Y fue llevada al cielo

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Desde que Cristo venció a la muerte, todos tenemos una esperanza cierta: también nosotros resucitaremos. Cristo nos ha salvado totalmente. No sólo nuestra alma. También el cuerpo. Estamos destinados a gozar de Dios con nuestra persona entera. 
A este destino, que inauguró Cristo, ya se ha sumado María, su madre. Una de nuestra estirpe. Ella ha alcanzado ya en su cuerpo la glorificación. 
La que empezó, por la bondad de Dios, llena de gracia, terminó llena de gloria. 
La que vivió toda su vida en unión con Cristo, en las alegrías y en los dolores, en su predicación y en su muerte, se ha visto asociada también al destino gozoso de su Hijo. 
La que no fue esclava del pecado, no lo fue tampoco de la corrupción de la muerte. Murió, si. Y con su muerte se unió al misterio de la Pascua de su Hijo. Pero luego fue llevada al cielo en cuerpo y alma. 
El fruto más maduro de la Pascua de Cristo es la Pascua de su Madre. 
Nosotros andamos retrasados. Pero nos alegramos de que nuestra Madre nos haya precedido. 
Su Asunción confirma nuestra esperanza. 

Fuente: educadormarista.com