La Asunción de la Virgen María

Padre Jaime Sancho Andreu

La tradición de los Padres y de la Liturgia

“En todas partes – escribe Máximo el Confesor (+ 662) en su Vida de María – se honra esta fiesta admirable: honra por parte de los ángeles y por parte de los hombres; y está adornada de la gracia de la santa Madre de Dios. También la época en la que se celebra esta fiesta gloriosa es buena y bendita, llena de frutos, rebosante de belleza: se preanuncia la vendimia; maduran los productos de los árboles y toda suerte de frutos; este es el honor de la creación a la gloria del Creador y preanuncia las delicias del Paraíso; pero todo esto nos es dado para honrar esta santa fiesta, para la gloria de sus devotos”.

Desde la época apostólica se conservó el recuerdo del tránsito glorioso de María, desde esta vida a la gloria, y se llamó a este misterio “dormición” o “descanso”, de forma que en un mismo concepto se unen tanto el fin de la vida terrena como la resurrección y asunción. 

El origen de la fiesta litúrgica podría estar en el siglo V, con motivo de la dedicación el día 15 de agosto de una basílica construida por la emperatriz Athenais-Eudoxia (+ 460) en la base del monte Getsemaní, en el lugar conocido como sepulcro de la Virgen; lo cierto es que el emperador Mauricio (582-602) amplió la celebración a todo el imperio de Oriente, extendiéndose pronto a la liturgia hispánica y a la romana. Precisamente fue el papa de origen griego Sergio I (687-701) quien instituyó la fiesta en Roma, finalmente el Sacramentario Hadrianeo (770) privilegio el término de “Asunción” sobre el de “Dormición”. 

En el siglo VII, la difusión de ciertos escritos heréticos hizo que la fiesta estuviese prohibida en el rito bizantino, pero pronto fue repuesta con mayor esplendor hasta que un decreto del emperador Andrónico (1282-1238) dedicó todo el mes de agosto a celebrar el misterio del “Descanso y la Asunción de la Bienaventurada Virgen”.

Expresión de la fe de la Iglesia

Fue siempre una celebración muy popular; se conserva un himno romano del siglo XI que nos ofrece una descripción poética dramatizada que pudo estar en el origen de las representaciones sagradas del misterio que se extendieron en las iglesias de Occidente hasta que el Papa san Pío V (1566-1572) las suprimió, junto con la procesión nocturna de antorchas que se hacía en Roma, perviviendo por un privilegio especial el “Misterio de Elche” en esta ciudad valenciana. Por último, el Papa Pío XII , con la bula Munificentissimus Deus (1950) proclamó el dogma de la Asunción, y confirió nuevo vigor a una solemnidad que siempre había gozado del fervor de la piedad cristiana de Oriente y Occidente.

Nadie como los Padres y la liturgia de Oriente han ensalzado este misterio. San Juan Damasceno (+ 749) figura dirigirse directamente a la Virgen y dice: “¿Cómo llamaremos a este misterio que te concierne? ¿Lo llamaremos muerte? Si bien tu sacratísima y bienaventurada alma, según las leyes de la naturaleza, se separa de tu cuerpo puro y perfecto, y el cuerpo es confiado según la ley común a la tumba, no obstante no mora en la muerte ni es disuelto por la corrupción. A aquella cuya virginidad permaneció íntegra en el parto, el cuerpo se le guardó incorruptible también en su tránsito y transferido en una mejor morada y más divina no sujeta a los golpes de la muerte, sino que se perpetúa por los siglos de los siglos.

Como este sol nuestro que todo lo ilumina y siempre resplandece, oculto durante un breve instante por el cuerpo de la luna, parece desaparecer, envolverse en la neblina y mudar su esplendor en tiniebla y no obstante éste no es privado de su propia luz, puesto que lleva en sí mismo una fuente eterna regurgitante de luz, o más bien, él mismo es fuente de luz inextinguible, según lo establecido por Dios que todo lo ha creado, así también tú, fuente perenne de la verdadera Luz, eres el arca inagotable de Aquél que tiene la vida inextinguible de luz infinita, de vida inmortal y de verdadera felicidad, ríos de gracia, manantiales de medicinas, una bendición perpetua ... Por tanto yo no llamaría muerte tu santa partida, sino Descanso o viaje o, mejor aún estancia; pues saliendo de la dimensión del cuerpo entras en otra mejor” (Homilías 126 y 127).

Y el himno bizantino de la vigilia del 15 de agosto canta: “Tú te has colocado, como mediadora, deviniendo escala para el descenso de Dios entre nosotros, cuando has querido asumir nuestra debilidad. Cuando venga el Señor, y ante su rostro el cielo y la tierra huyan, las montañas y las colinas se allanen ¿Dónde podremos escondernos? ¿Dónde encontraremos refugio sino en ti, puerto de salvación?

Mantenida y celebrada en nuestros días

La solemnidad de la Asunción es síntesis de todas las fiestas marianas; es la fiesta de la glorificación de la Madre de Dios, la Pascua de María. Los orientales llaman a este misterio la “Dormición”, porque en la Virgen el final de su vida no fue como el de los pecadores, sino un tranquilo paso a la eternidad. El cuerpo de la Madre virginal e inmaculada del Hijo de Dios no podía corromperse en el sepulcro; por ello, al final de su vida terrestre, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo.

En la Misa del día aparece la mujer presentada en el libro del Apocalipsis, adornada con los signos cósmicos y que vence la fuerza del mal (1ª Lectura). Esta mujer es María, que proclama la grandeza del Señor, es proclamada bienaventurada por todas las generaciones (Evangelio). Cristo, el nuevo Adán, triunfa sobre el pecado y la muerte y devuelve a Dios Padre su reino. María es la primera en seguir los pasos de su Hijo Jesús (2ª lectura), por ello ésta es una fiesta de esperanza para todos los que formamos, con María como miembro eminente, el cuerpo místico de Cristo, llamado a reunirse con su Cabeza en la gloria.

Como la fiesta de la Ascensión del Señor, esta solemnidad proclama el valor de nuestros cuerpos, de toda la persona humana en su integridad, y nos llena de esperanza al tiempo que nos compromete a defender la vida y la dignidad de todas las personas amadas de Dios.

Fuente: Arquidiócesis de Madrid