Tránsito de Nuestra Señora 

San Juan Damasceno

 

A) Cómo alabar dignamente a María

Pretiosa in conspectu Domini mors sanctorum eius (Prov. 17,7). ¿Quién sería, pues, capaz de alabar dignamente al tesoro de santidad en el día de su tránsito? (cf. n.1).

Ni ángeles ni hombres podrían alabar dignamente a la Medianera universal. ¿Enmudeceremos? No. Humildes, paguemos las primicias de nuestro entendimiento como filial tributo a la Reina de la creación.

Ciertos labradores, al ver pasar al rey, y no teniendo otra cosa que ofrecerle, lleváronle un cuenco de agua cristalina, diciendo: “Lo que nos fue dado, eso hacemos. De nada te sirve nuestra ofrenda, pero no puedes exigirnos más que el ánimo pronto” (cf. n.2).

Abre, Verbo de Dios, nuestros labios. Espíritu Santo, infúndenos gracia, Tú que hiciste elocuentes a los pecadores.

B) Grandeza de este día

Podéis comprenderla. Los ángeles y los apóstoles rodean el lecho de María. ¡Cómo recibiría el Verbo en sus manos el alma de su Madre! Bondadoso legislador que nos ordenó: Honora patrem tuum et matren tuam (Ex. 20,12)... Si las manos de los justos están en manos de Dios (Sap. 3,1)... (cf. n.4).

“El Creador del universo recibió en sus manos el alma sacrosanta de la Virgen, que partía a la gloria; de este modo honraba Jesús a la que, esclava por naturaleza, hizo, sin embargo, Madre suya. Legiones de ángeles contemplan, admirándola, esta gloriosa partida... ¿Con qué nombre llamaremos a este misterio? ¿Le diremos muerte? ¡Oh! Aunque tu sagrada y felicísima alma se separe de tu cuerpo inmaculado y éste haya sido colocado en el sepulcro, el hálito de la corrupción no lo manchará, pues el cuerpo que permaneciera incólume en el parto fue conservado.

Como el sol, cuando lo eclipsa una nube, parece haberse oscurecido, pero en realidad continúa brillando en todo su esplendor, así Tú, fuente de verdadera luz, inagotable tesoro de la vida, si la muerte veló algún tanto tu grandeza, no pudo apagar los destellos de tu inmensa luz y de la vida inmortal que posees. No. No llamaremos muerte a tu tránsito, sino más bien sueño” (cf. n.10).

C)La entrada en el cielo

Condujéronla los ángeles y los arcángeles, mientras los demonios huían. El aire y los cielos quedaron benditos. Las jerarquías salieron a recibirla repitiendo: ¿Quién es ésta que sube vestida de blanco, naciente como la aurora, hermosa como la luna y escogida como el sol? (Cant. 6,9). No sube como Elías, ni arrebatada como Pablo. “Tú llegas hasta el trono del Rey, mirándole con alegría, llena de confianza, porque Tú eres la alegría de las virtudes, el gozo de los patriarcas, el júbilo de los justos, el deleite de los profetas, la bendición del mundo, la santificación de todas las cosas, el descanso de los atribulados.... la ayuda de cuantos te invoquen...” (cf. n.11).

¡Oh milagro! La muerte odiada ayer, es hoy bendecida. La muerte nos hace felices, porque nos asegura en la virtud. Antes de la muerte no alabes a nadie (Eccli. 11,30). Pero tales palabras no han sido escritas para María. Ni su bienaventuranza la hizo más perfecta, ni su partida le dio mayor seguridad de la que tenía. No te beatificó, Señora, la muerte, sino que Tú alegraste a la muerte misma.

“¡Cómo la recibió en sus latitudes aquel cielo, al que Ella ganaba en inmensidad!... ¡Oh sagrado, adorable y augusto sepulcro, al que los ángeles veneran todavía y los hombres visitan reverentes..., a pesar del escaso tiempo que guardaste el cuerpo de Nuestra Señora!...

Y Tú, ¡Oh Virgen!, reprime el ímpetu de nuestros bajos afectos, para que podamos llegar al puerto tranquilo, lugar resplandeciente por los fulgores del Verbo Encarnado... al que juntamente con el Padre...”

NOTA: No podemos transcribir íntegro el Sermones sobre la Asunción de María, por lo que damos a continuación un resumen de ellos, aun sacrificando,
Fuente: homiletica.com.ar