Asunción de Nuestra Señora

Padre Pablo Largo Domínguez cmf


De generación en generación 

Hagamos un breve periplo en que partimos de nuestra situación presente, pasaremos por la consideración sobre María y por la contemplación de Dios y volveremos de nuevo a nuestra situación con las palabras de un poeta.

1. Nuestra situación. Non fui, fui, non sum, non curo (no existí, existí, no existo, no me preocupo): así suena el epitafio de algunas tumbas de los antiguos romanos. Y quizá no pocos de nuestros contemporáneos encuentran esa inscripción adecuada a su forma de pensar.

Esta forma de pensar quizá tiene que ver con otro hecho de la época presente. Dice un autor, y lo hemos recordado alguna vez más: “los hombres de nuestro tiempo son capaces de todo, incluso del amor, pero no de la fidelidad”. Lo dijo hace tiempo, pero ahora es cuando comprobamos lo certero de su diagnóstico. Tenemos una viva conciencia de nuestra fragilidad, de nuestra menor consistencia. El “hoy más que ayer pero menos que mañana” se nos ha vuelto casi quimérico en tantos órdenes de la vida: los amores humanos, los compromisos religiosos...

Si fuéramos capaces de la fidelidad, experimentaríamos ya una victoria sobre el tiempo y nos abriríamos a otra verdad: la fidelidad de Dios, que es la que vence radicalmente al tiempo y la que nos alza por encima de sus avatares. Nos daría un regusto de eternidad.

2. María, la virgen fiel. Uno de los títulos de María es precisamente éste: “virgen fiel”. Ella fue tejiendo una historia de fidelidad a Dios. Se pensaba a sí misma como la “esclava del Señor”. Y el esclavo es, por así decir, quien no tiene voluntad propia para decidir por su cuenta, sino que en todo está pendiente del querer de su señor. Decimos que la voluntad de María rimó en consonante con la voluntad de Dios, se entregó rendidamente a ella. No le falló a Dios, no cometió contra Él ni pequeñas ni grandes traiciones, no entristeció al Espíritu. Fue perseverante y no dejó que el tiempo fuera erosionando, destiñendo, borrando lenta y tenazmente, su sí a Dios, hasta volverlo desdibujado, irreconocible. Es la mujer a la que él pudo decir: “ven, sierva buena y fiel, pues has sido fiel en todo, en lo poco y en lo mucho, entra en el banquete de tu Señor”. A ella, que había dado hospedaje al Hijo de Dios en su joven seno y en su pobre casa, la acoge el Hijo en su morada eterna. Es asunta en cuerpo y alma a la gloria del Hijo, toma parte en su victoria sobre la muerte después de haber tomado parte en su victoria sobre el mal. Le gana así la partida al tiempo como se la ha ganado al pecado. Envuelta en el amor de Dios, impulsada por el amor a Dios, corona su larga travesía por este tiempo nuestro.

3. El Dios fiel. Pero sobre todo María es la cantora de la fidelidad de Dios. Porque es en esta lealtad de Dios, en esa misericordia indeficiente, que llega a sus fieles de generación en generación, donde se reclina y nutre la perseverancia de María. Y nosotros cantamos hoy esta fidelidad de Dios. Dios es fiel a sus promesas. Y el Señor nos dijo: “yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Si nosotros somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

4. En la fidelidad de Dios es en la que puede descansar la nuestra. En ella están llamados a alimentarse nuestros síes, ese “sí, quiero”, ese “sí, estoy dispuesto”, ese “sí, lo haré” que hemos formulado en ciertos momentos de la vida. Que el Dios fiel nos vuelva capaces, día tras día, de superar la zozobra, el cansancio, el hastío, o el “no puedo más”. Que Él nos renueve. Que cumplamos la palabra que le hemos dado a Él, y que cumplamos la palabra dada ante Él a los otros. Si Él nos acompaña, renovará nuestros síes.

5. Ojalá que, hacia el final, podamos decir con un poeta, el obispo Pedro Casaldáliga:

Por causa de tu causa me destrozo
como un navío, viejo de aventura,
pero arbolando ya el joven gozo
de quien corona fiel la singladura.
Fiel, fiel..., es un decir. El tiempo dura
y el puerto todavía es un esbozo
entre las brumas de esta Edad oscura
que anega el mar en sangre y en sollozo.
Siempre esperé tu paz. No te he negado,
aunque negué el amor de muchos modos
y zozobré teniéndote a mi lado.
No pagaré mis deudas; no me cobres.
Si no he sabido hallarte siempre en todos,
nunca dejé de amarte en los más pobres.

Fuente: autorescatolicos.org