La Asunción de María  

Fray Juan José de León Lastra, O.P

 

La asunción, como expresión de la resurrección y de la plenitud de ser.

La resurrección, afirmación esencial de nuestra fe, implica el triunfo definitivo de la naturaleza humana. No se trata de que lo que llamamos alma perviva a la muerte.El alma no es el ser humano. El ser humano es alma y cuerpo. Para que triunfe sobre la muerte es necesario que también su cuerpo se incorpore a la vida, y el ser humano en su integridad se incorpore a un estilo de vida definitivo sobre el que ya no tendrá poder la muerte. 

La resurrección nos viene por Cristo. En su resurrección hemos resucitado todos. La primicia de esa resurrección que nos ganó Cristo es María. La asunción de María quiere decir que, por la resurrección de Cristo, su cuerpo y alma, su plenitud de ser, viven para siempre.

Desde nuestra perspectiva temporal, vivimos, pensamos y nos expresamos como seres sujetos al tiempo, al antes y al después; al resto de los mortales les toca esperar al momento final del tiempo para se produzca esa reconstrucción de la naturaleza humana que la muerte rompió. María ya lo consiguió. Ese es el misterio que celebramos.

La fe necesaria para que se cumplan las promesas.
La fe es la que nos acerca al misterio. La fe fue la que llevó a María a ser lo que fue en la tierra y lo que es en el cielo. Nos lo recuerda el evangelio de hoy: “dichosa tú porque has creído. En ti se cumplirá lo que Dios ha prometido”. Esa fe es la que necesitamos para que en nosotros se cumpla la promesa divina de salvación y de triunfo definitivo.

No es fácil tener fe y creer en promesas en una sociedad que se apoya en lo evidente, lo que entra por los ojos,en lo inmediato. En la sociedad que pretende el carpe diem del clásico romano, disfrutar del día de modo que nada de placer se quede para otro momento. En la que se impone el aquí y ahora, sin dilación: eso es lo único claro y cierto. Sin embargo el ser humano, por serlo, ahora y siempre ha mirado más allá del hoy, y más allá de la realidad con la que se encuentra a diario: forja su planes, mantiene esperanzas de conseguir lo que no tiene y, más aún, pretende ser y vivir superando la muerte, lo que acaba con su ser: se siente hecho para vivir sin fin, no para la muerte. Eso exige fe. No es una seguridad que aporte el momento actual Exige fe en el Señor de la vida. En quien superó la muerte. Para nosotros, los cristianos, fe en Cristo y, por él, en María.

La fiesta, en boca de María.
Sin esa fe no puede haber fiesta. Un día de fiesta no puede ser otra cosa que un momento en el que se celebre la fiesta de vivir; no sólo ese día, sino el resto de los días. En la fiesta se celebra la vida, lo mejor de ella, lo más noble de ella, como el amor, la comunidad humana y, por ser religiosa, la presencia de Dios en esa vida. Es fiesta porque se mantiene la fe en que esa fiesta de la vida se prolongará más allá de la muerte. Porque el ser humano se sabe llamado a una fiesta eterna “sin lágrimas ni dolor”.

María lo proclama en su canto del magnificat.. Lo hace con fuerza, con entusiasmo. Es el canto de la confianza plena en Dios. Es el Dios que ha hecho grandes cosas en ella y hará grandes cosas en los demás. Sobre todo en aquellos que parecen más aplastados por la vida, pobres, hambrientos, humildes. María celebra la grandeza presente del Dios de la vida, del Dios que se ha comprometido con su pueblo. Hoy celebramos esas grandes cosas que Dios ha hecho en ella. 

Lc 1,39-56

Año litúrgico 2005 - 2006 - (Ciclo B)
Magnificat
Pautas para la homilía 

Fuente: dominicos.org