La Asunción de la Santísima Virgen María

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Homilía, Ciclo B

Hoy celebramos la gran fiesta de la Asunción de la Virgen María al cielo. La fiesta de nuestra Madre. El triunfo de María. Y estamos contentos. Una fiesta que ha calado hondo en nuestros corazones.

Celebramos el triunfo de María. En medio de nuestras dificultades y problemas María nos atrae, nos conoce, nos ama. Ella es el ideal de la humanidad entera, y allá donde ella ya ha llegado, todos estamos llamados a llegar también. María nos tiende la mano y nos quiere ayudar. Celebremos gozosos la fiesta de María que también es nuestra fiesta. Mucha razón tenía al afirmar en su Magnificat: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”. Hoy, de nuevo, la felicitamos y la proclamamos dichosa. 

La liturgia aplica a María estas palabras del Apocalipsis, que hemos escuchado en la primera lectura: “Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas”. Con estas imágenes magníficas se nos quiere ayudar a descubrir la belleza y la gloria de María. Ella es la estrella, la luz que nos ilumina sin deslumbramos. 

Admiramos su belleza, pero como madre no se aleja de sus hijos, se mantiene muy cercana a todos nosotros, y está muy presente en nuestras vidas. La suya, .fue una vida muy sencilla. Todos podemos aprender de su ejemplo en las diversas situaciones de nuestra existencia. 

Si habláramos de María como de alguien extraordinario a quien no podemos acceder, nos engañaríamos. Por eso la joven doctora de la Iglesia, santa Teresa del Niño Jesús, nos alerta: “Se presenta a María como inaccesible. Debiera ser presentada como imitable, practicando las virtudes escondidas. Se ha de afirmar que vivía de la fe, como nosotros... Cuánto me gusta cantarle: Nos has mostrado el camino del cielo con el ejercicio de las virtudes humildes. María, continúa santa Teresa, no eclipsa la gloria de los otros santos... Sucede todo lo contrario. Creo que ella aumentará en gran manera el esplendor de los elegidos”. 

Sintámonos contentos, muy contentos, al festejar el triunfo de María, nuestra madre, y pidamos su intercesión para ser capaces de creer como ella creyó, de amar como ella amó, de vivir como ella vivió. Contamos con su estima y con su ayuda.

Fuente: Conferencia Episcopal Peruana