Asunción de la Santísima Virgen María.

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Agosto 15: Asunción de la Santísima Virgen María.
Entre las fiestas de María, la de la Asunción es la principal: en ella la Iglesia festeja el cumplimiento en María del misterio pascual: María entre todas las criaturas es la primera participante de la resurrección de Cristo e introducida ya en la gloriosa felicidad de Dios, mientras la Iglesia se desarrolla en el tiempo. Signo del destino final de todos los creyentes, y por esto ya motivo de gozosa fiesta de todos nosotros, que todavía peregrinamos en la tierra, pero también signo de la marcha de los Bienaventurados, por medio de la Madre y con Ella hacia Cristo y de Cristo hacia el Padre, en quien está toda la felicidad eterna.

Fiesta de cada uno que se ve en María, pero particularmente de la Iglesia, que en su totalidad se contempla gloriosa y llevada al cielo por Jesús. También por lo tanto fiesta del cielo. Se necesita una gran fe para transportarnos hoy a aquella verdadera e inmortal fiesta en que María nos anticipa e invita al cielo, es decir, a Dios.

Cuando el primero de Noviembre de 1950 el papa Pío XII proclamó solemnemente dogma de fe la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma al cielo, puso el sello del Espíritu Santo sobre una verdad que desde los primeros siglos del cristianismo era creída por los fieles.

Los Franciscanos se distinguieron siempre en la devoción a la Virgen y en particular a María Asunta al cielo en cuerpo y alma. Entre todos recordamos a San Antonio, Doctor evangélico, quien es también recordado como Doctor del Dogma de la Asunción y después de él las grandes lumbreras de la Orden Seráfica: San Buenaventura, el Beato Juan Duns Escoto, San Bernardino de Siena, San Leonardo de Puerto Mauricio y muchos otros, fieles seguidores del Pobrecillo, que, como San Maximiliano María Kolbe hicieron de la devoción a María la guía e inspiración de su vida religiosa y de toda su actividad.

Nosotros celebramos hoy la entrada al cielo de María, en cuerpo y alma, aquel cuerpo que fue digno de llevar a Jesús, y que en sí no tuvo ninguna mancha, ni siquiera la original, y por eso gracias al privilegio de la concepción Inmaculada no podía conocer la corrupción del sepulcro. María goza pues ya y completamente, en cuerpo y alma, de la alegría de la visión celestial, la alegría de estar nuevamente con su Hijo en medio de los coros angélicos. Y esta es una puerta de esperanza para nosotros que, viviendo en el bien, podremos llegar al cielo. La liturgia la presenta exultante: “Un gran portento apareció en el cielo: una Mujer vestida del sol y la luna bajo sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”.

= Agosto 15: Beato Claudio Granzotto. Religioso de la Primera Orden (1900‑1947). Beatificado por Juan Pablo II el 18 de noviembre de 1994.
Claudio Granzotto (Ricardo en el bautismo) nació en S. Lucia di Piave (Treviso) el 23 de agosto de 1900, hijo de Antonio Granzotto y Juana Scottà. Hasta los 17 años fue albañil, luego, durante tres años fue militar, después, por 7 años estudiante en la Academia de Bellas Artes de Venecia, donde se laureó en escultura. Desde 1939, al hacerse religioso franciscano vivió en los conventos del Véneto. Murió de un tumor cerebral la mañana de la Asunción de 1947, en el hospital de Padua. Su cuerpo reposa en Chiampo (Vicenza), junto a la Gruta de la Inmaculada por él construida. Toda su existencia se caracterizó por un grueso filón de valor, que fue el componente primario de su personalidad de artista y de fraile.

Cuando brillaba en su mente una idea elevada, no la abandonaba jamás; la aferraba y la encarnaba ya en el mármol o en el alma. A los veintidós años, llevado de un instinto profundo, tuvo el valor de ahondarse en el arte. Abandonó sus instrumentos de albañil, se inscribió en la academia de Bellas Artes de Venecia y, dejando de lado cualquier otra inclinación juvenil, durante siete años sufrió y no aflojó, hasta obtener en 1929 el diploma de escultor con la máxima calificación. Se destacó como escultor hasta ganar premios nacionales, y con sus ganancias ayuda a los necesitados de su región.

Igualmente comprometido fue en el campo de la fe. La Acción católica fue su primer terreno fértil: lo estimuló a varias iniciativas de relieve, como la comunión frecuente, la lectura de buena prensa, la adoración nocturna mensual por toda la noche, varias formas de penitencia como el uso del cilicio, el dormir en tierra y finalmente el voto privado de castidad.

Así arte y virtud, óptimas hermanas, emprendieron juntas el camino para realizar una obra maestra. A los 33 años, en pleno vigor, cuando bienestar, fama, fortuna dinero y amor terreno lo rodeaban, viene otro singular gesto de valor suyo. Ingresa en el convento en San Francisco del Desierto (Venecia). Y vino a ser un artista diáfano y un religioso entusiasta de su vocación.

Al elevarse en el amor también se elevó su estro artístico. Y el arte sacro se vuelve para él un medio de acción con todo el valor religioso de un apostolado espiritual. Construye cuatro Grutas de Lourdes, altares decorosos, ángeles en adoración, santos en éxtasis. Vírgenes inspiradas y majestades sugestivas de Cristo. Así él viene ahora como carismático del cincel, a ocupar un puesto destacado en el seno de la comunidad cristiana de nuestro siglo. Como fraile, en valiente coherencia con su espíritu de humildad, renunció a la propuesta de acceder al sacerdocio. Prefirió los oficios humildes y ocultos, se ejercitó en ardientes oraciones y en varias penitencias, tuvo como sus predilectos a los pobres y necesitados, especialmente durante la guerra. Además en 1944 su osadía llegó al zenit: subiendo en la espiral de las grandes experiencias espirituales, ofrendó a Dios su vida como víctima voluntaria por la conversión de los pecadores y por la paz en el mundo. Pasó a la eternidad el alba de la fiesta de la Asunción de 1947, como lo había predicho. 


Fuente: franciscanos.net