Solemnidad de la Asunción de la Virgen, ciclo B

José Portillo Peréz

Este es el día en que actuó el Señor -leemos en el libro de los Salmos- a festejarlo y a celebrarlo" (SAL. 118, 24). Este es el día en que detenemos nuestra actividad frenética o dejamos las actividades características de nuestro tiempo de vacaciones para recordar la grandeza de nuestra santísima Madre. El autor del Salmo responsorial nos presenta a nuestra Señora como la Reina del universo, la mujer ante la cuál se nos permite contemplar a nuestro Padre y Dios.

2. Son muchas las alabanzas que podemos pronunciar para recordar las virtudes y bondades de nuestra santa Madre, pero, dado el carácter breve de esta meditación, es conveniente que pasemos a reflexionar sobre las lecturas correspondientes a la Eucaristía que estamos celebrando.

En el texto del Apocalipsis con que empezamos a celebrar la llamada Liturgia de la Palabra, -la parte de la Eucaristía en la cuál se proclama la Palabra de Dios ante los fieles religiosos y laicos-, se nos resume la historia de la Iglesia Católica que está íntimamente relacionada con la vida de María de Nazaret y la existencia mortal del Hijo de Dios y el hombre. Cuando San Juan nos habló de la escenificación en la cuál contempló el Arca de la Alianza que Dios selló con su pueblo en el Sinaí, aquél que contempló la revelación divina, nos describió cómo la naturaleza saludó a su Creador a través de la constante agitación de los elementos de la misma. Este hecho nos recuerda aquellas ocasiones en las cuales sentimos una emoción incontrolable al pensar en las abundantes misericordias de nuestro Padre y Dios.

San Juan nos describió a María de Nazaret, la Madre de los fieles cristianos, como la mujer que tenía ceñido un traje muy especial, el sol. Cuán grande es la luz que vemos en la vida de nuestra Santa Madre para que el Apóstol más amado del Señor nos la haya descrito como una muestra palpable de la luz indeficiente que es nuestro Padre y Dios. Nuestra Señora tenía sus pies posados sobre la luna, fijaos qué muestra de grandeza. Las 12 coronas de estrellas que lucía nuestra Señora hacían referencia a las 12 tribus de Israel y a todo el orbe cristiano. Fijaos que San Juan nos presentó a María Santísima a punto de dar a luz a su Hijo el llamado el Santo de los santos de Dios. Este hecho nos pone de relieve nuestras dificultades, nuestra cobardía y la pereza que en ciertas ocasiones nos impide hacer lo que debemos acabar para ser felices. San Juan nos dice que los dolores del parto de nuestra Madre celestial eran angustiosos, y fijaos qué dramática era aquella situación, así pues, la

Madre de la Iglesia no sólo sufría por sus dolores, sino porque el diablo aguardaba el alumbramiento de Jesús y la extensión de su obra la Iglesia para asesinar al bebé, exterminando así de un único y efectivo golpe todas las posibilidades existentes para que se llevara a cabo el cumplimiento del designio salvífico de nuestro Padre celestial. ¿Os habéis sentido acorralados en alguna circunstancia de vuestra vida?

Para no hacer muy extensa esta meditación, creo que no es conveniente dedicarnos a considerar los símbolos que acompañaban al dragón, así pues, bástenos saber que todos esos signos incluyendo el rojo intenso del color de la bestia, están enfocados a reconducir a los feligreses de la Iglesia de todos los tiempos por el camino del mal.

A pesar de que el demonio esperaba delante de la mujer para devorar a su Hijo en cuanto este naciera, el bebé fue puesto a salvo por Dios y su Madre huyó al desierto. Satanás no pudo vencer a Jesús evitando la Pasión, muerte y Posterior Resurrección de nuestro Señor. Tanto María como la Iglesia naciente, vivieron pruebas muy difíciles, así pues, el sufrimiento que marcó la vida de nuestra Madre, es equiparable al martirio de todos aquellos que decidieron renunciar a su vida por Jesús y el Evangelio en las persecuciones religiosas que aún no han concluido en el siglo XXI.

Pensemos que Dios amparó a Jesús en su dolor, pero no libró a su Hijo de la muerte. Dios no a evitado el fallecimiento de los mártires cuyos relatos llenan las páginas de nuestros santorales, pero nos mantiene en el desierto de nuestra vida para que le sigamos buscando a tientas, así pues, nuestro Padre común no nos da una existencia fácil y vacía, pues él nos ayuda cuando las dádivas que le pedimos contribuyen a nuestra santificación y a la salud de nuestros prójimos.

Dios alimentó a su Iglesia en el desierto con el Sacramento de la Eucaristía. ¿A qué esperamos para vencer en conformidad con nuestras posibilidades de alcanzar la felicidad los obstáculos que nos hacen sufrir? Jesús derrotó a nuestros demonios personales, por consiguiente, si confiamos en nuestro Hermano, ¿por qué albergamos rencores en nuestro corazón? ¿Por qué somos cobardes cuando pensamos que alguien puede criticarnos porque somos cristianos?

3. San Pablo, en el extracto de su primera Carta a los Corintios correspondiente a la Eucaristía que estamos celebrando, a continuación de la recitación del Salmo responsorial, nos recuerda que Dios nos ha destinado a la inmortalidad, el gran triunfo que la Tradición de la Iglesia afirma que ya está disfrutando nuestra Madre. Dentro de unos minutos, al rezar el Credo, manifestaremos que Cristo Resucitado está sentado a la derecha de Dios Padre, así pues, si pensamos en la Resurrección de Jesús, podemos creer que él está vivo porque tiene poder para vencer a la muerte, pero, si pensamos que María Santísima está viva junto a su Hijo amado, tenemos más razones para creer que nosotros también venceremos a la muerte, cuando Cristo Rey venga nuevamente a nuestro encuentro, como el más humilde de todos sus discípulos.

4. El Mangnificat es la oración por excelencia de nuestra Señora. Esta oración se llama así porque comienza en griego con la palabra "Magnificat", (bendice, engrandece sobremanera), mi alma al Señor. El Magnificat es la exposición del programa de vida cristiana que nos expone San Pablo en 1 COR. 13, 1-8, visto desde una óptica diferente, pero no menos concreta y cierta.

Démosle gracias a Dios por habernos dado una Madre tan Santa, humilde y bondadosa.

Fuente: autorescatolicos.org