cuentan que la María le pidió a Jesús poder reunir a sus hijos antes de marchar al cielo (se refería a los Apóstoles ya dispersos). Y esto, porque las cosas importantes se hacen en brazos de Jesús y en comunidad, en Iglesia.
Fijémonos en el icono, alrededor está representada la Iglesia: Por una parte algunos de los Apóstoles, los Padres de la Iglesia y allá por el cielo vienen los demás Apóstoles traídos por los ángeles.
Las cosas importantes de Dios se hacen en la comunidad que nos concreta la Iglesia a cada uno de nosotros. Pero nunca por la propia y exclusiva iniciativa. Permíteme –dice María- que pueda despedirme de mis hijos. Jesús le dijo que sí y mandó los ángeles quienes trajeron a los discípulos que estaban desperdigados por todo el mundo. 
Pero uno de ellos –Tomás- representa de una manera especial muchas de nuestras actitudes. Tomás es el que duda, el que llega tarde, el que anda distraído, el que anda desperdigado por el mundo, el que no entiende nada. Y, al igual que nos pasa a nosotros en muchas ocasiones, también llegó tarde.

Cuenta la tradición que estaba en la India cuando el ángel lo encontró y tanto tardó en aceptar las cosas de Dios tal y como son, que también en esta ocasión llegó tarde. Pero, antes de llegar, vio a la Virgen allá en lo alto del cielo, en brazos de Jesús y le dijo: «Madre, déjame tu cinturón por lo menos, que tenga algo de ti ya que no he podido despedirte». Y cuenta la tradición que la Madre dejó caer el cinturón, y él lo cogió al vuelo. 
Cuando llegó al cenáculo donde estaban reunidos todos muy impresionados por los acontecimientos. Le contaron lo sucedido y él les enseñó el cinturón a los discípulos. 
Tomás nos representa bastante bien por las dudas, porque refleja nuestra falta de fe en muchos momentos, nuestra falta de disponibilidad, nuestra tardanza en dar los pasos del Señor. Lo queremos todo atado y muy atado, medido y muy medido y no nos fiamos de nadie. Tampoco Tomás. Y si hubiéramos sido nosotros los que hubiéramos estado en la India al llegar el ángel le hubiéramos dicho: calla hombre, ¡cómo el Señor va a querer que yo me marche ahora a Jerusalén con el bien que estoy haciendo aquí! Lo mismo que hubiéramos dicho –quizás- nosotros en el caso de Abraham: ¡Cómo va a querer que sacrifique a mi hijo en el Monte Moria! no hombre, no, ¡qué va! ¡Dios no puede querer eso!
Pero Tomás, a pesar de todo, inclina la cabeza, acepta la llamada del ángel y se va. Pero fruto de su indecisión, fruto de su falta de confianza en Dios, llegó tarde. 
Pero, a su vez, la Madre de Dios siempre nos espera. Y aunque llegó tarde, dejó caer el cinturón para que percibiera el don de Dios y para que tuviera la experiencia de la gracia.

La Dormición de la Madre de Dios, la Asunción de María a los cielos es un resumen fuerte de nuestra propia vida, es un programa de conducta, un programa de vida para nosotros. Porque también nosotros -como los Padres y los discípulos- estamos alrededor del lecho de María, aunque muchas veces estemos lloriqueando como niños. Y, también, como Tomás, estamos dudando y regateando con Dios a ver hasta donde podemos, sin darnos cuenta, que perdemos la vida. Si Tomás no hubiera dudado la primera vez, hubiera visto al Señor de otra manera. Si no se hubiera entretenido, digamos en lo humano, hubiera llegado a tiempo, antes de la marcha de la Madre de Dios.
Pero la Madre de Dios siempre está detrás de su Hijo o en sus brazos y siempre esperándonos. Y cuando está en los brazos de Jesús subiendo al cielo, aún deja caer su cinturón, es decir, aún está dispuesta a todo, como siempre. Esté donde esté, en la tierra como en el cielo, Ella vela por cada uno y quiere, como entonces, reunir a todos sus hijos, quiere hablar a todos sus hijos. 

Y la Madre del Señor nos reúne hoy en torno a este lecho que es el altar, en torno a este lecho que es la Iglesia, para decirnos hoy a nosotros, al tiempo que le dice a Jesús: «Reúne a mis hijos porque quiero hablarles, antes de partir».